La liga ciudadana

Capítulo 10: Buena, obediente y callada

11:00h

Eir tomaba de su bebida mientras disfrutaba de la música y pensaba. Todavía no tenía un plan para acercarse a los jóvenes de blanco. Quizás solicitaría ayuda a Kolson.

Observó a los integrantes del balcón real. No vigilaban a ningún hombre en específico. La reina parecía aburrida, mientras el rey Khor y el capitán general Kincaid conversaban sutilmente. La burbuja que la rodeaba desde que entró, pareció desinflarse, sintiendo la rabia correr por sus venas. Como odiaba verlos allí, tan tranquilos.

Desvió aquel sentimiento hacia un blanco más fácil, los camareros Baconianos que hacían levitar botellas y copas, tras la pequeña mesa. 

— ¿Para esto utilizáis vuestros poderes? ¿Sabéis cuántos neoesclavos mueren al día por no poder levantar piedras de 100 kilogramos? ¿Sabéis lo fácil que os resultaría a vosotros? — reprochó mientras cruzaba su brazo libre por debajo del pecho, observándolos con desdén.

— No atormente a estos pobres sirvientes, señorita, solo cumplen órdenes. — la regañó una voz masculina. 

— Lo sé de sobra. Maldito malnacido. — susurró observando con recelo el balcón real.

— No lo diga muy alto, podría acabar entre rejas. 

Aquellas palabras calaron como un cubo de agua fría. Se giró lentamente para descubrir que el dueño de esa voz era un hombre de blanco, bastante más alto que ella. Sus ojos verdes la observaban con diversión mientras sujetaba una copa con su mano izquierda. 

— Tengo… tengo que ir a retocarme. — inventó una excusa para marcharse, totalmente pálida.  

— Tranquilícese, yo pienso en cuatro adjetivos calificativos como ese todas las noches. —Pronunció sin ninguna preocupación, alto y claro. — Lo que me inquieta realmente es que una dama como usted se atreva a hablar de política y más si utiliza ese tipo de… términos.

No podía tolerarlo. Aquel hombre no sólo había presenciado su pérdida de la cordura, sino que, se atrevía a burlarse de ella y de todas las mujeres de la sala. 

— Supongo que, para un caballero tan “galante” como usted, una dama debe ser buena, obediente y callada. Como una marioneta. — ironizó, dejando su copa, ya vacía, encima de la mesa. — Ahora si me disculpa… — Trató de esquivar al muchacho.

— No, disculpe usted mis modales bella dama, — el joven sujetó su mano con delicadeza interponiéndose en la fuga. —Le presento al Príncipe Kalet, a su servicio. — acompañó estas palabras con una reverencia.

— ¿Príncipe? — la pregunta se formó en sus labios casi como una carcajada. — Mejor escoja a una incauta con menos... seso. — intentó escapar, pero el muchacho la sujetó de nuevo.

— ¿Perdone? ¿Es que acaso no me cree? — su rostro parecía realmente confundido.

—Primero, le recuerdo que acaba de confesar que no simpatiza en demasía con su supuesto padre. — reprochó haciendo énfasis en la última palabra. — Y segundo, no sé qué tipo de respuesta espera al asegurar que es usted el príncipe, pero no soy ese tipo de dama. — estaba deseando terminar tan extraña conversación, pero el joven la mantenía agarrada.

— Tengo dos razones para rebatirla, pero antes, apelo a sus modales, Señorita… 

Eir evaluó detenidamente su situación. Podía seguir perdiendo el tiempo con ese sujeto y contestar a su demanda o podría… seguir perdiendo el tiempo en un vano intento de encontrar al príncipe. Ambos casos eran similares, con la única diferencia de estar acompañada o no. La cuestión era si la compañía valía la pena.

Observó sus rasgos. ¿Podría ser el príncipe? Francamente, sí. Pero había más de diez jóvenes en aquella sala que podrían serlo y por el momento, no había mostrado una actitud concorde con su descripción. Aunque, si basaba sus conocimientos en aquellos blogs para púberas… no podía afirmar que sus fuentes eran cien por cien fiables.

De todos modos, la tenía sujeta de la muñeca y podría armar un escándalo si intentaba escapar. No había opción.

— Señorita Notengonombre. — contestó finalmente, ofreciendo su mano libre para que la besara.

— Encantado de conocerla, señorita Notengonombre. — al parecer, el joven decidió seguirle la corriente. — En primer lugar, es bien sabido que todos los jóvenes rebeldes odian a sus padres. Y en segundo lugar, nunca esperaría que una joven tan agradable e inteligente como usted respondiera de manera favorable hacia dicho título. ¿Me cree ahora?

Ciertamente, sus palabras no fueron erróneas. No podía comprobar que eran falsas, pero  tampoco verdaderas.

— Sí y no. — contestó, analizándolo abiertamente.

— ¿A qué se refiere? — le preguntó confuso.



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En el texto hay: principe, amor, planeta

Editado: 12.06.2019

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