La liga ciudadana

Capítulo 12: Nombre

11:30h

Desde que se separó del misterioso supuesto príncipe, no hacía más que pisotear a sus parejas e intentar seguir el ritmo de la música, sin éxito. Desviar su mirada de los pies de otras danzantes hacia los ojos de su pareja no había sido un buen consejo. Aunque debía admitir, que había valido la pena. Aquellas pupilas verdes tan cautivadoras eran extremadamente bellas.

Llevaba ya más de diez minutos bailando y sus pies necesitaban un descanso. Sin embargo, la canción parecía ser infinita, al igual que el número de caballeros de blanco. Dio una última vuelta y se produjo el siguiente cambio de pareja.

Observó al joven de su misma estatura, pelo rubio y ojos marrones. Automáticamente una sonrisa se instauró en su rostro.

 — ¿Te conozco? — le preguntó el joven sin una pizca de duda.

— Poseo un rostro muy común. — Eir se hizo la desentendida y prestó atención a la siguiente pareja, siguiendo los pasos con torpeza.

— No me mientas, pequeña diabla. — contestó con diversión.

Lo observó radiante, al parecer, la había reconocido.

— Eres un sabelotodo, gafotas. 

Ambos se echaron a reír como unos colegiales. Había pasado mucho tiempo, pero su relación parecía intacta. Era como un reencuentro entre hermanos.

— Si pudiera, te daría un abrazo ahora mismo. ¿Dónde te habías metido?

Eir se puso nerviosa. No podía olvidar que ahora también era el mejor amigo del príncipe.

— ¿Prometes que no te chivarás? — preguntó con su mejor cara de angelito.

— Promesa de meñique. — respondió, alzando su dedo. 

Eir lo entrelazó, debatiéndose si de verdad podía confiar en él. Sin embargo, se entregó a la nostalgia y el cariño. 

— Margo nos quitó la ciudadanía a Min y a mí después de…

No pudo pronunciarlo.

— Eir, no hace falta, sé lo que le pasó a tu padre. Quise ir a visitarte, pero la amargada no me dejó pasar. — explicó, refiriéndose a su madrastra. — Lo siento mucho, le tenía un gran aprecio.

— Lo sé. — tuvo que secar su mejilla con disimulo. — El caso es que desde entonces servimos a la bruja, somos sus neoesclavos.

— Te juro que como la encuentre en esta sala… 

— …como la encuentres nada Keigo. Me he colado con una CB falsa, no puede enterarse de esto. A demás, se cuidarme solita.

El chico sonrió con melancolía.

— Lo sé de sobra. Por algo te llamaba pequeña diabla.

— Y yo por algo te llamaba sabiondo. — Eir enseñó la lengua y ambos rieron a carcajadas. 

— Seguro que ya has pisado a casi todas tus parejas, adrede, por supuesto. ¡Aaaay! — Eir pisó su pie malintencionadamente.

— ¡No te quejes! Te está bien merecido, por malpensado.  

— Será mejor que nos dediquemos solo al baile, no quiero perder amistades. —el joven se recuperó del golpe y señaló con sus ojos al supuesto príncipe, que se encontraba a su izquierda. 

Dirigía cortas miradas furtivas a la pareja, vigilando sus movimientos. Parecía molesto por algo e incluso… ¿Celoso?

—  ¿Lo conoces? — preguntó extrañada. Por absurdo que sonase, todo evidenciaba a que realmente era el príncipe.

— Tanto como a ti. Y debo decirte que nunca le he visto así. No sé qué le has hecho, bueno, si se me ocurren varias cosas… — le dedicó una mirada pícara.

— ¡Keigo! 

— Está bien. — contestó rodando los ojos. — Pero que te quede bien claro, seré el padrino de vuestro primer hijo. — fue más una afirmación que una petición.

— ¿Qué? ¿Me estás tomando el pelo, verdad? ¡Está loco! Dice que es el príncipe. — exclamó, exponiendo el mayor de los motivos por los cuales no se plantearía el casarse con ese sujeto, mucho menos tener descendencia.

— ¿Y qué te hace pensar que no lo es? — el joven se mostraba tranquilo, como si jugase una partida de póquer.

— Para empezar, me ha conocido insultando al rey y no me ha denunciado, al contrario, se ha puesto de mi parte. Y para terminar, me ha confesado que es el príncipe, pero que odia a su padre. ¿Le ves algún sentido?

— Y por supuesto, tú no le has creído.

— ¿Quién creería algo así?

— Ahora lo he entendido. Sois dos locos muy previsibles. — había olvidado que Keigo podía ser muy enigmático y molesto cuando se lo proponía. 

La danza terminó y los bailarines se dedicaron una mutua reverencia. 

Eir explicó que siempre dejaba la puerta de servicio abierta durante el día, para poder mantenerse en contacto. El muchacho fue requerido por una dama y tuvo que despedirse de la joven, al tiempo que aparecía el posible príncipe.  



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En el texto hay: principe, amor, planeta

Editado: 12.06.2019

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