La Intérprete: Visiones

2

El olor a incienso era tan intenso que apenas y Rodrigo puso un pie dentro de la funeraria del Sagrado Corazón de Bilius tuvo unas inmensas ganas de vomitar, lo cual hubiera sido una lástima, considerando su última comida. Si Marcelo no hubiese llamado quizás su madre le hubiese preparado algo de cenar o quizás Fernando hubiese llegado a casa con una pizza, aunque ese idiota seguía sin dar señales de vida.

La funeraria estaba llena, con todo tipo de arreglos florales, desde simples ramos hasta enormes coronas, con dolientes caminando por todas partes. Había llantos, gritos, susurros, un aroma a café y el incienso, tan intenso y agotador.

Rodrigo echó a andar por la pequeña recepción, seguro de que en un día normal debería haber alguien ahí, pero esa noche esa persona brillaba por su ausencia.

El chico caminó por los pasillos, mirando de reojo las salas, leyendo los nombres, escuchando a los dolientes. Una mujer llorando a gritos, abrazada a un pequeño féretro. Un niño, quizás.

"Había niños en el autobús", pensó Rodrigo y la voz fuerte y clara de Chris le respondió: "era una niña, usaba un vestido de flores".

Su amigo lo había detectado, entre tanta gente.

"Date prisa".

Rodrigo apuró el paso, llegando casi a la última sala, más pequeña y casi vacía. No había extravagantes arreglos florales ni enormes coronas. Sólo había un ataúd, de un tono café oscuro, con un modesto ramo de rosas blancas encima. En la tarjeta de la puerta podía leerse un nombre: Leonardo Marcotte.

"Era un Intérprete", pensó King, sin saber que significaba eso. Y después pensó: "Lisey también lo es".

En la sala se encontró con sus amigos, los tres sentados en sendas sillas de plástico. No había ahí nadie más.

—Lisey —la llamó apenas entró.

La pelirroja se puso de pie y corrió a sus brazos. Había hecho lo mismo con sus otros amigos, estrechandolos entre sus brazos tan fuerte como le era posible, asegurándose de que eran reales.

—Lo siento mucho, Lisey.

—Yo también —Lisa lo soltó—. Gracias por venir.

Y lo decía de corazón.

—No hay problema.

Rodrigo pasó la vista por el lugar vacío, dudando.

"Ni preguntes", le gruñó Chris, aunque ni siquiera estaba mirándolo.

—No necesito su telepatía conjunta para saber lo que piensan —advirtió Lisey—. Sé que se preguntan por la familia de Leo. Ellos no vendrán.

—¿Por qué? —se animó a preguntar Marcelo, usando un traje negro que lo hacía parecer un enterrador.

—No importa —Lisey volvió a tomar asiento—. De todas formas no somos los únicos aquí.

—¿Quieres decir que aquí hay... fantasmas? —susurró Rodrigo, mirando en todas direcciones.

Lisey asintió. No imaginaba que Leo hubiese ayudado a tantos espíritus. No era popular entre los vivos, pero sí entre los muertos.

—Es un poco escalofriante —dijo Marcelo.

—¿Él está aquí? —preguntó Chris, mirando el ataúd.

—No. Desde que lo vi en la carretera... —Lisey se interrumpió. No quería hablarles de eso—. No está aquí. Seguramente está con su familia —pero no añadió que tanto su madre como su hermano menor serían capaces de verlo.

—Ellos deberían estar aquí.

—Deja eso, Marcelo —replicó Rodrigo, sentándose, pero mirando a Christopher—. ¿Que fue lo que pasó?

—Mi visión.

—¿Sucedió exactamente...?

—Sí.

—¡Espera! —Lisey había recordado algo—. ¿Se encuentra Fernando en tu casa?

—¿Fernando? No lo sé. ¿Por qué?

—No crees que... —empezó Chris, pero Lisey lo ignoró, viendo a la mujer muerta que se había ofrecido a buscar a Amelia aparecer repentinamente, apartando con cierta autoridad a dos mujeres que velaban los restos mortales de Leonardo.

—¿La encontraste? —indagó la pelirroja, poniéndose de pie, ante el desconcierto inicial de sus amigos.

—Bilius mío, el muchacho está muerto —respondió el fantasma.

—¿Encontraste a Amelia? —insistió Lisey.

—No.

—¿Y a él? ¿Lo viste?

—No —la mujer no la miraba—. Probablemente ya se fue.

—No lo haría. No se iría sin despedirse de mí.

—Lisey... —Chris también se levantó, reuniéndose con ella, viéndola hablar a la nada.

—Muchos lo hacen.

—Él no. Él... ¡Debemos encontrar a un asesino!

Era imposible que Leo se hubiera ido, debía encontrar al asesino de Mía, debía ayudar a los espíritus, debía ayudarla a ella...

—Lis —este fue Marcelo, llegando hasta ella.

Lisey se dió cuenta entonces que había comenzado a llorar, de forma lenta y angustiada. Estaba asustada, porque si Leo se había ido...

Otra vez estaba sola. De nuevo era ella contra los espíritus, de nuevo era ella sola contra las apariciones, las visiones, los ataques nocturnos. Una Intérprete de Muertos que le temía a los muertos.

—Deja de llorar, niña —habló un hombre mayor, semi oculto en una esquina—. Marcotte no se ha ido.

—¿Cómo lo sabes? —le replicó otro espíritu, el de una jovencita, de piel pálida y frondoso cabello negro.

—Lo conozco. Y ustedes también.

—¿Y si fue al cementerio?

—Entonces no volveremos a verlo.

—¡Leo no iría al cementerio de forma tan irresponsable! —gritó la misma joven.

Lisey detuvo el consuelo de sus amigos, limpiándose el rostro con las servilletas que Marcelo había conseguido.

—¿Que pasa? —inquirió Chris, sin dejar de mirarla.

—Los espíritus están discutiendo.

—¿Sobre que?

—El cementerio. Hay algo malo en el cementerio. Ellos lo evitan.

—Es por la cripta, ¿no? —anotó Marcelo.

—El muchacho guapo tiene razón —intervino otro de los espíritus, una mujer con el cuello roto.

—¿Que hay en la cripta? ¿Alguno de ustedes lo sabe? —les interrogó Lisey, pero ninguno de ellos respondió, como si de repente no fueran capaces de escucharla—. ¡Oigan! Les hice una pregunta.

—Debo irme —dijo el hombre mayor.

—Espera.

Pero no espero. Ninguno lo hizo. Lisey los vio desaparecer en un segundo, como si estuvieran huyendo.




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