—Cinco minutos más... —susurré.
—Ni cinco ni leches, te levantas o te levanto —amenazó Mateo. Abrí los ojos lentamente y me encontré con sus preciosa sonrisa ladeada, me uní al espectáculo de sonrisas y me tiré para abrazarlo. Sin saber que aún seguía sin la camiseta puesta.
Salté hacia atrás como un resorte y lo fulminé con la mirada.
—Antes me avisas —dije malhumorada. Él rompió a carcajadas y pasó su brazo por mis hombros.
—Anda, no seas tan quejica. Vamos a casa —rio. Andamos hasta mi apartamento, que estaba solo a unas calles del suyo. Nos despedimos con un abrazo y un beso en la mejilla.
—¡Hasta mañana, preciosa! —gritó alejándose. Me despedí con la mano y suspiré. Levanté la cabeza y vi que unas nubes negras se estaba arremolinando, tapando al sol. Entré en el edificio y subí las escaleras, abrí la puerta y me dejé caer en el sofá.
No sé por qué, pero me dolía horrores la cabeza. Caminé hasta el baño y cogí un analgésico. Me lo tomé con un vaso de agua y fui a ducharme. Me desnudé y me metí bajo el chorro caliente de agua. Pasó un cuarto de hora hasta salir de la ducha. Me enrollé la toalla alrededor de mi cuerpo y fui a mi cuarto. Escogí una camiseta blanca que me llegaba hasta las rodillas y una bragas negras de encaje, sin sujetador.
Caminé hasta la cocina, abrí la nevera y decidí hacer tofu asado con verduras. Dejé todos los ingredientes en la encimera y empecé a preparar todo.
Después de media hora, ya tenía la cena lista. La dejé en la mesa del comedor y me miré las palmas de las manos. Una luz blanca salía de ellas. Me miré las manos extrañada, es muy raro.
¿Qué será?