El 31 de mayo de 1970, en la provincia de Yungay, departamento de Áncash de mi querido Perú, sucedió uno de los desastres naturales más trágicos de la historia, un gran sismo abatió mi pueblo provocando que un gran bloque de hielo se desprenda del Huascarán, barriendo todo a su paso y dejando a todo el valle de Llanganuco en un desolado desierto de lodo. Muchas personas desaparecieron, jóvenes y ancianos que no pudieron alejarse lo suficiente de la gran masa de lodo perecieron bajo la ira de la naturaleza. Ese día mi padre estaba a punto de inundar la hacienda que nos albergó desde que nacimos, que nos vio crecer y que además nos arrebató nuestro lado más humano, dejándonos con un gran sentimiento de culpa, ¿sería este nuestro castigo por falta de gratitud o sería un regalo de Dios quien ponía fin de la esclavitud?
Todo era oscuro, no podía ver, no me podía mover, a duras penas oía que voz repetía la voz de mi madre, ¡Luisa!... ¡Luisa!, mi padre, logró sobrevivir al holocausto y vino por nosotros, desenterró a mi madre completamente desnuda y luego me encontró bajo una rocas bañado en sangre, el lugar se había convertido de repente en un infierno, todo lo bello antes visto ya no existía, todos nuestras vivencias desaparecieron, nuestra fuente de vida, y lo que quizas hasta el día de hoy lamento, tampoco estaba, muchos sobrevivientes buscaban sin parar, pero era inutil, mi hermano había desaparecido.
Cuando recuperé el conocimiento nos encontrábamos en un lugar lejos de la hacienda, un lugar donde estaríamos a salvo de cualquier otro episodio igual a ese, un lugar que además de ser seguro, nos mostraba lo fatal y desastroso de aquella tragedia, estábamos en la cima de una colina ubicada sobre la ciudad, desde allí podíamos ver como en un instante el lugar más hermoso del callejón de Huaylas se convertía en un lugar desgraciado y desolado, provocando una gran tristeza entre nosotros, los lamentos se escuchaban a lo lejos, pero nada podíamos hacer, la noche nos invadió desde muy temprano y los lamentos cesaron con el tiempo.
Ese día nos libramos de Don Antonio por completo ya que no había forma de que mande a sus rufianes por nosotros, pero eso no era suficiente para quitarnos la pena de encima, mi madre pidió que nos alejemos aún más del lugar, que no era suficiente si todavía estábamos frente al Huascarán, quería que salgamos lo más lejos posible, pero no teníamos los recursos, incluso antes de la desgracia no contábamos con las posibilidades para hacer tal cosa, menos en ese momento que lo único que teníamos eran prendas desgarradas y trapos sucios que rescatamos.
La hacienda, desapareció por completo, junto a ella las tantas vidas que se sacrificaron por que sea lo que fue, un respetado imperio, el tamaño de la hacienda no se comparaba con ninguna otra. Don Antonio la denominaba su fortaleza, siempre mencionaba que había un luz que lo alimentaba y que sin ella todo se destruiría y dejaría de existir, una luz que sólo Dios podría apagar, y así fue, la señorita Laia pereció con la hacienda, nadie podía imaginar la angustia que debió vivir antes del fin, ahora yace en su tumba, misma que fue su hogar estando viva.
Con el pasar de los años, el lugar donde se ubicaba la hacienda ahora es un pequeño lago en medio del bosque, mucha gente lo visita y disfruta de la naturaleza renacida, las nuevas plantas y las aguas limpias decorado con una gran roca en el lugar del patio principal de la antigua hacienda, un lugar nuevo sobre la sangre de mucha gente que solo es recordado por la luna llena.
Cuenta la leyenda, que cada día de luna llena sale de las profundidades del lago una hermosa mujer de cabello dorado se posa sobre la roca más alta cerca al pantano y peina su melena obsequiando su belleza a la inmensa naturaleza, luego de tal espectáculo se sumerge y se oyen los unos gritos desgarradores, gritos de la gente a quienes les arrancaron la piel y rociaron con sal sus heridas.
FIN