Asamblea general en el comedor. También llamado “el momento más deprimente de todas y cada una de las mañanas”. El desayuno y las asambleas generalmente no eran animados.
Concretamente aquella mañana todos los semidioses que había en el barco, a excepción del entrenador Hedge y Piper que estaban encargándose del timón, se encontraban sentados alrededor de las mesas del comedor con expresiones lúgubres.
Tenía que confesarlo: Sabrina no estaba escuchando lo que estaba diciendo Jason. No la interesaba en absoluto. Prefería dar vueltas a su tortita en el plato y observar cómo Leo hacía lo mismo con sus huevos revueltos, que a su vez miraba con una absoluta melancolía los paneles mágicos de la pared. Aquellos paneles cubrían todo el comedor, mostrando imágenes a tiempo real del Campamento Mestizo; una forma perfecta de tener el “hogar” algo más cerca y a su vez un recordatorio de lo lejos que estaban ya de casa.
Sabrina sabía más que de sobra en lo que andaba pensando Leo. En la celebración del 4 de julio de la anterior noche en el Campamento Mestizo, en sus hermanos de la cabaña de Hefesto, en remordimientos, en dolores, y... quizás en esa incómoda escena en la que se había visto envuelto junto a Sabrina esa misma mañana. A Sabrina la volvió fugazmente el recuerdo a la memoria, logrando calentar sus mejillas de nuevo.
Jason había entrado en los estados tropezando con un montón de papeles que tenía Sabrina en el suelo. El jaleo que montó el hijo de Júpiter fue lo suficientemente fuerte como para despertarlos a ambos, que aún seguían acurrucados en su pequeño colchón.
Por lo visto, fue lo primero que se le ocurrió preguntar a Jason para darles los buenos días. Las miradas de vergüenza y de confusión le hicieron tardar en comprender lo ocurrido unos pocos segundos en un silencio absoluto y miradas incómodas.
-Por los dioses - murmuró de repente entendiendo la situación - Eh tío, no le voy a decir nada a Hedge, no os preocupéis - Jason se pasó la mano por el pelo, nervioso e increíblemente incómodo. - Sólo venía a despertaros para la asamblea matutina.
Verdaderamente el entrenador Hedge era la menor de sus preocupaciones, pues no podía quitarse de encima los remordimientos que sentía y cargaba a sus espaldas. Y aún menos el juramento que la hizo Leo.
“No me separaré de ti nunca, Sabrina. Lo juro por la laguna Estigia” – retumbaba la voz de Leo sin parar en su cabeza, como si se tratase de un disco rayado.
Ese juramento descuadraba toda la profecía, toda la historia. Porque había usurpado el lugar de otra persona, porque se había enamorado de Leo. Intentó evitarlo, pero era demasiado difícil no hacerlo. Conocía cada pensamiento del semidiós, cada vivencia, hasta recordaba con el mismo dolor la muerte de su madre. ¿Cómo no enamorarse de la mente más brillante de todo el barco? Porque, aunque Annabeth fuera lista, aunque ella también lo fuera, ninguno de ellos había diseñado todo ese gigantesco barco, ni esas impresionantes armas, ni siquiera los “sencillos” paneles mágicos de la pared que todos miraban con nostalgia. Era una persona increíble, totalmente irreal para ella hacía unos meses.
Pero ahora lo tenía delante. Lo podría tocar si quisiera, o revolverle un poco más su pelo castaño. Eso no se podía hacer cuando sólo era un personaje de libro, imaginario, inofensivo para una mortal como ella. Ahora, por culpa de ella, quizás nunca ganarían esa guerra, quizás Leo no volvería a sus brazos... Todo por ser a ella a quien la hizo la promesa. Todo por dejarse enamorar.
Parpadeó desorientada unos segundos, al igual que Leo a su lado. Ninguno de los dos había prestado atención a lo que había estado diciendo Jason.
Leo frunció el entrecejo.
Oír la voz de Leo fuera de su cabeza la relajó lo suficiente para que se centrase en el tema y olvidara por unos segundos sus preocupaciones amorosas, y el juramento de la noche anterior.
Frank gruñó.
Leo hizo una pequeña mueca, probablemente visualizando a su tía Rosa y a la abuela de Frank estrangulándose en una pelea de gallinero.
Sabrina carraspeó haciéndose notar, dispuesta a seguir con su explicación. Lo que les faltaba es que esos dos pazguatos se tiraran también de los pelos.