La ley de Amara

Capítulo 70

AMARA CORTÉS.

 

Mamá coge mi mano. Quiere que tengamos privacidad, ya que todos nos están notando como si fuéramos un show. Caminamos hasta sentarnos en un banco alejadas de allí.

 

— Mi pequeña, la felicidad que se lucha, es más satisfactoria.

 

— Yo... —Bajo la cabeza. Realmente no sé qué sentir. — Mamá, le hacen daño a las personas por mi culpa.

 

— No es culpa tuya. Escúchame muy atentamente. Están haciendo daño porque quieren hacer contigo lo que no consiguieron hacer con tu padre.

 

— Ojalá estuviera aquí. —Echo la cabeza sobre su hombro, desliza la mano por mi cabeza y sonrío. — Me diría que Aaron es una bellísima persona, y que lo que me hace feliz, a él también.

 

— Estoy segura de que sería así. Tu padre te amaba con todo su corazón.

 

— Lo extraño. —Al instante los ojos se me llenan de lágrimas— No soporto su ausencia.

 

— Yo tampoco.

 

Cada día que pasa todo es más difícil. Su ausencia me daña y me rompe un poco más. Daría todo por recibir un abrazo de mi padre, por escuchar su voz.

 

Las dos volvemos dentro, dormiremos juntas, ya que el resto de habitaciones están ocupadas, y la verdad, lo prefiero. No confío en ninguna persona de mi entorno, solamente en mi madre. Todos tienen malas respuestas, malas miradas, hacen que la hospitalidad resulte imposible de conseguir.

 

AARON MARTÍNEZ.

 

Los golpes provocan que no pueda dormir en toda la noche. Estoy lleno de moretones y heridas.

 

No dejo de pensar en lo malas que pueden ser las personas para llegar hasta el punto de agredir a alguien, sobre todo, para hacerlo con la intención de apresurar o mejor dicho, exigir una boda.

 

8:00 am.

 

— ¿Cómo estás? —Pregunta Pablo desde el suelo. Insistió en dejarme la cama para mí, porque después de lo que sucedió pensaba que podría descansar.

 

— Dolorido.

 

— ¿Crees qué vas a poder ir con Amara?

 

— Créeme, si no voy, viene ella. No quiero seguir preocupándola, necesita ver que estoy bien para creerlo.

 

— No quieres un nuevo conflicto con su familia.

 

— No quiero que ella siga sufriendo.

 

Los dos desayunamos juntos, hablamos de todo lo que está sucediendo y de mis intenciones con Amara. Lógicamente la quiero para siempre. Es la persona con la que he hecho muchas cosas por primera vez, como por ejemplo: enamorarme a primera vista. Fue la primera vez que alguien entró en mi corazón como una bala.

 

Pablo me acompaña, me duele conducir, aunque realmente necesito que ella vea que estoy bien y no se preocupe. Quedo con ella en la puerta. Cuando llego, ella está sentada en un bordillo esperándome.

 

— Hey.

 

Corre a mis brazos.

 

— ¿Qué te han hecho? —Pregunta en mi oído— No tenían derecho.

 

— Ellos creen que con golpes van a eliminar mis sentimientos por ti.

 

— No voy a permitir que vuelvan a hacerlo —Abro la boca para decirle algo— no, no vas a hacerme cambiar de opinión. En este momento vamos a decirle lo que merecen oír.

 

— Amara.

 

— Estoy harta Aaron. Pegarte a ti ha sido cruzar el límite de mi paciencia.

 

Decido que tiene razón. Que no podemos permitir que ellos consigan lo que quieren.

 

Pablo decide acompañarnos, pues, yo no estoy en condiciones para conducir y él desea estar presente cuando Amara ponga a toda su familia en su lugar.

 

Hoy mi niña esta guerrera, hoy, está invencible.

 

No espera a que Pablo aparque, baja del coche en cuanto él disminuye la velocidad para hacerlo. Camina furiosa, aceleradamente, y justo al borde del porche grita: ¡Abuelo! Lo que llaman la atención de todos y salen expectantes; su tío, su tía, sus primas y su abuelo. Ellos aparentemente están sorprendidos, pero creo que el único que está fingiendo, es su abuelo. Los primos sin embargo, no están.

 

— ¿Por qué gritas? —Pregunta el señor Cortés sosteniéndose en el bastón.— Estas desterrada, no deberías pisar el suelo de mi casa.

 

— ¿De verdad estoy desterrada? Sería todo un gusto, te lo prometo, pero hay un problema.

 

— ¿De verdad?

 

— ¡Has mandado agredir a mi novio! —Le grita ella, acusándolo directamente y sin hacer rodeos. — Has enviado a los trogloditas de tus nietos para amenazarlo.

 

— No sé de que estás hablando. No tengo tiempo para ridiculeces, vuelve cuando estes dispuesta a limpiar nuestro apellido y casarte.

 

Ella se enfada mucho más, le cojo la mano y me posiciono a su lado. Todos nos miran. Estamos desafiándolo todo para estar juntos y poniéndonos delante de cualquiera.

 

Rio.

 

Frunce el ceño.

 

— Jamás voy a casarme por obligación.

 

— ¿Piensas vivir de manera liberal? —Pregunta usando sus pensamientos retrógrados.

 

— Pienso vivir según mis creencias, mis pensamientos y mis decisiones. Así que, como vuelvas a enviar, amenazar o golpear a Aaron, te juro que la próxima vez que te denuncie, será de manera definitiva y permanente. Te arrepentirás de todo.

 

Él ríe.

 

— Amara, deberías irte. —Aconseja José, su tío.

 

— Si. Sería de mala suerte que alguien llame a la policía. —Dice su abuelo, en un tono amenazante.

 

— Atrévete, te acusaré de todo. —Lo amenaza ella— No te saldrás con la tuya.

 

Él permanece divertido por la situación. No teme por las amenazas de Amara, solo ríe, regocijándose, pero sin confesar nada.

 

— Mire. No sé si a sido usted. No tengo ni idea si ha enviado a sus matones para hacerme daño e intentar obligarme a abandonar a su nieta, pero déjame decirte algo. Nunca lo haré, jamás la abandonaré, siempre estaré con ella porque la amo, y si algún día debemos separarnos, será porque así lo decidamos, no porque una panda de imbéciles quieran obligarme a hacerlo. Espero que le quede lo suficientemente claro, lo acepte y nos deje vivir nuestra vida.



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En el texto hay: romance, drama, ley gitana

Editado: 15.06.2023

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