La jacaranda del diablo 3. La guerra.

Revelaciones

De regreso en Coyán, la familia Morero era ayudada por Yal para llevar las armas por mar y cielo con el fin de estar preparados para la guerra que se avecinaba.

Yal terminaba de hacer flotar las últimas armas cuando vio a Tulipa sentada sobre una roca, observando el océano, a pesar de que no hablaba más de ello, Yal sabía lo que había en su corazón. Aun ocupada en las estrategias con la dirigencia, se podía notar la depresión que Tulipa llevaba a cuestas.

―¿Aun lo extrañas? ―preguntó.

―No sé de qué me hablas ―Tulipa sonaba firme, pero triste.

―Lo siento, pensé que querrías hablar de ello.

―Te lo agradezco, pero estaré bien. Hablemos de otra cosa: sas dedicado estas mañanas a percibir nuevas visiones, ¿no es así?

―¡Lo he intentado! ―dijo Yal frunciendo el entrecejo―. Creo que no soy lo suficientemente fuerte.

―¿Por qué lo dices?

―He visto poco ―dijo Yal frunciendo los labios―, fragmentos fugaces de Yorg. Creo que mi destino es atacar de frente, pero no importa cuánto me concentre, la imagen de Silia siempre se aparece distrayéndome por completo.

―¿Silia? ―regañó Tulipa―. ¿Estás loco, Yal? ¡Estás con ella a diario!

―¡Ya lo sé! ―dijo él con frustración―. Mi abuelo tenía razón al regañarme por esta maldita obsesión con los ángeles, es tan fuerte que a veces la imagen de Acia también me acosa.

―¿De Acia? ―preguntó Tulipa, ceñuda.

―No entiendo que hay de malo en mí, maldita sea, si yo…

―Yal ―dijo ella incorporándose―, ¿y si tu visión te está diciendo que los ángeles te ayudarán a llegar a Yorg?

Yal abrió los ojos por completo, no se le había ocurrido. En la isla de las jacarandas también tuvo la distracción de la silueta de Silia y a final de cuentas fue ella quien le dio la solución en el veneno que utilizaría contra Yorg. El secreto de Silia era la clave, los ángeles eran capaces de emitir una energía que apaciguaba a los guerreros, podía usar esa energía para debilitar a las filas de Yorg en la ciudad imperial. Quizá su canto lograría distraerlos mientras atacaban ¿Cómo no se le había ocurrido?

―¡Amiga, eres un genio! ―celebró Yal besándola en la frente―. Llamaré a los demás guerreros para que recluten a sus ángeles, creo que nos serán útiles después de todo.

―Todo listo ―dijo Ivilec caminando hacia ellos―. Vamos a la cueva, pondremos lo más pesado en la pikaia para que los amonites no se hagan tan lentos.

El grupo partió hacia los manglares, se adentraron en la cueva y bajaron de los amonites en un muelle que Ivilec había improvisado para la pikaia. Tenían dificultades al subir un misil demasiado largo como para entrar por la cabeza de la nave submarina cuando un eco los hizo respingar, un hombre moreno estaba parado en el muelle apuntando con un arma. Su rostro lleno de ira y decepción posó su mirada en Tulipa. Detrás de él, una delgada figura con alas y cabellera color vainilla observaba boquiabierta.

―¡Satore! ―exclamó Tulipa sin aliento―. ¿Qué haces aquí?

―Iris me pidió que la acompañara a dejar flores en tu tumba ―dijo Zahir apretando los dientes―, me pareció buena idea pasar a saludar a tu familia, entonces te vi entrando a una nave parecida a las de Raello. Los ángeles subieron a un barco pesquero y decidí seguirlas para asegurarme que sólo había sido una alucinación provocada por el dolor de tu muerte.

―Satore, yo…

―Así que ―interrumpió el general Zahir tragando saliva con dificultad―, todo fue una farsa, sólo fui utilizado por una asquerosa rebelde.

―No, Satore ―dijo Tulipa―, no entiendes…

―¡Cállate! ―la voz de Zahir retumbó en la cueva, le arrojó al suelo el anillo que le había regalado en su cumpleaños anterior―. ¡Me utilizaste! Y yo que atesoraba este anillo como recuerdo de la mujer que más he amado en el mundo.

―Permítale explicarse, general ―suplicó Yal.

―Yalaid Sorlov, ¿su padre sabe que es parte de la rebelión?

―No ―dijo Yal de inmediato―, él no sabe nada.

―Todos vayan al fondo de la cueva, con las manos en alto ―ordenó Zahir. Tú, quédate donde estás ―dijo a Tulipa cuando comenzaba a caminar―. Si alguno intenta hacer algo, le volaré la cabeza a Tulipa. Y ni siquiera intentes hacer magia ―agregó al ver a Yal preparándose―, esta arma responde a los hechizos, si lanzas alguno, se disparará.

Todos caminaron hasta el oscuro fondo de la cueva, el general volteó a ver a Tulipa con el rostro descompuesto.

―Jamás había sido usado de este modo por una mujer ―dijo con voz ronca.

―Satore, nunca te…

―¡Cállate!

―¡Maldición, Satore! ―gritó Tulipa―, ¡déjame hablar!

―¿Hablar? ―gruñó Zahir―, ¿acaso crees que soy idiota? ¿Crees que puedes engañarme?

―¡No pretendo engañarte!

―Por favor, Satore ―suplicó Iris―, déjala explicarse.

―Tienes cinco minutos para convencerme de no matarte aquí mismo ―dijo Zahir. Tulipa hizo un puchero, observándolo con desprecio.




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