Sabrina había dormido más de cuatro horas seguidas en cuanto llegó al barco. La despertó un dolor agudo en la pierna. Se había acabado el hechizo de curación. En Bolonia había hecho un apaño para que no la molestara mientras lidiaba con los enanos, pero una vez pasado el efecto... La sangre que había cortado con un leve hechizo estaba manchando el pequeño colchón que compartían Leo y Sabrina.
- Dioses... - murmuró exasperada.
Echó un vistazo rápido la herida, no tenía muy buena pinta. Buscó con la mirada a Leo y lo encontró dormido en su mesa de trabajo, probablemente acomodado encima de algún plano. No quiso despertarlo. Necesitaba dormir tanto como ella. Se las apañó para alcanzar su mochila y sacar un pequeño paquetito. Ambrosía. Se la tragó de golpe; Sabía a hollín y a canela, cómo los labios de Leo.
Pensar en Leo la frustraba. Porque eso significaba pensar en sus sentimientos, y no quería ni siquiera tocar ese tema. Esos sentimientos solo eran problemas que estaba intentando evitar a toda costa: no quería que la rondase por la cabeza ni el despertar de Gaia, ni Quínoe, ni mucho menos la isla de Ogigia.
La herida dejó de sangrar. Con un poco de suerte en unas horas la pierna estaría curada completamente. Agarró un pequeño botiquín blanco y se tapó la herida con una venda. Se levantó a duras penas y agarró una manta que había en una esquina. Se acercó a Leo lentamente para no despertarlo. Observó su rostro dormido, hubiera podido estar así por horas, mirando como dormía. Pero tristemente, tenía cosas más importantes que hacer y en las que meditar. Colocó con cuidado la manta por encima de Leo y besó su mejilla lentamente.
- Manos a la obra... - murmuró.
-♠♣♥♦-
Cuatro horas llevaba dando vueltas a la profecía y no sabía cómo podría arreglarlo. Si Leo no se enamoraba de Calipso, ¿qué podría pasar? Quizás se quedaba encerrado en la isla por estar enamorado de ella. Pero la pregunta del millón era; ¿Estaba realmente enamorado de ella? No lo sabía, y no podía correr riesgos. Sólo había una solución, por mucho que la destrozase, por mucho que le doliese, no veía otra opción.
Tendría que romperle el corazón.
-♠♣♥♦-
Cuando Sabrina abrió los ojos, se encontró de nuevo en su colchón. Se había quedado dormida mientras trabajaba y Leo la había llevado hasta allí par a que descansara. ¿Cómo podía tener un sueño tan profundo? Vio a su lado un pequeño papel doblado. Algo adormecida aún, desdobló el papel y leyó el mensaje;
"Hemos llegado a Venecia.
Asamblea General en la cubierta.
Leo."
No iba a subir a esa asamblea en la cubierta. No la necesitaban para nada, sabrían arreglárselas solos sin ella. Nico, Hazel y Frank hablarían con Triptólemo. Triptólemo convertiría a Nico en mazorca de maíz, Hazel estaría inconsciente prácticamente durante toda la visita y Frank exterminaría a todos los Catoblepas, unos molestos monstruos que invaden la cuidad de Venecia. Marte (o Ares) le dará su bendición y desarrollará una musculatura y unas fuerzas dignas de un dios. No la necesitaban, como había dicho antes. Siguió trabajando sin cesar, no podía perder ni un minuto. Cuando se quiso dar cuenta Leo ya había vuelto.
- No has subido. – dijo Leo haciendo una mueca.
- No.
- ¿Por qué? – preguntó Leo sentándose en su silla mientras dejaba en la mesa unos engranajes con los que había estado jugueteando.
Sabrina dudó unos instantes. ¿Qué le diría?
“Leo, no he subido porque no quería verte después de haber estado horas pensando cómo pisotear tus sentimientos”.
No, definitivamente no. Eso no era una opción. Decidió que lo más fácil era permanecer callada en un silencio absoluto.
Leo suspiro con resignación.
- ¿Qué ocurre Sabrina? – se acercó más a ella mirándola a los ojos intensamente – No me escondas nada, por favor...
Se sentó delante de ella en el colchón y apartó los papeles de Sabrina con cuidado. Cogió su mano dulcemente mirándola a los ojos. Estaba siendo más difícil para Sabrina de lo que estaba previsto. No quería hacerle daño, pero no había otra opción. La picaba los ojos, pero no se estaba dando cuenta de las lágrimas que surcaban su rostro. Leo acarició su mejilla limpiando las lágrimas.
- Sea lo que sea lo solucionaremos.
Ese fue el momento en el que Sabrina olvidó su plan, a Gea y a Calipso. Olvidó la profecía, lo que era correcto y lo que no. Sólo estaba ellos dos. Nadie más. Colocó sus manos alrededor de su cuello y acarició su nuca. Leo colocó las suyas en las caderas de Sabrina y se lamio los labios lentamente. Sabrina no pudo resistirlo y lo besó desesperada. Los labios de Leo se movían con timidez en los de Sabrina. Ella los abrió más dejando que la lengua de Leo bailara con la suya. Las manos de Leo entraron dentro de su camiseta acariciándola la espalda. Siguieron besándose, rebosando deseo. Todo era maravilloso, estaban en su burbuja de la felicidad, hasta que sus miles de problemas regresaron a su mente para estropearla el momento.