Capítulo dedicado a las noches de karaoke en plena pandemia con mi familia, pues mantuvieron mi ánimo arriba ♥
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23. Yo no canto.
Reviso con desinterés mi teléfono al terminar de enviar tanto a Omi como a Victoria mi ubicación.
Fui al apartamento, prometo que me puse a trabajar e intenté quedarme ahí sin pensar en nada, pero no me pude concentrar. No dejaba de repasar en mi mente los últimos dos años, en la última semana en particular, en cuánto merezco esto y en Luca.
Quiero embriagarme para luchar contra la necesidad de ir a buscar a Luca, es eso o comer de forma incontrolada, e iba a ir a Ta-tacontento, pero lo cerraron el año pasado y de todos modos puede que por cómo me siento un bar sea mejor opción.
¿Y cómo me siento? Un completo fracaso. Un fraude.
Peiné mi cabello en una cola alta y me cambié la ropa ejecutiva por una blusa de rayas, vaqueros y sandalias de tacón corrido para estar más cómoda. Esta noche no soy Ivanna Rojo, soy simplemente Ivanna, la mujer que lo tiene todo, excepto lo que más le importa.
«Hoy más que nunca desearía hablar con papá».
—¿Qué haces? —pregunta Omi de pie a un metro de mi mesa, acaba de llegar y como cosa rara demuestra precaución.
Hay cuatro botellas conmigo, una de tequila, una de ron, otra de whisky y una cuarta de vodka.
—El especial Ivanna Rojo —digo, mezclándolo todo en un vaso—. Es mi segunda copa.
—Caerás en coma —masculla con nerviosismo Omi, tomando asiento en el banco a mi lado.
Arqueo una ceja.
—Esa es la idea.
Tiene el cabello húmedo, señal de que se acaba de bañar y otra vez mantiene su barba a medio rasurar. Por lo demás, lleva puesta una camisa blanca abierta hasta la mitad, vaqueros y mocasines. Le gusta vestir de forma despreocupada, como si estuviera en la playa o en lugar de deportista extremo fuese modelo de camisas blancas ajustadas.
—Tengo mucha resistencia al alcohol —le explico al notar que no deja de ver con censura las botellas—. Mucha. Beber un solo tipo de licor no me hace nada.
—Entiendo eso. Pero ¿qué pasó?
Dejo caer los hombros. ¿Por dónde empiezo?
—Nada que no me merezca —Lo digo con dolor.
—Déjame adivinar —ríe, sarcástico—: Llamaditas.
Mi silencio es la respuesta.
—Sabes, apenas te conozco desde hace una semana y te he visto más deprimida que feliz por él. —Omi llama con un gesto de su mano al mesero para que le traiga su propio vaso—. Y no se necesita ser un genio para percatarte de que eso no es buena señal. Dale un boleto sin retorno a la mierda, que se pudra, ¡por Dios! Tú no lo necesitas —Está tan molesto que mueve sus manos al hablar—. Mírate, eres una mujer increíblemente hermosa, exitosa y por completo dueña de si misma, mientras él un mequetrefe con cara de apenas haber salido de la universidad.
—No es un mequetrefe —defiendo, dando el primer trago a mi segundo vaso «¡Sabe amargo!»—, y no tienes idea de cuánto me amaba.
—¿En pasado? —pregunta Omi y vuelvo a llorar.
»Explícame qué paso —pide y busco mi teléfono para mostrarle las fotografías.
»Esto es porque te propuse pasar la noche juntos, ¿cierto? —concluye, repasando una fotografía tras otra todo—. Por lo que platicamos anoche cuando estaba en tu apartamento.
Mis hombros continúan abajo.
—Eso creo.
—Nada de «creo» —zanja Omi queriendo lanzar lejos mi teléfono—. Es por eso.
—Se supone que lo nuestro es solo sexo, pero... —Me siento estúpida al intentar explicar.
—Con el «Se supone» basta —ríe Omi, aunque sin una pizca de humor—. Ya me dijiste que él no tiene «novias».
—No. Eso dijo.
—Pero te cela conmigo —señala Omi y esbozo un gesto afirmativo—. ¿Qué clase de basura es tan incoherente consigo mismo? —agrega a su queja y reprimo un suspiro.
»Te quiere volver loca.
—Sin duda —sonrío, triste.
Echo otro chorro de vodka al vaso antes de dar otro trago.
—¿No es más fácil y sabría mejor beber de un solo tipo a la vez? —se queja Omi, sirviéndose solo vodka—. Al mismo tiempo, estoy de acuerdo, pero separados.
Vuelvo a asentir.
—Los últimos días han sido difíciles. No me juzgues por favor.
—Yo no hago eso —asegura, alcanzando mi mano libre para sujetarla—. Pero no me voy a poner a beber de más contigo hoy. Uno de los dos tiene que conservar la cabeza en su lugar si estaremos fuera de mi casa o tu apartamento.
—Cuando ya no pueda ni ponerme de pie puedes llevarme a cualquiera de los dos sitios para sobrepasarte conmigo —lo desafío.
Omi me hace verlo a los ojos y aprieta con devoción mi mano al volver a hablar:
—Jamás haría eso.
Agacho la cabeza.
—Cuando anoche te dije que simplemente podemos sentarnos y hablar, fui sincero —continúa—. Eres una excelente compañía.
—No estoy acostumbrada a que me digan eso —reconozco y Omi vuelve a enfadarse—. Y no me refiero a «Llamaditas» —lo tranquilizo—, y otro par más de excepciones... De hecho, eso, en parte, fue lo que me enamoró de «Llamaditas», que él era-e-es diferente —balbuceo.
—Primero dijiste «era» —señala Omi y vuelvo a dejar caer mis hombros.
—Me siento completamente perdida. En total descontrol —reconozco, queriéndolo gritar—. Y con mucho dolor dentro. No sé cuánto tiempo lleva ahí ese dolor.
—Comprendo eso —suspira Omi—. Y deberías ir conmigo a Tailandia. Al menos para distraerte. —insiste, volviendo a apretar con afecto mi mano—. Tampoco tiene que haber sexo; te lo prometo... Sin embargo —suelta mi mano y adopta una postura más relajada—. A «Llamaditas» sí le diremos que hubo mucho sexo, que transpiramos como nunca sobre la arena y hasta follamos dentro de templos.
—Pensé que me iba a pedir no ir —digo, avergonzada de mi misma—. Pensé que... sería una buena forma de hacerlo reaccionar.