—Y yo que pensé que éramos unicornios morados…
La reacción de Alexandra dejó a los tres consternados. Nick hizo una mueca, extrañado.
—Ale, estoy hablando en serio.
—¡Yo también! —Alexandra se levantó, impotente, con los ojos llenos de lágrimas.
—Alexan…
—¡Deja de jugar conmigo! —Miró a su tía y a su abuela—. ¿Esto les hacen a todos los chicos cuando cumplen catorce años? ¡No es gracioso!
—Cariño, cálmate, por…
—¡NO!
Con las lágrimas brotando como caudales, Alexandra miró al suelo, temblorosa.
—Alexandra…
—No quiero…
—Alex…
—¿Se pusieron a pensar, al menos, cómo me sentiría? —Su voz se quebró, volviéndose fina. Sus brazos la rodearon para protegerse—. Esta es una broma muy pesada… No es justo que hagan eso.
—Alexandra, no es ninguna broma.
—Entonces estoy soñando, ¿verdad? Es otra pesadilla, ¿cierto? —Se dejó caer, resignada, y sonrió amargamente—. ¿No voy a despertar nunca? ¿Me quedaré atrapada aquí?
—Alexandra…
—¡No quiero quedarme aquí para…!
“Tranquilízate y parpadea tres veces”
Un silencio tenso y abrumador inundó el ambiente. Alexandra levantó la vista, de forma lenta y cautelosa, hasta fijarla en Nick.
—¿Qué? —Quería asegurarse de lo que había escuchado.
“Quiero probarte que no es un sueño. Relájate y parpadea tres veces”
Era algo que, cuando niños, les había dicho su abuela: “Cuando tengan un sueño y quieran despertar, parpadeen tres veces”.
Alexandra no tuvo que hacerlo; lo que había escuchado era suficiente para saber que no estaba soñando.
Parecía demasiado irreal para ser verdad.
Pero se sentía demasiado real para ser mentira.
—¿Cómo lo hiciste? —preguntó finalmente. Nick sonrió y miró a su madre y abuela.
—Creo que me las puedo arreglar solo.
Ambas se levantaron y marcharon.
—Los dejaremos hablando.
Alexandra no podía despegar la vista de su primo, y esperó un momento para poder hablar.
—No moviste los labios… ¿Por qué? ¿Por qué puedo escucharte si no estás hablando?
Nick suspiró pesadamente y se acercó a su prima con suavidad. Ella le permitió tomar sus manos.
—Te contaré una historia.