Horas habían pasado desde que los guardias de Ernesto habían entrado en la ciudad de Montes. Gritos y golpes se podían oír dentro, fuera e incluso lejos de la ciudad pues los pocos guardias que quedaban fieles a Cristóbal, los pocos que no habían sido asesinados desde dentro por los soldados de Sergio opusieron resistencia pero fueron derrotados y, con ellos, la batalla fue perdida.
Ernesto esperaba fuera de la ciudad en una tienda de campaña improvisada con unos cuantos soldados.
Campamento de Ernesto
Su verde traje con una capa que le llegaba hasta las rodillas, su castaño cabello hasta los hombros y sus largos zapatos marrones, ninguno de sus objetos superaba en estilo a su cetro, y lo más importante, ninguno lo superaba en poder.
Cetro De Fuego
Ernesto no había hecho otra cosa que no fuera sentarse frente a su mesa desde que sus soldados habían entrado en la capital, los llantos y golpes ya habían dejado de oírse minutos atrás y, por fin, uno de los guardias entró en la tienda del nuevo candidato a la corona.
-Todo listo, señor
Ernesto sin mediar palabra se levantó, cogió su cetro y, custodiado por unos cuantos de sus soldados, caminó a través de la ciudad viendo los restos de la batalla. Algunos soldados, no muchos, se encontraban muertos en las vacías calles, la gente observaba desde las ventanas y el silencio reinaba en el lugar, un silencio que no se percibía desde hace siglos, si es que alguna vez hubo tal silencio.
Tras un largo paseo llegaron al castillo. No había sufrido daño severo, sólo algunos cristales rotos, arbustos y estatuas, lo más difícil de reparar sería el color de la sangre que los cubría. El castillo representaba lo que había ocurrido allí, no había sido una batalla, había sido una masacre. Los cadáveres de los soldados de Cristóbal se podían ver sin importar hacia donde se dirigiera la vista, unos colgando de ventanas, otros en los arbustos, otros en el suelo. Ernesto intentaba evitar no verlos y centrarse en su único objeto: llegar al salón del trono. Por fin llegó, algunos de sus máximos generales se encontraban allí, el salón había sido limpiado y preparado para su llegada y, nada más entrar, todos se arrodillaron.
Ernesto trataba de dar una lección de humildad a aquella gente que allí se encontraban.
Tres soldados salieron en busca de la mujer a la par que su rey acariciaba dulcemente el trono apoyando su cetro en él.
Mientras pronunciaba estas palabras agarró de nuevo su cetro que comenzó a irradiar una potente luz roja y sus ojos verdes se tronaron granates.
Ernesto dejó de mirar el trono para mirar al chico haciendo que sus ojos volvieran a su color original y la fuerte luz del cetro se debilitase.
El soldado condujo a Ernesto a través del castillo para luego bajar por unas escaleras bastante largas hasta situarse en una zona subterránea al castillo, una zona carente de luz que iba siendo iluminada por el cetro de Ernesto hasta llegar a una enorme sala rebosante de luz, una luz procedente de una enorme esfera en el centro del lugar. La esfera era dorada. Ernesto no podía ocultar su sonrisa.
En las paredes había pinturas que ilustraban conocidos sucesos de la historia de Los Busgos y otros no tan conocidos. Lo curioso de aquellas pinturas no era que ilustrasen el pasado, era que ilustraban acontecimientos que aún no habían sucedido como gente corriendo atemorizada, esa misma gente cubierta de una extraña niebla negra y, el más llamativo de todos, un dibujo que se encontraba en el techo situándose el centro de todas las pinturas. En ella se podía ver una enorme sombra con cuernos y forma humanoide flotando sin piernas y extendiendo los brazos. A Ernesto no parecieron importarle mucho aquellos dibujos:
Editado: 06.04.2020