La liga ciudadana

Capítulo 16: Curandero

Eir observaba, desesperada, cada recoveco de la estancia, aun sabiendo que no existía escapatoria.

Había pasado casi una hora desde la ausencia de Margo y cada minuto era un minuto perdido para Min. El niño no se mostraba preocupado, pero sabía que intentaba mantener la calma.

Su hermano la había sorprendido. Era mucho más fuerte y adulto de lo que imaginaba.

Había aprendido a curarla desde la primera vez que recibió una paliza. Ella siempre creyó que llamaba a un curandero, pues Margo la castigaba con tal número de latigazos que la dejaba inconsciente y solía despertar mucho después, con la herida desinfectada y protegida con vendas.

El pequeño había extraído los materiales, escondidos tras uno de los listones de madera que recubrían la estancia. Había limpiado el corte con movimientos seguros y firmes, como un verdadero enfermero.

Aquello la dejó contrariada.

Le entristecía porque Min se merecía una vida mejor, una infancia mejor. A sus siete años, debería jugar con niños de su edad, practicar algún deporte o tocar un instrumento. No debería comportarse de ese modo, no debería ser un adulto atrapado en el cuerpo de un niño.

Por otro lado, había notado la pasión en sus ojos, en sus movimientos. Sabía que su hermano había encontrado su vocación y no podía evitar ver el vaso medio lleno.

Al menos, la parte más oscura de su vida, había aportado algo bueno. 

— No pienso dejar que te haga daño. — exclamó, cortando sus pensamientos y el largo silencio.

— No puedes hacer nada, pero no te preocupes. Seré tan fuerte como tú, aguantaré hasta que llegue el príncipe.

La joven le había relatado todo lo acontecido durante el baile para distraer al pequeño. Min enseguida se posicionó en el bando optimista, junto a Sila.

Pero Eir no estaba segura. Volvió a recorrer toda la estancia con la mirada y se fijó en aquel listón suelto que escondía las medicinas.

Según Min, aquel pedazo de madera había caído sobre sus pies un día cualquiera, mientras ordenaba el desván. Le pareció extraño, pues, tras la muerte de su madre, su padre se pasaba el día buscando algo con lo que mantener su mente distraída. Cuando no estaba en el trabajo o mejorando alguno de sus inventos, reparaba cualquier desperfecto de la casa y se convirtió en todo un manitas. Incluso había días que desaparecía por horas dentro del desván.

— Min, apártate.

El niño hizo caso y se bajó del colchón.

Eir lo desplazó de una patada y estudio la zona que rodeaba el listón. Dio pequeños golpes con su puño y escuchó el eco.

— ¿Qué vas a hacer?

— Creo que papá construyó un escondite tras esta pared

Los ojos del niño brillaron con ilusión.

— ¿Será un tesoro de chocolate? ¡O palomitas!

Eir rió ante su ocurrencia. “A pesar de todo, sigue siendo un niño” se recordó.

— Espero que tenga una salida.

Los hermanos arrancaron varios listones de aquella falsa pared y comprobaron que se formaba una pequeña entrada.

— ¿Listo?

La joven se colocó a gatas, para poder pasar. Esperaba que las cadenas fueran lo suficientemente largas.

— ¡Adelante capitana! ¡El tesoro nos espera!

 Avanzó aguantando la risa a causa de la imaginación del pequeño.

Como había intuido, tras atravesar aquel hueco oscuro, las paredes se ensanchaban, formando una pequeña habitación, con una única ventana.

Aquello parecía un laboratorio secreto, repleto de ordenadores, tubos de ensaño y tecnología sin terminar, todo lleno del polvo acumulado durante esos cinco años sin ser usados.

“Hemos encontrado todo un tesoro familiar” pensó para sus adentros. Deseó contar con el tiempo suficiente como para investigar todo el lugar, pero tenía que resolver el problema de Min.

Vislumbró un martillo muy cerca de donde estaban. Lo tomó con su mano libre y, de un golpe, rompió la cadena del pequeño, quien se quedó con la esposa, como si fuese un brazalete.  

El niño corrió por toda la estancia, observando los extraños objetos.

— ¡Eir, Eir! ¡Mira esto! —  Le pasó un marco, con la fotografía de sus padres.

La joven suspiró, pues nunca pudo volver a ver sus rostros, ya que Margo se había desecho de todas las fotos familiares.

— ¿Son papá y mamá?

— Sí, son ellos. — respondió, intentando reprimir sus lágrimas. — Min, escúchame. Voy a salir, tú quédate aquí, así podremos despistar a Margo.

— Pero si tu sales… — el niño no pudo terminar la frase.

— Ey, soy fuerte, ¿Recuerdas? — asintió con la cabeza, no muy convencido. — Hagamos un trato, tú me prometes que investigarás todo lo que hay en este sitio y yo te prometo que vendré a por tí, para escuchar todo lo que has averiguado. ¿Promesa de meñique?



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En el texto hay: principe, amor, planeta

Editado: 12.06.2019

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