La luz de la venganza

8.- Eres tú

Aurora

A todos en algún momento nos crean un mundo lleno de mentiras, algunas veces tardamos en descubrirlo y otras veces donde ni siquiera nos damos cuenta.

Así como nos mienten, nosotros también hacemos lo mismo, y no porque seamos así, sino porque así nos enseñaron que era la vida. Todo a base de mentiras que se vuelven como bolas de nieve que al final no sabes cómo controlar y terminan por romperse en el camino.

Y al final terminan más heridas las personas que tratabas de proteger que tú mismo.

Mi vista conforme habría los ojos dejaba de ser borrosa, talle mis ojos pensando que lo que había sucedido no había sido más que una pesadilla.

Una de las tantas que todos estos años he tenido.

Pero al ver a mi alrededor pude darme cuenta que en realidad si estaba secuestrada, estaba dentro de una cajuela recostada en el suelo, las ventanas estaban polarizadas y podía ver cómo pasábamos algunos árboles mientras íbamos por la carretera. Eso me da a entender que estamos saliendo de la ciudad.

Pero hay algo extraño en este secuestro.

La manos las tengo libres y no atadas, no tengo una mordaza o cinta en la boca que me impida gritar, las piernas también las traigo libres de cinta o algo que me impida moverme con libertad.

Me recargue sobre una de las paredes de la cajuela, mire a mi alrededor, enfrente de mi venían los cuatro hombres que había visto bajarse de la camioneta, solo que está vez ya no llevaban los pasamontañas. Las armas siguen sobre sus brazos y todos miran por las ventanillas a excepción del piloto.

El que iba junto al piloto miró a través del espejo y fue que sus ojos coincidieron conmigo, solté un grito pensando que podrían hacerme algún daño. Pero no fue así.

–La figlia del capo si è svegliata– aviso el copiloto.

–Abbiamo già capito il genio, non hai sentito il suo grido?– murmuró el que iba sentado detrás en la parte izquierda.

Era más que claro que no estaban hablando ni español y mucho menos ingles, sino una lengua muy desconocida para mí.

Las lágrimas comenzaron a descender por mientras mejillas, quizás mis sospechas eran ciertas, el monstruo me había encontrado y solo me quería para volver a abusar de mi.

No tendría otra escapatoria, me encerraria en un sótano y solo bajaría para darme de comer o para tocarme cuántas veces se le diera en gana.

Lo único que se es que de aquí ya no saldré, al menos no siendo la misma, sino que con más daño del que pudo haberme generado.

–Ha paura– dijo el hombre quien iba manejando la camioneta– Mi fermo un attimo per cercare di calmarla un po'.

La camioneta fue perdiendo velocidad, ese era mi fin, donde ellos aprovecharían para tomarme por la fuerza, no les importaría mi sufrimiento.

Se estacionó a la orilla de la carretera donde ningún coche pasaba, solo estaba yo con esos cuatro hombres que en solo cuestión de segundos querrían divertirse conmigo.

Me harían jugar con ellos algo que no me gusta.

Todos descendieron de la camioneta, tal y como me lo temia, llevaban consigo las armas.

Cada parte de mi cuerpo temblaba, las lágrimas no paraban de caer por el mismo lugar de siempre y las mismas imágenes de siempre acudían a mi mente con mayor intensidad.

Diciéndome y advirtiendome de lo que se avecinaba, de que pronto habría más monstruos en mi mundo, monstruos que nunca podría volver a sacar por mucho que me esforzara.

La puerta de la cajuela fue abierta, el primer hombre que pude ver tenía algo de barba y cabello canoso, unos ojos verdes y la piel tan pálida como la nieve.

Retrocedí hasta que mi espalda choco contra los asientos, los cuatro solo me observaban, mis sollozos eran lo único que se escuchaba en aquel lugar.

–Por favor– suplique– tal vez no me puedan entender pero, por favor no me hagan daño.

Los otros tres hombres se miraban entre si, con una expresión de que no entendian lo que decía.

–Por favor– junte mis rodillas a mi pecho tratando de protegerme– ya no me toquen.

El hombre canoso se sentó en la orilla de la cajuela, se fue arrastrando para atrás hasta llegar junto a mi. Intente alejarme pero cada vez sentía que la cajuela comenzaba a hacerse mas pequeña conforme él se acercaba.

–Te lo suplico– solloce– no me hagas daño.

Pensé que sus manos se posarian sobre mis piernas, pero en realidad me acogieron en un cálido abrazo, dejo que mi cabeza se recargara sobre su pecho para poder escuchar los latidos de su corazón, su mano acariciaba mi cabellera.

Mi llanto estaba tan descontrolado que el simple hecho de respirar se me dificultaba.

–Niña traviesa– murmuró en un perfecto inglés– ¿Que daño te hicieron para que nos tengas miedo?

Sus manos posadas sobre mis muslos subiendo poco a poco mi vestido, su agarre sobre mi cintura evitando que pudiera escapar de él.

Su voz ronca sobre mi oído diciendo cosas que una niña de cinco años nunca debería de escuchar a esa edad.

Comenzó a jugar con el borde de mi ropa interior hasta introducir sus dedos en mi parte íntima, pero lo peor vino cuando se deciso de sus pantalones y boxers.

Me tumbó sobre el sillón para así tener mayor acceso a mi, puso sus manos sobre mis muslos abriendo mis piernas, trate de luchar.

Lo juro.

Cuando vi que su secretaria entro en la oficina pensé que me ayudaría, pero solo dejo unos papeles para después irse, antes de salir me recorrió con su mirada llena de odio.

–Por favor no me lleven con el monstruo– pedí entre todo el llanto.

–Leo está aquí– dijo el hombre dejando un casto beso sobre mi coronilla– y Leo no dejará que ningún monstruo te haga daño.

Pero la vida ya me había dado muchos golpes como para poder creer en las palabras de un desconocido que seguramente solo me decía eso para que dejara de molestarlo con mis lágrimas.

La realidad es muy diferente a como te la pintan cuando eres pequeño.



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En el texto hay: mafia, trianglo amoroso, amor

Editado: 23.08.2024

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