Pasando un valle de Formosa con maleza acuática alta, acampamos sobre la cresta de una colina. Dejé de buscar estrellas fugaces y dejé de forzarme a mirar la luna. Ese día lo recuerdo con más claridad que los anteriores. El viento soplando movía la carpa, el calor adentro, el olor al perfume de Joshua… como si fuera literal pude tocar la armonía… hasta que me di cuenta que ella no estaba acostada junto a nosotros.
Joshua seguía durmiendo, no quise despertarlo, por lo que me levanté para buscar a Mar. Miré el reloj del celular, era bastante tarde ya. Primero no me preocupé por eso, pero saqué la cabeza de la carpa, y aunque me costaba abrir los ojos por el sol, la busqué sin encontrarla, ahí sí empecé a sentir que algo estaba mal, ¿dónde pudo haber ido? Salí y caminé a la deriva sin perder de vista la carpa, se supone que ella pensaría lo mismo. Y ahí estaba. La vi de espaldas, parada mirando la nada como lista para una foto casual, su silueta pintada en el paisaje. Me acerqué apreciando el eco de mis pasos haciendo crujir la hierba seca, fui directo a abrazarla hasta que se dio la vuelta y noté sus ojos rojos, estaba llorando.
—Mar… —musité atónita— ¿Estás bien? ¿Qué pasa?
—Quiero seguir con vos… pero, ahora no puedo… —se trababa al hablar por las lágrimas.
—No entiendo —mi desconcierto crecía, ella no detenía su llanto, algo la agobiaba y cedió a decirme.
—Me llamó mi marido recién… mi bebé está enferma… y yo no sé qué hacer… —arrugaba su hermoso rostro llorando con profundo dolor.
—¿Es grave? ¿Qué tiene?
—No sé bien… creo que no pero, estoy muy preocupada. Hace casi cuatro meses no estoy allá... hay días que me divierto mucho y me olvido que tengo una familia y eso me hace sentir horrible. La vida no es solo diversión, y se siente hermoso despejarse, pero también hay obligaciones —yo no entendía lo que es tener tanto para perder, me sentí egoísta. Quería que ella se sintiera bien, aunque signifique dejarla ir.
—Podemos volver a Buenos Aires ahora, no te voy a dejar sola —me acerqué unos pasos y la tenía en frente, toqué su mano y quise abrazarla, veía a través de ella cuánto sufría.
—Vos tenés que seguir… —me miró a los ojos y tocó mis manos, seguía llorando—, veo lo bien que te está haciendo esto y me encanta. Pero quiero que sepas que quiero desaparecer, para no tener que elegir… Es mucha responsabilidad… No puedo elegir entre dos partes de mí, dos personas que amo tanto… porque por más que me quiero ir, quiero estar acá, porque tengo miedo... algo me dice que si me voy no te voy a volver a ver…
Quedé en stock momentáneo al escuchar sus palabras, ¿podía presentir mis verdaderas intenciones? Me preocupé tanto por ella... quería darle seguridad. No voy a impedir que se vaya. En algún punto yo misma me creí mi mentira.
—No puedo dejarte sola, Male, yo sé que me necesitas y no me querés decir.
—Me lees la mente, y yo sé que estás triste por dejarme, pero bueno, así son las cosas…
—Perdóname —lágrimas nuevas se asomaban en sus ojos—, no sé qué elegir, ¿qué haces cuando estás tan triste que pensás en dejar todo?
Sonreí porque sabía la respuesta sin dudar, la vi de perfil y respondí suavemente.
—Pienso en vos —me miró sorprendida y vi exactamente el segundo en que la luz del sol se reflejó en una lágrima mientras caía por su angelical semblante—. Para eso hicimos este viaje, porque me amas y te amo, y porque necesito también pensar en mí... como vos tenés que hacer ahora.
Le dí la confianza que le faltaba. Nos abrazamos y se quebró. Soy su única amiga, y ella la mía. A veces creo que es mi hermana, pero ella no ama a sus hermanos tanto como me ama a mí y de igual manera yo a ella. Pensé en su corazón, y que está bien rendirse.
Recuerdo que la acompañamos a tomar el tren de larga distancia, recuerdo la estación rústica y verosímil actitud. Cada aliento, palabra y sentimiento no fue desperdiciado. ¿Se puede explicar cómo es la última vez que sabes que vas a ver a alguien que amas? Como es esa agridulce despedida… porque le dije que la buscaría cuando vuelva. Verla sonreír mientras agitaba la mano hacia mí, lo fue todo. Estaba tranquila. Nos costó decir “Chau, amiga”. Compuse muchos poemas para ella, creé personajes en mis cuentos con su gentileza. Me costaba creer que iba a romper su corazón, eso fue lo que más me dolió cuando vi las ruedas del tren avanzar, y a ella desde la ventana saludándome tirando besos al aire como Panam. Respiré hondo, cerré los ojos y le grité “Te amo”. No pude escuchar si me contestó. El horizonte se comía el tren, escuché otras despedidas y pasos alejarse porque cumplieron su cometido. Cuando abrí los ojos, ella se había ido.