La Jugada

Capítulo 4

    Estaba mareada. Todo mi cuerpo sudaba y, si estuviese de pie, mis rodillas temblarían hasta el punto de caer de bruces contra el suelo. Por sobre todo lo que sentía, el miedo era lo único que podía dar nombre.

    Estaba endemoniadamente asustada, sí. No tenía idea de cómo terminaba en situaciones como éstas.

    Había algo que podría llegar a ser divertido entre todo lo que estaba pasando, y eran los tres gorilas que nos habían tomado. Literalmente parecían no saber qué estaban haciendo; primero habían sellado nuestras bocas, luego habían amarrado nuestras manos y nos arrinconaron en la camioneta. Después, uno de ellos –el que había identificado como “El Bueno”- había soltado el amarre en nuestras manos, preguntado si estábamos incómodas en aquella posición e, inclusive, se tomó la molestia de curar una herida en la mano de Fiorella producto de la botella que había quebrado. Sea quien sea, le estaba guardando menos rencor que a los otros dos idiotas.

    El más alto de todos –bautizado como “El Estúpido”- era quien conducía el vehículo y no sabía en qué dirección debía ir. Se volteaba cada que había una intersección y, el último chico, -quien era “El Malo”- gritaba alguna maldición sin decirle, realmente, hacia dónde tenía que dirigirse.

    Por aquella razón podía jurar que estábamos dando vueltas en círculos. He visto la suficiente cantidad de películas de acción para estar un poco orientada en cómo se supone uno debe reaccionar en situaciones como éstas.

    Traté de contar las calles, cada cuánto girábamos y hacia qué dirección, por lo tanto, sabía que ya habíamos dado cuatro vueltas hacia la izquierda y podía apostar lo que fuese a que estábamos pasando justo por la fachada del hotel. No quería morir así, y si tenía que aplicar cada uno de los conocimientos que había adquirido después de ver tantas películas, lo haría.

    Tomando en cuenta lo estúpidos que eran éstos chicos y lo bizarro que había sido todo, Fiorella era lo que más me aterraba. La chica miraba todo como si ella misma lo hubiese planeado, con una chispa de emoción en su mirada. No había una gota de sudor en su frente y se veía bastante cómoda.

 

— Eh, Carl, creo que tenemos un problema — habló débilmente El Estúpido, rompiendo abruptamente el tenso silencio en el que estábamos sumergidos.

 

— ¡Con un demonio, Drew! ¡Lo primero que te dije es que no debías llamarme por mi nombre! — vociferó el supuesto Carl, quien era El Malo, cabe destacar.

 

    Fiorella rió sin retenerse, ganándose una mirada de odio por parte de ambos chicos.

 

— ¡¿De qué te ríes, maldita?! — Carl se levantó y se acercó de manera amenazante hacia ella.

 

— De lo mediocres que son ustedes — su voz sonaba relajada, como si todo esto fuese algo que le ocurriera todos los días. Así, atada de manos, con una mordaza suelta en la boca y sentada a merced de tres hombres gigantes, Fiorella se veía como la más peligrosa en el vehículo.

 

    Admiraba su seguridad.

 

— Carl… — susurró el único chico del que todavía no sabía el nombre—. El jefe dijo que no debíamos hacerles daño.

 

    Carl miró con odio a Fiorella, quien a su vez lo miraba con superioridad. Golpeó con su puño un costado de la camioneta, causando un estruendo.

 

— Dijo que no debíamos dañar a la puta rubia, no habló acerca de su amiguita… — se volteó en mi dirección y acarició con delicadeza mi barbilla, tentándome.

 

    De un momento a otro, reparé en lo vulnerable que era y en lo riesgoso que realmente era todo esto. Mi vida pendía de un hilo y mi faceta de chica valiente estaba cayendo poco a poco; sentí las lágrimas apiñarse en mis ojos y luchando por salir. No sabía lo que aquellos neandertales podían hacerme, y no estaba preparada para afrontarlo. Seguramente me quebraría como una muñeca de porcelana en cuanto me pusiesen una mano encima.

    Es vergonzoso recordar lo vulnerable que era en aquel tiempo.

    Bajé la mirada, cerré los ojos y esperé a que lo peor, preparándome mentalmente para soportar lo que venía.

 

— No le harás nada — la potente voz de Fiorella resonó entre las paredes metálicas de la camioneta, casi como si fuese una orden.

 

— ¿Quién crees que eres para darme órdenes? — refutó, inflando su pecho y mirándola con burla. Se acercó peligrosamente a mí y tomó mi cabello de un tirón—. ¿Realmente piensas que todos en el mundo están a tus pies?

 

    Ella sonrió, su castaña mirada era tan intensa que era imposible sostenerla por más de treinta segundos. Carl apretó el agarre en mi cabello y me acercó a su rostro enmascarado, su pesada respiración rozando mi nariz erizó todo el vello de mi cuerpo.



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En el texto hay: mafia, amor, muerte

Editado: 21.02.2019

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