Había pasado un mes desde que Alma despertó, los resultados de los estudios iniciales se mostraban favorecedores, a excepción de una tomografía, en ella detectaron un pequeño tumor, su madre fue informada del hallazgo, le indicaron que se haría el seguimiento necesario para ver la evolución del mismo.
El pequeño tumor no mostraba cambios en cuanto a su tamaño, pero preocupaba a los médicos por el lugar en el cual se ubicaba, aunque no había señales de síntomas que demostraran que el tumor estuviera afectando el funcionamiento normal en el cuerpo de Alma, los galenos no perdían de vista los avances que tenía la joven durante su recuperación.
Para sorpresa de todos, al cabo de tres meses de su despertar, Alma se encontraba con una salud de lo más envidiable, había recuperado la vitalidad que siempre la caracterizó; dado que no había más que hacer dentro del hospital, su médico de cabecera, el doctor Luis Román, decidió dar el alta, pero solicitando que la joven asistiera a sus controles mensuales para el seguimiento del inquilino que tenía en la cabeza.
Todos estaban contentos, al fin Alma saldría del hospital y regresaría a casa, sus abuelos al ver que su nieta se había recuperado, partieron con rumbo a sus ciudades de origen, pidiendo que llamaran ante cualquier eventualidad; Nico y Claudia se ofrecieron para cuidar de la joven hasta que su madre hiciera algunas diligencias de trabajo, cuando se encontraban en la puerta del hospital, a punto de abandonarlo por completo, Alma sufrió una descompensación que provocó que ella se desmayara.
Inmediatamente, tras este incidente, la joven fue ingresada de nuevo al sanatorio, Claudia trató de ubicar a la señora Concepción, pero el celular al cual llamaba no respondía; mientras, Nico permanecía junto a Alma siendo testigo de todas las revisiones que le hacían en tiempo record.
Tras una hora de angustia, Alma despertó y su médico, el cual había dado el alta con anterioridad, tuvo que darle una inevitable noticia.
—Alma, tengo algo que informarte —habló el galeno, un tanto incómodo, el tiempo que venía tratando a la joven, había comenzado a tenerle cariño y se le hacía difícil verla pasar por dicha situación.
—Voy a traer un café —declaró Claudia—, acompáñame, Nico —dijo, tomando del brazo al joven rubio.
—Pero es que yo…
—Te dije que vinieras —puntualizó la morena, jalándolo hacía la salida.
Sin decir una palabra más, ambos se retiraron del lugar, dando al médico y a su paciente algo de privacidad.
—Dígame, doctor Román, ¿qué es tan grave para que haya cambiado su semblante? —cuestionó la joven, mirando directo a los ojos a su médico.
—Lo que pasa es que… —titubeó, antes de continuar—, el tumor que tienes alojado en el cerebro, ha aumentado de tamaño y empieza a manifestar sus síntomas; por la ubicación, que con anterioridad hicimos referencia, no es posible operar, así que…
—Así que qué, doctor —cuestionó la joven a punto de saltar de la camilla para zarandear a la persona que se ubicaba delante de ella.
—Así que, solo te quedan unos meses de vida, siendo optimistas, podrías llegar al año —concluyó el médico, recobrando su compostura.
A Alma se le vino el mundo encima, los planes que había hecho y que iba a empezar a cumplir ni bien salía del hospital, se habían visto destrozados en unos cuantos segundos.
—Pero, ¿cómo? —preguntó la joven, consternada—. Si me han tenido en constante observación durante todo el tiempo que estuve internada y el maldito tumor no había dado señales de vida, hasta ahora que quiero retomar mi vida —exclamó afligida, con lágrimas que comenzaban a derramarse por su precioso rostro.
—Lo sé, Alma, este tipo de tumores son impredecibles, en el lapso de dos semanas en el que fue tu último control, algo cambió e hizo que el tumor mutara y se desarrollara —explicó el galeno, dudando en si acercarse o no a su amiga, porque sí, Alma se había convertido en algo más que una paciente, era su amiga y la veía como la hija que no había llegado a tener.
—¡Dios! ¡Qué voy a hacer! —exclamó Alma, a moco tendido, la joven recordó a su madre y lloró aún más—, por favor, doctor Román, no le diga nada de lo que me acaba de decir ni a mi madre, ni a mis amigos, ya veré yo el momento adecuado para hacerlo —solicitó llorando.
—Claro, pero necesitas tener el apoyo de tus seres queridos en estos momentos, las cosas pueden empeorar, puede que este desmayo sea solo el inicio —explicó el doctor Román, tomando la mano de la joven.