Si hubiese tenido tiempo de pensarlo, seguramente habría cancelado su cita con Virginia; y no sólo porque la película que iban a ver era una mierda, sino también porque no le apetecía pasar dos horas escuchando las chorradas que le pasaban por la cabeza a todo aquel que le rodeaba.
Había tenido que hacer un gran esfuerzo para no escuchar los pensamientos de Vicky, pero conforme pasaban los minutos sentado en una butaca pija del único cine pijo del pueblo la paciencia se le agotaba y Chris cada vez estaba más cerca de caer. Podía sentir las células grises de su novia casi explotando hacia él, como si le suplicasen que, por favor, las descifrara. Y eso era lo malo del asunto, que sentía que podía hacerlo, podía descifrar la mente de cada persona, a excepción de Rodrigo y Marcelo. ¿Y Lisey? No tenía idea, pero sabía que no tardaría en averiguarlo.
Vicky soltó una risita a su lado, al parecer había ocurrido algo gracioso en la película, pero él no estaba prestando atención. Las hadas no eran lo suyo.
“Debí quedarme en casa.”
Escuchó entonces, tan potente que de no haber sido un pensamiento hubiera hecho que todos voltearan las cabezas. Chris se levantó a medias, tratando de localizar de dónde venía aquella voz, pero en la oscuridad de la sala era algo imposible.
“Y todo por complacerla.”
Volvió a escuchar, Chris cerró los ojos y se concentró. La cosa no mejoró mucho durante unos segundos, pues entonces pudo captar pensamientos de todos los presentes, incluido uno de Vicky, en el cuál pensaba que la protagonista de la película se parecía un poco a ella, por el cabello o algo así. Y entonces ubicó la voz, era de un chico, de unos quince años, quizás. No lograba captar su nombre, podía ser Reese o René, no estaba seguro, pero de lo que sí estaba era de que el tal “R” había sido arrastrado por su novia para ver aquella película, así como Vicky lo había arrastrado a él.
Pero Reese o René no se encontraba muy bien porque… porque había comenzado a dolerle el estómago, pensaba en ello mientras se miraba el reloj de la muñeca, calculando el tiempo que faltaba para que la película terminara.
Chris lo apartó, sintiéndose como un invasor, pero a su lado estaba Vicky, fluyendo pensamientos a diestra y siniestra. Se mordió la lengua con fuerza, pero lo hizo.
“Espero que saquen una segunda parte. Esta no está mal, es hermosa, pero me gustaría…”
Chris no se enteró de que era lo que le gustaría, porque se apartó. Vicky ladeó la cabeza hacia él con curiosidad, como si lo hubiese sentido, pero Chris sabía que eso era imposible, lo cual se confirmó cuando ella le sonrió.
—Chris.
—¿Te está gustando? —susurró el chico, aunque conocía la respuesta. La película le parecía hermosa.
—Mucho —y lo tomó de la mano. Chris se inclinó para besarla, pero le llegó un pensamiento:
“Apuesto a qué Lisey debe estar muriéndose de envidia.”
—¿De qué? —soltó White, echándose para atrás, sin pensarlo. Vicky lo miró con el ceño fruncido.
—¿De que hablas?
Atrás alguien los hizo callar, pero ninguno de los dos le hizo caso.
“¿Es que te has vuelto loco, Chris? Yo no dije nada.”
—Lisey.
—¿Lisey?
—Ella… tú… ¿por qué ella te tendría envidia?
Los ojos de Vicky se abrieron cuan grandes eran y, sin proponérselo realmente, se alejó un poco de él, confundida y asustada.
—Yo no mencioné a Lisey —susurró con la garganta seca, mientras Chris, harto de escuchar las negaciones que salían de su boca, se sumergió en su cabeza.
Ella pensaba que el cabello de Chris era lindo, pero también se preguntaba cómo había sabido lo de Lisey. Era increíble todo lo que la mente humana podía pensar en un segundo. Y sí, hay estaba. Lisey debía tener mucha envidia porque… porque la pelirroja deseaba ver esa película también, claro.
Chris parpadeó y todo se desvaneció.
—¿Chris?
Apenas y la escuchó, todo estaba claro. Lisey quería ver la película, pero él la conocía y seguramente por eso no se lo había comentado a ninguno de sus amigos. Las debilidades femeninas, como las películas románticas, era algo que creía que Lisey despreciaba.
Como la casa de muñecas que había pertenecido a su abuela y después a su madre, según sabía, Lisey jamás había jugado con ella y menos aún con las muñecas de porcelana que venían adentro. Recordaba que una vez había mencionado que eran macabras, con sus cuerpos fríos y esas bocas rojas que parecían tener colmillos cuando era de noche. Y esos ojos brillantes, los cuales le decían cosas horribles, según le dijo, las muñecas parecían casi tener vida.
—Lo siento.
—¿Estás bien?
—Sí.
“No lo creo, la verdad. Tu Gran Problema acaba de cruzar tu cabeza y no te abandonara hasta que la veas.”
Chris levantó la vista y miró a Vicky a los ojos, no había dureza ni reproche en ellos.
“A veces (Chris se levantó de su asiento) siento que la odio.”
—Tengo que salir de aquí.
Y pasó entre las butacas con rapidez, recibiendo uno que otro silbido, pero en ese momento lo que menos le preocupaba era lo que esos capullos pensaran de su madre.
La luz del corredor lo deslumbró y tuvo que cerrar los ojos, pero no estaba ciego en lo absoluto, porque veía a través de todos los ojos de los empleados del cine que lo miraban.
—¡Chris! —lo llamó Vicky desde atrás, mientras él abría los ojos y empezaba a caminar hacia la salida.
Virginia lo alcanzó cuando Chris llegó a la calle y una ráfaga de viento le alborotó el cabello. White hubiera preferido que no lo siguiera, que se quedara a ver su jodida película y lo dejara a él en paz para que pudiese pensar en lo que le estaba pasando.
Lo que por la tarde le había parecido genial, por la noche le parecía aterrador.
—Ahora no.
—Chris, por favor.
Eso lo sacó de quicio y se volvió hacia ella.