El Hospital Torre de David en Boston era blanco de la misma suspicacia con la que era tratada cualquier otra institución relacionada con la Troyes, sin embargo era reconocido como un competente centro asistencial y no era raro que numerosos pacientes procurasen sus servicios; era innegable que los profesionales que allí trabajaban eran líderes en las diversas ramas de la medicina.
En una de las habitaciones la jóven Stella Maris recogía sus pertenencias acompañada de sus padres. No recordaba demasiado de lo ocurrido en días anteriores, solo una vaga sensación de amenaza. Cuando lo creyeron prudente, sus padres hablaron de la tonta huida que había provocado todo, de los antecedentes de Johan y sus posibles intenciones. Stella les creyó, cosa que les causó sorpresa. Esperaban que defendiese al hombre que le había lavado el cerebro, el que le había separado de sus amados padres... Pero ella, de alguna manera, sabía que no mentian sus padres ni el jóven agente del FBI que esperaba en la puerta, agente Jackson según recordaba haberle oído llamarse.
Andrew Jackson había seguido el caso hasta el final. Cómo era habitual la Troyes no había compartido toda la verdad sobre lo ocurrido.
Para ellos la Oficina no era más que otra herramienta. Tenían demasiado poder para su gusto, eso tenía que cambiar.
Había tratado de sacarle la verdad a la chica pero, por supuesto, los Troyes ya habían jugado con la cabeza de Stella y, como testigo, era completamente inútil ahora. Jackson sólo esperaba completar el chiste de informe que entregaría.
Sin embargi y para su sorpresa algo de ese día llamó su atención.
Ya había visto a los dos oficiales de la policía frente a la habitación del final del pasillo, incluso había logrado ver a su ocupante a través de la puerta, una pequeña que sabía, gracias a uno de ellos, habían encontrado medio destrozada en un riachuelo bajo un puente.
Sin embargo, a excepción de un doctor y una enfermera, nadie más tenía acceso a la habitación.
Tristemente, escenas como estás no eran insólitas, pero lo que llamó su atención fué ver llegar al pasillo a Edmund Graves. Toda la Oficina le conocía como miembro de peso de la Troyes, uno relacionado con los numerosos centros de estudios de la Troyes, y dirigirse a la habitación de la pequeña.
Los oficiales hicieron el amago de impedirle la entrada, pero un gesto de Graves les retuvo. Graves imponía, eso era un hecho.
Media casi dos metros y, si bien parecía delgado, una mirada más cercana revelaba que su cuerpo estaba en óptimas condiciones. Su cabeza, enteramente calva, sin un solo vello facia más allá de unas delgadas cejas que enmarcaban unos ojos terriblemente negros, poco expresivos. De tez clara y labios crueles, Graves era la definición física de intimidación. Vestía por añadidura un serio traje formal, enteramente negro, con una roja corbata y llevaba un discreto maletín de oficina en una mano y un largo paraguas en la otra.
Graves extendió un documento a los oficiales y estos al tomarlo se hicieron a un lado. El Troyes simplemente entró en la habitación, cerrando la puerta tras de sí.
Alex estaba sentado en el porche, no había un alma en la calle a esa temprana hora en la calle. Su abuela dormía aún, era evidente que se había desvelado durante el transcurso de la aventura del chico y su paso por el centro asistencial.
Alex les había comunicado su decisión la noche anterior y ahora se preguntaba si era la elección correcta.
Pero se lo preguntaba por ocio, claro que era la decisión correcta, no tenía duda alguna realmente. En el instante en que entró, hacía ya casi dos meses, en el bosque a buscar a Stella Maris esa decisión había sido tomada.
Alexander Marcel sería un Troyes.
Frances, luego de asegurarse que contarían con suficiente intimidad, se sentó a su lado, la historia sería larga, pero era necesario que los patrocinadores pusieran a los aspirantes en antecedentes.
- Antes que nada, Alex, tendrás que jurar bajo pena de muerte. Si revelases algo de lo que hablemos ahora, me temo que van a buscarte. -la voz de Frances era monocorde...
- Lo juro...
- Bien, ¡ya está! - la tía de Alex se animó de golpe - dicho ésto creo que podemos empezar...
- Y ya, ¿Eso es todo?
- Si, antes había una ceremonia, pero se perdía mucho tiempo.
Alex se preguntaba que tan en serio hablaba su tía, pero prefirió dejarle seguir
<<En el principio no había nada... ¿Te suena?... Toda religión tiene su propia cosmogonía, relato del inicio del todo - añadió al ver la confundida expresión de su sobrino - pero de alguna manera todas recalcan que antes del inicio, existía el caos>>
<<La verdad no sabemos bien que había antes, pero ciertamente el caos existía y había seres inteligentes en ese caos>>
-¿Qué tipo de seres? - interrumpió Alex
- Pues ya tuviste una probada... Esa cosa a la que te enfrentaste era un eco de esos seres, un muy pequeño eco de cosas peores.
Alex tragó saliva... No quería ni imaginar que podía ser peor.
<<Una vez que la tierra se formó o fué formada, tu mismo, esas criaturas - o al menos las peores - quedaron apartadas, lejos de nosotros y allí siguen, heridas y dormidas, esperando a que el momento sea propicio para regresar y tomar lo que creen les pertenece>>
<<Pero en la tierra lograron sobrevivir algunas de esas criaturas, el problema para ellas es que este plano de existencia no les resulta grato, no pueden vivir aquí sin alimentarse, y no sólo de los mismos alimentos que nosotros, pues ocupan remedos de cuerpos fisicos, además y más o menos ellos necesitan de la misma energía que nos mueve a nosotros los humanos. Necesitan ese soplo de vida, necesitan del alma, de la cual ellos carecen>>
- ¿Cómo pueden obtenerla?... No puedes devorar un alma, ¿Cierto?... - Alex no estaba especialmente cómodo, pero era necesario que lo supiese.