La Loca Esa (novela Cristiana)

45. Oscuridad

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Cuando Haza despertó todo estaba sumido en una profunda oscuridad, al principio creyó que estaba ciega, por el pánico de no ver nada, no fue hasta que una leve luz se instaló frente a ella que pudo sentirse mejor, aunque ese alivió no duró mucho, ...


Cuando Haza despertó todo estaba sumido en una profunda oscuridad, al principio creyó que estaba ciega, por el pánico de no ver nada, no fue hasta que una leve luz se instaló frente a ella que pudo sentirse mejor, aunque ese alivió no duró mucho, no al darse cuenta en la situación que estaba..

Aunque no lo recordara.

Sentía un dolor punzante detrás de la cabeza, como si alguien la hubiera golpeado allí, justo en el cráneo, pero también sentía un dolor profundo en su pecho, manos y pies, como si estos hubieran sido cortados pero a la mitad del proceso los hubieran dejado colgando de sus extremidades.
El hormigueo en su cabeza le hizo saber que estaba al borde de la inconsciencia, sentía como se desvanecía, pero algo raro sucedía.

Estaba tranquila.

Haza estaba tranquila.

La idea de la muerte no se había dado a conocer en su mente, al contrario, se negaba a aceptar que esto, que esa situación fuera real y si lo era le daba igual, no importaba, quizás se debía al desapego que Haza había manifestado durante tanto tiempo hacía la muerte, quizás fuera el golpe en su cabeza lo que le impedía pensar con claridad, pero no era así, Haza estaba completamente lúcida, sabía en la situación en la que estaba pero le daba igual, ese despegó a la vida le estaba sirviendo de algo. Era tanta su lucidez mental que podía sentirlo todo, las partículas de polvo que la rodeaban, la sangre seca crujiendo en su nuca, sus venas vibrando ante el curso de la sangre, los latidos de su corazón, el rechinar de las paredes a su alrededor y el movimiento de sus ojos en busca de la luz.

Estaba tranquila, porque sabía que Dios no la abandonaría.

Recordaba a la chica que le había revelado la verdadera naturaleza de Joshua, quizás aún fuera así, quizás no, sólo Dios lo sabía, Haza creía que ni siquiera Joshua sabía esa respuesta, solo Dios. Pero eso no le importaba, la verdadera naturaleza de Joshua era asunto únicamente de él y Dios, no suyo, aunque eso no evitó que Haza se riera con amargura, había sido terriblemente confiada, tanto que le reveló secretos que a nadie más que a Dios le había revelado, eso la hizo sentirse más en paz, pues si la muerte era su destino lo aceptaba sin rechistar, al menos haría que Joshua sintiera un poco de dolor al haberse aprovechado de una joven tan inocente pero rota como lo era o quizá no sentiría nada, quizás incluso le diera igual, nunca se sabía, ya no sabía ni siquiera qué pensar de él, ya no lo conocía.

Justo cuando la bruma negra empezaba a consumir su mente, enviándola al paraíso de los sueños celestiales, los pasos sobre su cabeza la hicieron despertar, eran pasos firmes y fuertes, pero también habían unos distintos, muy distintos, estos eran más erráticos e impredecibles, como si la persona dueña de ese caminar estuviera nerviosa o impaciente.

La suave pero constante luz de lo que parecía ser una puerta hizo a Haza estar completamente despierta, aunque por segundos la bruma oscura parecía querer surgir nuevamente entre sus pensamientos, pero esos momentos fugaces desaparecieron cuando las botas negras de lo que parecía ser un hombre surgieron por las escaleras de madera. Sus pasos eran relajados pero constantes, como si se sintiera alegre, estaba completamente vestido de negro incluyendo un pasamontañas negro, que cubría su rostro por completo, únicamente revelado el azul oscuro de sus ojos y unos labios rojos carnosos. El hombre caminó directamente hacía Haza, poniéndose en cuclillas frente a ella, el hombre llevaba las manos descubiertas revelando unos dedos tatuados y sin dudarlo esos mismos dedos se posaron en el rostro de Haza, el frío helado de sus dedos hicieron que sus pensamientos se aclararán, dejando de divagar en las profundidades de su mente.
El helado infierno que eran sus dedos recorrieron el rostro de Haza, con cuidado, como si quisiera grabar cada peca, cada cicatriz y cada trazo de piel de la joven en su memoria.

— Te extrañé, cielo — pronunció el hombre.

— ¿Qué... qué hago aquí? — su voz tan sólo fue un susurro.

— Parece que aún los efectos de la droga no han pasado — sus dedos soltaron su rostro, dejando que al calor volviera a retomar las mejillas de Haza.

Esos mismos dedos tan frívolos que habían estado en su rostro recorrieron la curva prohibida de su cintura, rodeando con sus manos aquella zona, tomando fuerza e impulsando su cuerpo hacía él y cuando Haza se dió cuenta sus piernas ya estaban colgando sobre el suelo, su cuerpo estaba por completo en los brazos de aquel hombre, que pesé al peso de la chica no parecía inmutarse, era como si ella no pesará, como si la gravedad hubiera desaparecido a favor de aquel hombre.
Con supremo cuidado y elegancia la subió por las escaleras, la luz la cegó de inmediato, haciendo que todo se volviera borroso, sino fuera por el trozo de tela que cubría sus ojos se habría vuelto a desmayar.




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