La mañana transcurrió sin grandes sobresaltos, cada cual con su grupo de amigos. El profesor Snell iba de vez en cuando a vigilarlos, pero, por lo general se mantuvo apartado, charlando con el conductor del autobús, al cuál conocía de algún lado. Ese era uno de los inconvenientes de vivir en un pueblo pequeño como Bell Wood, que todos se conocían.
Chris y Rodrigo juntaron las cabezas y se dedicaron a escuchar música en el radio de King, aunque de vez en cuando se interrumpían cuando White soltaba un comentario sobre algún compañero, ya que no había frenado su nuevo poder.
Lisey pudo haberlo regañado, pero prefirió no hacerlo, tenía suficientes problemas con tratar de frenar, de una forma absolutamente inútil, el suyo.
Y era que el Parque Keep estaba lleno de espíritus, algunos sólo miraban a la nada, otros a los vivos y otros más se limitaban a actuar con normalidad, simulando ser uno más. Y algunos realmente confundieron a Lisey.
—Que mierda de lugar —se quejó Marcelo, regresando del baño —no hay ni un solo vendedor de cerveza por aquí.
—Es evidente que no —replicó Lisey —es un parque, no una taberna.
Benítez se dejó caer a su lado, recostándose y recargando su cabeza en las piernas de Lisey.
—Sé linda conmigo, Lis.
—Olvídalo.
Lisey lo apartó y se levantó, imaginando la clase de “actos lindos” que su amigo esperaba.
—Iré a dar una vuelta —anunció la pelirroja, sacudiéndose la falda de cualquier residuo de tierra o pasto.
—Cuidado con el sol —le recordó Christopher, con la mirada un tanto soñadora.
—Vengo preparada —respondió la chica, inclinándose para tomar su mochila y sacar la sombrilla rosa con lunares blancos que su madre le había empacado por si acaso.
Sus amigos soltaron gritos, silbido y uno que otro aplauso. Lisey rió entre dientes y se alejó de ellos, caminando junto al lago, aunque sin acercarse demasiado. Sus conocimientos sobre natación no eran demasiado amplios.
Las miradas de los demás se concentraron de inmediato en ella, en la forma en que el sol rozaba su piel, como si deseara acariciarla; en su cabello de fuego elevándose a causa del viento y en el brillo de sus hermosos ojos verdes. Lisey sonreía, completamente ajena a las miradas y a lo que su sola imagen desataba en los demás, en especial en sus compañeros varones.
Siguió andando a paso normal y entonces miró hacia el punto que Rodrigo había señalado, agudizando la vista todo lo que pudo. No creía que fuese sólo una isla, quizás una villa. En tal caso, ¿era parte de Torre Blanca?
No recordaba haber leído nada sobre ello y, sin embargo, debía ser un lugar realmente apartado, a no ser que hubiese otro modo de llegar, como una carretera.
Dejó vagar la vista por el lugar, pero no alcanzaba a distinguir nada sugerente.
Y entonces una mano le tocó el hombro. Lisey se volvió, creyendo que Marcelo había decidido seguirla para continuar molestándola, pero se equivocó. No era Marcelo el pervertido.
—Hola, Lisey.
—Amelia.
La pelirroja tuvo que hacer grandes esfuerzos para no gritar debido a la sorpresa. Ese era el último lugar en el que esperaba encontrarse con ella.
—Te vi llegar con ellos —y Amelia señaló hacia Chris, Rodrigo y Marcelo.
—Sí, son mis amigos —asintió Lisey y añadió: —te he estado buscando.
—Estuve ocupada.
¿Podía una fantasma estar ocupada? Lisey no lo sabía, pero decidió no preguntar.
—Quiero ayudarte, Amelia.
—Lo sé y te lo agradezco.
—Pero tú no me dejas hacerlo.
La joven sonrió con tristeza, no molesta por el reclamo de Lisey, sino simplemente afectada. Emoción que la pelirroja no entendió. Casi parecía sentir más la fantasma que ella.
—Necesitaba asegurarme de que realmente querías ayudarme.
—Realmente no quería —respondió Lisey con curiosidad —pero sé que puedo hacerlo. Puedo encontrarte, Amelia.
La chica muerta se mostró pensativa, mirando por encima del hombro de Marsh. No parecía muy convencida, pero asintió.
—Creo que podrías.
—Déjame ayudarte.
—Sígueme —y Amelia desapareció de nuevo.
Lisey tuvo que morderse la lengua para no gritarle que esperara, a pesar de que a esa distancia nadie podría escucharla.
Amelia volvió a aparecer unos metros por delante. Lisey pudo pensar que seguramente la chica querría guiarla fuera del parque, pero decidió no detenerse a considerar esto y la siguió sin poner resistencia.
Amelia caminó entre los árboles sin volver la cabeza, como si tuviese la confianza absoluta de que Lisey la seguiría. De todas formas no se equivocaba.
Caminaron hasta cruzar toda la línea que separaba el resto del parque del lago. Lisey volvió a sorprenderse, la vista desde ahí era mucho más hermosa que la del lago.
—Un rosal —se maravillo la joven en voz alta. Amelia asintió y se detuvo, pero no comentó nada. Y, por supuesto, que no parecía sorprendida por lo que veía.
Lisey se preguntó cuántas veces habría estado la chica ahí antes, viva o muerta. Y se preguntó también porqué la había llevado ahí.
Un crujido a su espalda la hizo volverse.
—Sí, es un sitio encantador —dijo una voz suave.
Lisey abrió mucho los ojos al reconocer a Leonardo Marcotte, usaba un atuendo sencillo y caminaba con calma, sin prisa alguna.
—¿Qué haces aquí? —le gruñó la pelirroja, entre molesta y asustada.
—¿No es obvio?
Lisey retrocedió cuando Leonardo se acercó a ella.
—Me parece que no —murmuró la chica y añadió: —mis amigos están aquí.
—Lo sé, ya me lo habían dicho.
—¿Quién?
Pero Leonardo había tomado a Lisey de la barbilla y la obligaba a mirarlo a los ojos.
—No veo nada diferente, es como yo —dijo el extraño joven, pero Lisey tuvo la desagradable sensación de que no se lo decía a ella.
—No —continuó Marcotte —es tan normal como yo —y levantó la vista —¿tú qué opinas, Mía?
Y Amelia Orwell apareció en el campo visual de Lisa.