A lo largo de la obra se hará mención en repetidas ocasiones del lenguaje de las flores para resaltar emociones, pensamientos, sentimientos o hasta determinados eventos futuros. Al principio de cada capítulo se mostrará “la flor del capítulo” y determinará cual es la emoción principal de la parte.
En caso de hacer mención de más flores sus significados estarán al final del capítulo.
Ward, M., & Compañía. (1877). “The language and poetry of flowers.”
CAPITULO II:
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Lychnis chalcedonica, también conocida como "Fuego del Malabar" o "Flor de Jerusalén", es una planta nativa de Europa y Asia occidental. Pertenece a la familia Caryophyllaceae. Sus flores, su característica principal, se agrupan en cabezas globosas y cada flor tiene cinco pétalos de un color rojo escarlata brillante.
La flor representa a los “ojos bañados por el sol”, ojos que brillan con calidez y alegría, ojos que dejan una huella luminosa y que reflejan brillo cálido.
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Mi intención había sido dormir solo un par de horas, quizás tres, pero cuando sentí mi boca otra vez seca, mi cuerpo bañado en sudor y no supe con exactitud qué día era entendí que quizás había dormido un poco más de la cuenta.
Cuando me desperté el sol estaba a todo lo que da, lo que significaba que debía de ser por la tarde, quizás las tres.
Con pereza y otra vez hambre me senté en la cama. Bostecé y traté de desentumir mis brazos —porque al parecer me había dormido sobre ellos— y miré todo a mi alrededor con la boca seca y menos ganas de las que me habría gustado.
Nada había cambiado, incluso mi maleta seguía tirada donde la había dejado esta mañana. El viejo, pero aun funcional reloj en la mesita de noche marcaba las tres en punto. Suspiré con molestia, luego de despertarme de una siesta siempre me sentía gruñón, con hambre y aún más cansado que antes. Decidí, entonces que era momento de levantarme, estirar las piernas y quitarme el enojo post siesta de la tarde.
Me levanté con cuidado de no pisar mi maleta —o cualquier otra cosa que pudiese haberle pertenecido al anterior dueño de la alcoba— y me puse de pie, sintiendo como mis músculos protestaban por la postura tan extraña en la que dormí.
Un bostezo escapó de mis labios mientras frotaba mis ojos y estiré mi espalda con otro suspiro, ahora uno de alivio. Mirando todo a mi alrededor hasta me dio gusto que la habitación siguiese sumergida en el mismo silencio que cuando me fui a dormir, siendo solo interrumpido por el molesto tic-tac del viejo e inmenso reloj de pared.
Me rasqué mi cuello y pasé mi lengua por mis dientes, incomodo cuando mi estomago comenzó a rugir con ganas. Vamos, Septiembre. Tienes que comer antes de que te de gastritis otra vez.
Determinado a no desmayarme por un bajón de azúcar me encaminé con paso perezoso hacia las puertas de mi recamara, pero casi por instinto desvié mi mirada hacia el ventanal, por donde los molestos rayos de sol se filtraban y fruncí mi ceño. La luz siempre me había resultado especialmente molesta y parece que, entre todas las habitaciones, yo terminé escogiendo la única a la que le daba el puto sol de la tarde.
Tendré que hacer algo al respecto… ¿En las tiendas de segunda venderán cortinas del tamaño de estos ventanales? O quizás hace siglos dejaron de hacer cortinas tan grandes, cosa que, siendo honesto, no me sorprendería.
Por mera curiosidad detuve mis pasos en seco y reflexioné durante un par de segundos acerca de lo anterior. Quizás mi recamara fuera extraña a más no poder y fuera innecesariamente gigante, pero tenía que reconocer que era muy afortunado de tener la oportunidad de ver unos ventanales como estos, pues son enormes y llenos de detalles grabados en mármol que —estoy seguro— ya no fabrican.
Además, el piano al final de la habitación le daba un plus bastante grande.
Luego de unos segundos decidí acercarme a las ventanas, sólo para poder apreciarlas bien, pero cuando estuve más cerca me quedé paralizado. Eché un breve vistazo hacia la vista que había en la parte trasera del castillo, luego volví a mirar otra vez y acerqué mi cuerpo inmediatamente hacia el ventanal, apoyando mis brazos sobre las barandas de metal del balcón y sacando la mitad de mi cuerpo, incrédulo de lo que estaba viendo.
Abrí grandes mis ojos y boca cuando, desde mi enorme ventana pude ver los mismos árboles feos y altos que bordeaban el castillo, pero al mirar más allá pude apreciar el inicio de un hermoso jardín lleno de flores. Me tallé los ojos, sin creer lo que estaba viendo.
¡Pero! ¡¿Cómo?! ¡En este castillo abandonado no debería de haber forma o nutrientes para que un jardín entero floreciera!
Mi cara debía de ser un poema, y con los nervios a flor de piel salí pitando de mi habitación. Poco me importó estar descalzo o que el castillo siguiera siendo un lugar desconocido para mí, yo, el ñoño más ñoño, debía ver ese jardín.
Reconozco sin vergüenza que me perdí un poco por las escaleras e interminables pasillos, pues el patio trasero era una zona a la que yo nunca había ido, pero eventualmente terminé por encontrar mi camino de salida.
Tras aquella maratón de subidas y bajadas me sentía exhausto, cansado de correr tantísimo. Mi pecho se inflaba y se desinflaba, y en algún punto comencé a caminar para intentar calmarme.
En mi defensa sólo puedo argumentar que muchachos como yo somos de porcelana, y si el viento sopla muy fuerte me arrastra consigo.