La leyenda de los Ignis | #2 |

Capítulo 38. ¿Un cuento para niños?

María entreabrió los ojos. Sabía que ya era la hora de irse a clase, pero se había quedado toda la noche revisando el libro de principio a fin. No entendía qué le pasaba a ese maldito libro. Parecía un cuento infantil y no había ni rastro de lo que había visto cuando se había colado en la habitación de Javier Jaquinot. ¿A dónde habían ido a parar todos esos apuntes a mano que ella había divisado? Además, aunque todo hubiese sido fruto de su imaginación no tenía ningún sentido de que el señor Jaquinot tuviese un cuento infantil en su cuarto, y mucho menos que lo estuviese leyendo. ¿Se habría equivocado de libro?, ¿el Domador se habría dado cuenta de que que ella estaba fisgoneando en su cuarto y le había dado el cambiazo para darle una lección?, ¿Bruno lo sabría? La cabeza comenzaba a darle vueltas. El no dormir le estaba pasando factura.

Cerró el libro, lo guardó en el cajón de su mesilla, se puso unas zapatillas y salió a toda prisa hacia la clase. No había tenido tiempo de mirar qué clase era o con quien, pero no quería llegar tarde a la primera y volver a empezar con el pie izquierdo. Ahora era una Ignis, no una anormalidad, así que no tenían porque tratarla diferente que al resto.

—¡Frena! —gritó Bruno divertido mientras la agarraba del brazo.

—No quiero llegar tarde a la primera clase —respondió ella agobiada sin desacelerar el paso.

—María, la primera clase es aquí y aun quedan cinco minutos, tranquila —le dijo mientras entraban juntos.

Ella miró el número del aula y su reloj. Como de costumbre Bruno tenía razón.

Él se quedó un segundo mirándola en silencio.

—Tienes un aspecto horrible.

Esas palabras ofendieron a María. Eran ciertas, llevaba el pelo sin peinar, la cara sin lavar, unas ojeras de varias noches sin dormir y ni siquiera se había preocupado de si la ropa conjuntaba o no, pero aun así, un novio no podía decir esas cosas.

—Tú tampoco es que seas un adonis —mintió ella provocando una carcajada en él.

—No te enfades —dijo entre risas mientras la cogía de forma suave por los hombros y la obligaba a mirarlo—. Sabes que eres preciosa, pero estoy preocupado. Últimamente te pegas el día sola en tu habitación y ahora mírate, se nota que estás completamente ida —añadió de forma seria.

María se mordió el labio inferior. Estaba agotada de llevar el secreto sola, pero por otra parte sentía miedo de confesarle la verdad. Con Bruno nunca se sabía, podía alegrarse de que le hubiese robado a su padre o podía cogerse el mayor enfado del mundo.

—Ey, mi pequeña mariposa, sabes que puedes contarme lo que sea —le dijo besándola tiernamente.

Esas palabras rompieron todas sus barreras. Pudo ser la falta de sueño, de contacto, ese apodo tan tierno que seguía sin comprender o el simple hecho de que la sola presencia del Domador la embriagaba, pero María se decidió a compartir su secreto. O al menos a compartirlo a medias.

—Bruno, tienes que prometerme que no dirás nada a nadie —le pidió.

Él asintió con la cabeza, podía confiar en él.

—Ni siquiera a Nicky —añadió ella.

Quería mucho a su amiga, pero sabía la adoración que esta sentía por su padre y si se enteraba estaba segura de que se lo contaría al señor Jaquinot.

Bruno la miró confundido, ¿qué tenía que ver su hermana en esto?, y ¿por qué no podía contárselo? Él jamás le había ocultado nada a Nicky, no era capaz de hacerlo.

—Bruno, prométemelo —insistió ella.

Hubo unos minutos de silencio y María sintió que Bruno no accedería, pero finalmente lo prometió.

—Tengo un libro —comenzó ella—. Es un libro de la historia de los Ignis y...

Las carcajadas de Bruno interrumpieron a María provocando el enfado de esta. ¿Se había atrevido a confiar en él y el Domador se reía de ella?

—Olvídalo —dijo la rubia molesta.

—No te enfades María, pero hay mil libros así. Mi padre solía leernos uno cuando éramos niños. Son cuentos infantiles —le explicó—. Leyendas que se escriben para asustar y entretener a los niños —añadió encogiéndose de hombros.

—Pero, parecía tan real —respondió ella desviando la mirada.

Esa cara de desilusión destrozó a Bruno. No se había puesto a pensar lo importante que era para María conocer sus orígenes...

—A ver, dime quién es el autor, quizá te pueda echar una mano —dijo tratando de animarla.

María torció el labio. Todo había sido para nada. Un cuento infantil...

—No lo pone. Tan solo hay un fondo oscuro con unos brillos dorados —respondió la Ignis.

La cara de Bruno cambió por completo.

—¿Cómo has conseguido el libro? —preguntó preocupado.



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En el texto hay: internado, drama y romance, dragones

Editado: 23.09.2018

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