Alex vió alejarse la camioneta y negó tristemente con la cabeza. El hombre que conducía mostraba en su rostro la mezcla de energía y cansancio que sólo ciertos padres han mostrado alguna vez, un rostro que enmarca la mirada de quién todo lo ha perdido. Su esposa debía tener esa misma mirada, sentada rogando que el teléfono sonase alguna vez.
En el poste de madera de la esquina los risueños ojos de Stella devolvían la mirada.
Alex se alejó cabizbajo, no podía siquiera empezar a imaginar lo que sentía la pareja. Hasta donde recordaba, sólo había conocido a dos familiares, su abuela quien le había criado y su tía y madrina, a quien hacía ya mucho no veía y apenas recordaba. Al carecer de amistades no sabía muy bien como relacionarse con los demás o como se sentía tener una familia "normal". Si, claro que su abuela le había criado y le amaba por encima de todo, pero ella no era muy normal exactamente.
Para los habitantes del pueblo la amable señora Sylvia Casey era una entusiasta y enérgica terapista, así como especialista en medicina naturista. Y no era simplemente una chalada que te obligaba a beberte una taza de té de manzanilla... No, ella en serio había ayudado a personas que habían sido desahuciadas por la medicina tradicional o que no podían permitirsela.
Eso de cara al público.
Nunca hablan del tema, pero Alex lo sabía. Cuando descubrió ciertos objetos, al ver en casa ciertas "decoraciones", al oír algunas palabras sueltas, Alex lo supo. La dulce abuela Casey era una bruja.
Alex era muy listo para su edad. Cuando lo supo, o mejor dicho, cuando creyó saber, visitó la biblioteca local, incluso buscó en Boston, cuando iban a los ocasionales viajes a la capital estatal.
Lo que la abuela Casey practicaba no era exactamente Vudú, o Wicca, tampoco espiritismo... Aunque habían elementos comunes con todos ellos.
La vieja abuela Casey, la bruja de Candle Cove.
Siempre se preguntó entonces por qué su abuela había insistido tanto, (y en ello su madrina era su soporte), en que Alex practicara la religión católica. Aún asistía a misa y había realizado la primera comunión en la pequeña capilla de Candle Cove. Pero Casey no parecía practicar ninguna religión más allá de la brujería e incluso esto lo hacía en absoluto secreto.
Aunque Alex no se consideraba especialmente supersticioso sabía, internamente, que era real, ella no era una charlatana.
Alex caminaba de vuelta a casa, había pasado el día en la biblioteca. No tenía mucho que hacer con el toque de queda impuesto a los niños de la zona.
No habían atrapado al pedófilo.
Stella no aparecía ni rastro alguno de ella. Se la había tragado la tierra.
Alex cruzó la carretera que separaba la biblioteca de la cancha de deportes y aún había niños allí. No tenía amigos, pero de tenerlos, no sería ninguno de los que perdían el tiempo allí. Allí estaban Robert Holland, Max Dobbson y claro, Grunt.
Grunt, como todos conocían a Theodore Watts era una mole abusadora y la última persona que tuvo algún trato con Alex. Y Grunt era la razón por la cual Alex podía hacerse invisible.
Hacía cuatro años Alex estaba, de nuevo, en el suelo. Grunt lo pateaba. ¿Por qué? ¿Era su color de piel?, ¿Su familia?, ¿Que fuese más listo?. Quizá fuese todo ello.
Alex nunca se defendía, por alguna razón sentía miedo de hacerlo.
Había algo que deseaba salir de el, un odio contenido y si lo liberaba... Si se permitiera sólo esa vez ser libre, ser más fuerte.
Grunt aún conservaba en su cabeza la cicatriz. No recordaba como la había obtenido, es más, nadie lo recordaba. Excepto Alex, porque el lo había hecho.
Fue rápido, un fogonazo de energía, de odio que salió de su pecho y se proyecto por el puño hasta la mandíbula de Grunt. Voló casi metro y medio contra la pared.
Grint estuvo un par de días en el hospital y Alex casi fue expulsado de la escuela. Los demás niños comenzaron a acosarle también. Querían verle perder la cabeza de nuevo. Entonces Alex empezó a evitar a todos, se encerró en si mismo y convirtió ese odio casi tangible en una coraza que le ocultaba de los demás.
Tardó un tiempo en descubrir que había funcionado.
La gente le veía sin verle, lo olvidaba o dejaban de prestarle atención. Solo debía empujar un poco, aunque le cansaba. Entonces aprendió a regular esa coraza. Si veía que era posible que alguien le molestase, se ponía su coraza y los demás dejaban de mirarle.
Era como si decidieran no mirarle.
- ¡Hola Abu! - saludó al entrar a la pequeña casa, el jardín bien cuidado y sus flores aún esparcian su aroma dentro de la sala. Pequeños muebles, rústicos y coquetos ocupaban la casa y la abuela Casey estaba sentada en uno de ellos.
- Hola hijo, ¿te divertiste hoy?
- Si, leí por enésima vez a Tom Sawyer...
-La narrativa no es muy popular aquí- se sentó pesadamente.
- Bien... ¿Quieres ir a Boston el sábado?, Estás de vacaciones y aún no hemos visto una secundaria decente
- Vamos Abu, la Saint Peter no está tan mal -
- Si... Pero te aburrirás a muerte, es un internado y católico... - la abuela reía un poco. Era aún hermosa, con poco más de sesenta años aún conservaba lo que parecía una eterna juventud. Su cabello estaba impecablemente negro y no tenía un gramo de grasa de más.
- ¿Crees que me divertiré más aquí? Pescar camarones el resto de mi vida... No lo sé abuela, no me atrae mucho como carrera.
Una mirada triste cruzó el rostro de su abuela.
- Vamos Abu... No estaré muy lejos, Boston está a un brinco y aún podría acabar en Plymouth o Salem... Estoy a menos de dos horas de cualquiera
- Lo sé amor, lo sé... No es eso... Es... Bueno, no es nada.
Alex le miró preocupado... La abuela ocultando algo, no debía ser bueno. Pero mejor no insistir.
Al día siguiente, de nuevo en la biblioteca Alex encontró, detrás de una estantería, un polvoriento libro... Era una antigua edición del Amadis de Gaula... Nunca lo había leído y eso le emocionaba.