La Loca Esa (novela Cristiana)

7. Poniendo límites

"Pónganse toda la armadura de Dios para que puedan hacer frente a las artimañas del diablo."

Efesios 6:11

El día estaba tenuemente iluminado, con las sombras de la noche a penas esfumándose, Joshua camino por las vacías calles, antes de entrar en una cafetería, llevaba en sus manos una cajetilla de cigarrillos sin abrir, Joshua entró en la cafetería y...

El día estaba tenuemente iluminado, con las sombras de la noche a penas esfumándose, Joshua camino por las vacías calles, antes de entrar en una cafetería, llevaba en sus manos una cajetilla de cigarrillos sin abrir, Joshua entró en la cafetería y pidió una taza de café, sentándose y mirando fijamente los cigarrillos. Su mente daba vueltas una y otra vez, imágenes pasaban por su mente como en un desfile, recordaba todo, absolutamente todo de aquella noche. Era el aniversario de su propio "Incidente".

Recordaba que el teléfono sonó exactamente a las 3:44 de la tarde, recordaba la emoción en los ojos de Dafne mientras le contaba a todos que su padre la llevaría de viaje por varias ciudades vecinas, recordaba los ojos de Laia tristes mientras pedía ir con ellos, luego la sonrisa que se instaló en los rostros de ambas cuando sus padres dijeron que sí, recordaba la voz de Eve diciéndole:

"Pase lo que pase, no las dejes solas, últimamente las calles de han vuelto peligrosas, en especial para las chicas, ya sabes, los sectarios buscando nuevas víctimas"

Recordaba la chaqueta negra que llevaba, la sonrisa de Finley mientras le hacía unas tranzas a Laia, las veces en las que Dafne giraba sobre sus talones como una bailarina, mientras empacaba sus prendas favoritas, la voz antipática de Tahiel diciéndoles que no quería ir: lo recordaba todo, desafortunadamente todo.

Aunque Genevieve le había dicho que pase lo que pase no las dejará solas, eso fue lo primero que Joshua hizo, fue su primer y mayor error.

Pero...¿Acaso se le podía juzgar? Era un niño de 15 años recién cumplidos, un adolescente que apenas sí sabía de la vida, era lógico que al ver a sus amigos Joshua se distrajera un momento, pero ese momento fue suficiente para que el caos empezara, ese momento marcó a sus hermanas para siempre.
Claro estaba que realmente no todo era su culpa, su padre biológico debería de haber llegado hacía ya una hora, las chicas seguían emocionadas como la primera hora, pero Joshua ya se estaba desesperando y mucho.

<<— Quédense aquí, sólo es un momento, ya vuelvo —>>

Ese momento se convirtieron en minutos y esos minutos fueron suficientes como para que alguien más fijará su atención en aquellas dos niñas pequeñas y sonrientes. Entre risas y risas, Joshua no se percató que alguien se había acercado a ellas.

Joshua parpadeó, a veces, en especial en el aniversario de aquel suceso se sentía tan fatal que inconscientemente intentaba alejarse de su familia, sabía que ellos no le culpaban pero eso no hacía más fácil la carga. Joshua le sonrió al mesero tomando su taza de café, intentando concentrarse en algo más, en lo que fuera, en quien fuera.

Y como si Dios hubiera escuchado su plegaria, Haza apareció por la puerta, el mesero la saludo cordialmente y ella le regreso el saludo.

— ¿Qué quieres, linda?

Haza poseía una sonrisa que era capaz de hacer a la persona más deprimente sonreír, era una sonrisa llena de dolor, una sonrisa que él conocía bien, demasiado bien, era la clase de sonrisa que hace una persona que ha tenido un encuentro cercano a la muerte. 

— ¿Llegó lo que te encargué?

— Así es, dulzura, aquí está — el mesero le extendió una caja a Haza y ella sonrió tomándola.

— Eres mí héroe, ¿Lo sabes?

— Jajaja, sí lo sé, cualquier cosa por ustedes, fueron de gran ayuda cuando la cafetería estaba al borde de la quiebra.

Haza abrió la caja, revelando unos libros, ella tomó uno y se lo dió al mesero.

— Gracias, pero aún no he acabado el anterior que me diste.

"Trabajo misionero" pensó Joshua al ver el libro, realmente él no entendía como podía hacer eso, era un suicidio social hacerlo, le provocaba vergüenza ajena de solo presenciarlo. Joshua no era alguien cercano ni a su propia familia, a veces pasaba días sin hablarles, quizás por eso no se podía imaginar a sí mismo dándoles libros a completos desconocidos, para él solo los locos hacían eso y estaba claro que a Haza le faltaba un tornillo, quizás tres.

— No importa, cuando lo acabes empiezas a leer este y listo.

Haza volvió a cerrar la caja y se empezó a caminar nuevamente a la salida, Joshua por un momento considero no decir nada, callarse y aguantarlo todo, afrontar esas emociones que cada aniversario lo invadían, pero...al diablo, ¿Por qué tenía que sufrir todo aquello solo?

— Vaya, vaya...¿Qué hace la loca cristiana sola a estás horas? 

Haza se detuvo repentinamente y dejando caer bruscamente la caja sobre la mesa de Joshua, le dijo:

— Puede que para ti sea una loca por adorar a Dios, a mí Dios, pero al menos no me estoy matando sola.

Joshua arqueó las cejas.

— ¿Así? ¿Y cómo me estoy matando?

Haza rodó los ojos y le señaló el paquete de cigarrillos.

— ¡Oh! ¿Acaso lo ves abierto? — Joshua sonrió, sabía qué hacer para molestar a Haza — ¿Cómo te atreves a juzgarme sin saber? — Haza lo miró confundida —. Estos cigarrillos ni siquiera son para mí, simplemente los compré por curiosidad.

— Bien, así se empieza, luego ya eres adicto a la nicotina.




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