Haza se despertaba cada mañana temiendo haber sido violada, cada vez que dormía soñaba que era Aidan, soñaba que Günther la tocaba, que la violaba, pero sabía que se resistía porque ella no era Aidan, no era el producto del deseo aberrante de Günther y eso le asustaba, le asustaba pensar en qué cosas le haría a su hermano si él estuviera en su lugar, por eso cada mañana y cada noche le agradecía a Dios por haberla puesto a ella en ese lugar y no a su hermano, él no lo soportaría, Aidan no soportaría más abusos.
Existen personas que nacen para resaltar, usualmente es su carisma o actitud lo que los hace únicos, son atrayentes, son esa clase de personas con las que quieres estar, a veces es el físico lo que hace resaltar a esas personas, alguna peca, un lunar, una mancha, un color, algo más, algo menos pero como sea es hermoso, porque Dios lo hizo así con ese propósito, por ende es hermoso. A lo mejor era la negrura de su pelo, lo azul de sus ojos o lo poco ortodoxo de su cuerpo, pues con su leve sobrepeso llegaban toda clase de curvas que de pequeña solía odiar pero en su adolescencia empezó a amar. Fuera como fuera Haza resaltaba, siempre lo hacía, para bien o para mal, quizás era su eterna tristeza que poco a poco Dios la ayudó a sanar, lo cierto era que ella resaltaba y lamentablemente aquel día en la escuela Haza, y su gemelo, Aidan resaltaron a los ojos de Günther, lo hicieron.
De una forma casi irónica Günther también resaltaba: la clásica imagen que aparece cuando buscas en internet "Hombres guapos", rubio, de ojos oscuros azules, musculoso y alto, su mirada era principalmente salvaje, feroz...ardiente, en otras palabras; Günther poseía esa clase de mirada que lo hacía casi magnético, un solo segundo de verlo era más que suficiente como para imaginar mil y un escenarios en donde él se vuelve parte irremplazable de la vida diaria. Fue esa mirada, aquella mirada que Haza vio en Günther lo cual la hizo querer tenerlo como parte de su familia, aquellos seis meses en los que Günther se había ido fueron una tortura, ya no tenían con quien jugar, con quien pasar los días y las noches, a veces, solo por curiosidad, los gemelos y Katherina pasaban frente a la casa de Günther, en ocasiones incluso veían su reflejo en alguna de las ventanas o escuchaban su voz tarareando una canción mientras pasaba por los pasillos, una amistad de siete años es difícil de olvidar. Finalmente, cuando Günther volvió Haza se propuso a no dejarlo ir, hizo hasta lo imposible para que Katherina se quedará con él, de aquella manera Günther no volvería a irse y Haza podría disfrutar de tan ansiada soledad — un deseo tan difícil de cumplir en una casa con seis personas viviendo en ella —, mientras Günther entretenía a sus hermanas y hermano.
Ahora Haza odiaba que su deseo se hubiera cumplido, porque estaba sola, sola con sus pensamientos.
Allí, acostada en la alfombra de felpa del suelo dejó que las lágrimas se liberaran en busca de una ansiada libertad, una que para Haza era cada vez menos real, una libertad que cada día añoraba, pero, entre más intentaba aferrarse a ella, más la olvidaba.
El agua de sus ojos brilló como cristal gracias a la rebeldes luces que lograban filtrarse por las ventanas selladas, no sabía si era de día o de noche, lo único que sabía era que estaba llegando a cierto límite, uno que no quería pasar, uno al cual temía llegar: la desesperación.
Nada bueno salía de aquel sentimiento. En el encierro Haza no pudo evitar pensar en Job, quien victoriosamente superó cada prueba que el enemigo colocó con el único propósito de que negara al creador de todo, a comparación de Job, Haza estaba teniendo una semana tranquila: Haza tenía buena salud, comida e incluso algunos libros y películas con los cual entretenerse; Job había perdido todo; desde sus hijos e hijas hasta su salud y todo simultáneamente, incluso se podría decir que perdió a su esposa, ya que al haberlo incitado a blasfemar contra Dios ella se condenó, aun así con todas esas dificultades salió adelante, incluso Dios le dio más allá de lo que había perdido, tanto que también le dio sus mayores tesoros; Jemima, Cesia y Keren-hapuc: sus tres hijas, sus tesoros. A Haza le aterraba la idea de tener como recompensa por aquella prueba a una hija, no solo porque eso no estaba en sus planes a futuro, sino porque se sentía completamente atrapada, además...tenía miedo de tan solo pensar quién sería el padre de esa niña, de solo pensarlo Haza ya estaba buscando alguna ventana la cual quebrar y con los vidrios apuñalarse la zona baja del estomago, le causaba desesperación pensar en la posibilidad de quedar embarazada de ese monstruo, Haza sabía a ciencia cierta que no podría vivir con un hijo de aquel abusador, prefería morir desangrada...con sus ovarios en la mano y su útero colgando de un tendón a través de un enorme agujero en el estomago antes de parir a un hijo.
A veces Haza pensaba en dicho paralelismo en su situación con la de Job y si ella era Job, Joshua debía ser la esposa de Job, y por eso confundida pensaba: ¿Joshua haría lo mismo? ¿La incitaría a maldecir a Dios y morir? ¿Sería ella como Job o al contrario como su esposa?
— Por favor, Dios — rogó Haza alzando sus manos —, dame fuerzas para superar esta prueba.
A veces, cuando la sensación de impotencia y desesperación era mucha Haza se refugiaba en aquel salmo que la protegía en las densas noches de oscuridad cuando era niña.