Europa, Reino Unido, Escocia, Falktown.
Nos habíamos mudado desde el sur de la República Argentina, hacia ese lúgubre lugar dado que mis padres se conocieron allí, además, mis abuelos (paternos, a quienes prácticamente no conocí debido a que eran gente de negocios) se encontraban en el pequeño y subdesarrollado (para la época) poblado. Un lugar tranquilo y alejado de las ciudades, con bosques de castaños y abedules que eclipsaban en una costa tormentosa al norte. Por el lado sur, Falktown, portaba interminables caminos (los cuales se veían como dibujados sobre leves colinas pronunciadas en la llanura) que de seguir por el fondo del mar seguramente llevarían a Roma.
Sostenido por la actividad agrícola, este rincón del mundo fue abordado por mi familia con la idea revolucionaria de establecer la primera farmacia y tienda de químicos en Gral.
Durante la primera vuelta que di por el pueblo, todo fue normal y aburrido como de costumbre, solo me llamaron la atención dos cosas. La primera fue que no encontré ningún paisaje paradisíaco o de notable belleza (mis padres evidentemente me vendieron una versión diferente del lugar) y lo segundo, fue ese extraño cuento que circulaba entre los lugareños. Decían que en estos últimos treinta años hubo muchos casos de suicidio entre las mujeres jóvenes y adolescentes del pueblo, pero que todos los casos se dieron con ciertos factores en común. Todos ocurrieron a la luz de la luna llena y justo cuando esta se encontraba alineada con la parte más alta de los acantilados. Los masculinos que fueron testigos, afirmaban ver cómo las doncellas comenzaban a delirar y a platicar solas; posteriormente se acercaban al mar y como intentando atrapar la Luna daban un último paso cayendo a las heladas aguas para luego perderse en la inmensa obscuridad de las profundidades.
Mis abuelos repitieron esta historia en la mesa la noche de nuestra llegada a Falktown, y mis padres lo tomaron como la advertencia que era, para que cuiden de mí y no me permitieran andar sola, durante las noches de Luna llena.
Continúe la educación secundaria en Falktown, por suerte, aquel seria mi último año. Noté que había llamado la atención de las chicas, para mal y para peor, de varios chicos. Un tal Edwin, quien era el más popular había dejado a su novia para poder acercarse a mí, me pareció una actitud totalmente desagradable, digna de un sujeto realmente deleznable. Aunque a mis padres no les importaba ese tipo de cosas en lo más mínimo, dado que Edwin, ya tenía su futuro asegurado en la empresa de su padre, quien vivía para el trabajo en lugar de trabajar para vivir, allí en Londres.
Se acercaba el comienzo de fin del ciclo escolar de aquel año. Todos ya tenían preparadas las cosas para ir al campus de la escuela, un predio donde acamparíamos y pasaríamos nuestra última semana juntos como compañeros y alumnos de la escuela (todo un ritual que por cierto hasta mis padres realizaron en su respectivo último año).
Por supuesto que yo no tuve en ningún momento deseos de ir, ya que no encajaba en el grupo, inclusive se burlaban de mi tono "extranjero" en el inglés, sumado a esto (y para completar) tendría que soportar a Edwin una semana más. Ni hablar, preferiría ir a caminar por el bosque en luna llena que asistir a aquel ridículo campamento.
Durante varios días fue tema de discusión en la mesa mi posición respecto a la escuela, Edwin y el campamento. Una noche insistieron tanto que me enojé y me retiré de la mesa en plena cena, hui al bosque y allí comenzó todo.
Me adentre en las sombras de los árboles, los cuales, se agitaban sin cesar. El viento se colaba entre las hojas produciendo un sonido similar a las canciones que suenan de fondo en los entierros, mientras que los gruesos troncos rechinaban y los lobos aullaban. Entonces una voz susurró mi nombre.
"Ariadna..."
Me percaté, de que era el viento quien arrastraba este sonido desde la costa, por lo que me propuse dirigirme hacia allí.
"Tu retorno me llevara a la paz"
Escuché nuevamente palabras heladas, pero pronunciadas cerca, muy cerca de mis oídos. Entonces exclamé del susto y volteé hacia atrás, quedando frente a frente con la luna. Esta me cautivó con su resplandor tornando mi mente en blanco y entonces nuevamente oí que alguien me hablaba...
"Hoy no me podrás ver, ven en luna llena. Vuelve cuando su resplandor me ilumine, cuando su brillo sea tan intenso y poderoso como para quitar la ceguera de tus ojos y espabilar tu estado de confusión".
Llena de intriga y tras esperar varios minutos en el silencio, permanecí allí lanzando preguntas al aire, más tras no recibir respuesta alguna, emprendí mi camino de regreso al hogar.
"Tendré que pedir disculpas por haberme retirado de la cena. Tal vez estén preocupados por mí", medité en medio del silencio de la ruta boscosa.
Esa noche pasó, como así también pasaron las semanas. La noche de luna llena llegó y seria entonces, cuando llevaría a cabo mi plan de fuga. Sabía que con un poco de ingenio, podría escaparme durante la noche de mi habitación y llegar a los acantilados para poder así revelar los secretos del mito que rondaba en el pueblo hace ya treinta años. Quizá aquello le parecería una locura a cualquiera... Es decir ¿por qué yo, una joven de 17 años querría ir sola a un lugar en el que mi integridad física y mi vida correrían peligro? En ese momento no pensaba con claridad, o al menos es lo que me gustaría decir, pero la verdad es que realmente yo no era una chica normal, más tarde que temprano descubriría porque la sangre del riesgo corría por mis venas.