Leo estaba de acuerdo con Sabrina. ¿Por qué a ellos dos solo?
No tenía tiempo de ponerse a analizar por qué a unos sí y a otros no. Ya dudaba si siquiera le iba a dar tiempo a poder hacer algo para evitar una catástrofe. Sabrina parecía estar evaluando la situación a la velocidad de la luz. A lo mejor Leo debería hacer lo mismo.
Una bola poseída había noqueado a Hazel y a Frank con sus tentáculos. Dos armaduras cabreadas estaban a punto de matarlo a él y a Sabrina. Leo no podía lanzar fuego. Las armaduras no sufrirían daño. Además, Hazel y Frank estaban demasiado cerca. No quería quemarlos ni alcanzar sin querer el palo de Frank. Por no mencionar que tenía a Sabrina justo al lado. Sencillamente sus opciones se reducían por segundo que pasaba.
Sabrina en cambio tenía otros planes. Se alejó dos pasos de Leo con la espada en alto y una sonrisa maliciosa. Esa chica tenía una facilidad asombrosa para sonreír en cualquier momento. Leo supuso que acababa de trazar el plan de distracción más improvisado de la historia.
- ¡Eh cabezas de tostadora! ¿En qué pensáis? - dijo - ¡Ah! Es verdad... ¡No sabéis pensar!
Las armaduras fijaron toda su atención en ella. Por lo visto toda su furia también. No parecían nada contentas. Aunque esa distracción duró poco. En seguida volvieron a sus cosas, como si Leo y Sabrina no estuvieran.
La armadura con el yelmo en forma de cabeza de león observó a Hazel y a Frank, que seguían inconscientes.
- Un semidiós y una semidiosa - dijo Cabeza de León. - Estos servirán si los otros mueren.
Antes de que le diera tiempo a continuar, Sabrina empezó a aplaudir lentamente, dejando que el sonido se expandiera por la sala. Su espada reposaba de nuevo en el cinto, pero algo le decía a Leo que tenía una idea.
- Bravo. Ya tenéis lo que quiere Gaia - dijo ella. - Pero... No creéis que se sentiría todavía mejor si en vez de llevarla dos romanos insignificantes, la despertarais derramando la sangre del hijo más especial de Hefesto con vida y a la elegida de Apolo.
Leo ya sabía de qué iba la cosa. Pretendía ganar tiempo.
- Imaginad lo contenta que estará al despertar con unos semidioses de calidad. - dijo Leo sonriendo.
Leo esperaba que resultaran tan fáciles de engañar como a unas cuantas ninfas. Qué gran error.
El del casco con cabeza de lobo gruñó.
- He estado en tu mete, Leo. Yo te ayudé a iniciar esta guerra.
La sonrisa de Leo se desvaneció. Dio un paso atrás.
- ¿Fuiste tú?
Entonces los recuerdos le volvieron a la memoria. Cuando disparó la ballesta en Nueva Roma, el gesto que hizo comenzar la guerra entre griegos y romanos. Él fue el eilodon que le poseyó.
- Tú me hiciste disparar esa ballesta, ¿verdad? - preguntó Leo - ¿Llamas a eso ayudar?
- Conozco tu forma de pensar. - dijo Cabeza de Lobo - Conozco tus limitaciones. Eres pequeño y estás sólo. Necesitas amigos que te protejan. Sin ellos, eres incapaz de resistirte a mí. No puedo poseerte, pero aún puedo matarte.
Los maniquíes con armadura avanzaron. Antes de que les diera tiempo a hacer algo, Sabrina les dio una patada y cayeron hacia atrás. Sacó su espada de su cinto y miró a los maniquíes derribados.
- ¿Y tú qué sabes cabeza tostadora? Yo sí he estado en su mente, - parecía algo enfadada al decirlo - y más tiempo que tú. Sé que es un héroe, y no voy a cambiar de opinión.
A los eilodon parecía que les empezaba a fastidiar que Sabrina fuera una chica persistente. Los maniquíes se levantaron y la esfera maligna fue a golpear a Sabrina con uno de sus tentáculos. De repente, una especie de bomba explotó donde estaba Sabrina, haciendo que Leo se cayera hacia atrás. No sabía exactamente que acababa de pasar, ni si Sabrina estaba bien, ni qué había explotado, pero eso ahora daba igual.
El miedo de Leo dio paso a la ira desmesurada. Esos eilodon habían hecho daño a sus amigos. Lo habían controlado, humillado y lo habían obligado a atacar Nueva Roma. Tenían que pagar por eso.
Leo echó un vistazo a las esferas que reposaban en las mesas de trabajo. Consideró usar su cinturón. Pensó en un desván que había visto atrás de él. La zona parecía una zona insonorizada. Voilà: había nacido la Operación Montón de Chatarra.
Se lanzó hacia la escalera y subió dando saltos. Las armaduras daban miedo, pero no eran rápidas. Como Leo sospechaba, el desván tenía puertas a los dos lados: unas verjas metálicas de fuelle. Leo cerró la verja de un portazo, invocó el fuego con las manos y fundió los cerrojos.
Las armaduras se acercaron por cada lado. Sacudieron las verjas asestándoles tajos con sus espadas.
- Esto es absurdo. - dijo Cabeza de León - No haces más que postergar tu muerte.
- Postergar mi muerte es una de mis aficiones favoritas.
Leo miró a su alrededor. El taller estaba dominado por una sola mesa que parecía un tablero de mandos. Estaba lleno de chatarra, pero Leo descartó en seguida la mayor parte: un diagrama de una catapulta que no funcionaría nunca, una extraña espada negra (a Leo no se le daban bien las espadas); un espejo de bronce, y un juego de herramientas destrozado.