En el silencio del cielo, Gabriel permanecía inmóvil, sus blancas y doradas alas extendidas en un gesto solemne. Había pronunciado la sentencia contra su hermano menor, Azrael, y había visto cómo caía, transformándose en el monstruo que ahora era Asmodeo. La paz celestial se sentía vacía y fría en comparación con el tumulto en su corazón.
Gabriel observó el vacío donde Azrael había estado. Cada pluma caída de las alas de Azrael era una punzada en su propia alma. Recordaba los días en que Azrael y él volaban juntos, llevando a cabo las misiones divinas con un propósito común. Habían sido más que hermanos; eran compañeros, confiando el uno en el otro sin reservas.
— ¿Por qué, Azrael? — murmuró Gabriel, su voz apenas un susurro en la inmensidad — ¿Por qué tuviste que traicionarnos?
La traición de Azrael había sido devastadora. No era solo una falta; era una herida profunda en el tejido del cielo. Azrael había desobedecido las leyes divinas, había mostrado compasión hacia las criaturas oscuras, creyendo que podían ser redimidas. Había desafiado la voluntad del Creador y había puesto en peligro el equilibrio sagrado.
Gabriel cerró los ojos, reviviendo el momento en que descubrió la traición de Azrael. Había encontrado a su hermano menor en los límites del cielo, tratando de liberar a un demonio prisionero, convencido de que podía salvarlo. Gabriel había sentido una mezcla de horror y furia. La ingenuidad de Azrael era peligrosa, una amenaza para la seguridad celestial y el orden divino.
— Azrael, tu compasión nos ha puesto en peligro a todos —había dicho Gabriel con una voz llena de dolor y determinación — No puedo permitir que continúes por este camino.
La sentencia había sido inevitable. Como arcángel, Gabriel tenía el deber de mantener el orden y la justicia, incluso si eso significaba castigar a su propio hermano. Pero cada palabra de condena había sido una daga en su corazón.
Por tus actos, Azrael, serás desterrado del cielo y condenado a vagar por la tierra como un demonio. Que tu caída sea una advertencia para todos los ángeles.
Gabriel había pronunciado esas palabras con una dureza que apenas podía sostener. Sabía que Azrael no era malvado, sino trágicamente ingenuo y desobediente. Pero la traición no podía ser ignorada, y el castigo era necesario para preservar el equilibrio divino.
Mientras veía la caída de Azrael, Gabriel sintió una lágrima rodar por su mejilla. Su hermano menor, su compañero de innumerables batallas celestiales, ahora era un ser de oscuridad y destrucción.
Pero la dureza en su voz y en su corazón era una fachada necesaria. No podía mostrar debilidad; no podía dejar que los otros ángeles dudaran de la justicia y de la sentencia.
Sin embargo ver su caída revivió en Gabriel antiguos recuerdos de su doloroso pasado.
Amar no debería ser visto como un castigo, pero lo tuyo Azrael fue traición no amor ¿Cómo pudiste ser tan ingenuo en creer que Belial podría redimirse? Ese demonio que sobrevivió al ataque de Luzbel y mío del pasado. Su oscuridad casi fue mi propia ruina, tú lo sabías Azrael. Y aún así...tú...
En la soledad de sus pensamientos, Gabriel se permitió un momento de vulnerabilidad. Su dolor era profundo, una mezcla de tristeza y amor perdido. Pero se prometió a sí mismo que no permitiría que la compasión lo debilitara. Debía mantenerse fuerte, por el bien del cielo y por el bien de todos los ángeles.
— Te quiero Azrael, te quiero mucho — susurró, mirando al vacío — Pero tu traición no podía quedar impune. Espero que algún día encuentres la redención que buscas.
Gabriel se volvió y comenzó a caminar hacia la sala del consejo, su determinación renovada. Tenía un deber que cumplir, un equilibrio que mantener. Y aunque su corazón estaba roto, su voluntad era de hierro. La traición de Azrael había sido un golpe devastador, pero no permitiría que eso lo desviara de su propósito divino.
Mientras tanto, en la tierra, Asmodeo seguía sembrando el caos, y dentro de él, la chispa de Azrael seguía luchando por la redención, alimentada por el amor fraternal que Gabriel aún albergaba en lo más profundo de su ser. Aunque aquello solo sea conocido por él mismo. Ni siquiera se lo diría a su amado Luzbel.
En esos desgarradores momentos de dolor intenso necesitaba del consuelo y amor de su amado, pero sabía que había situaciones en el cielo que no podía compartirlas con Luzbel, su amado mismo lo sabía, lo entendía y lo esperaba.
Los demás arcángeles aún no daban crédito de la dureza de Gabriel, no siquiera en la época en que fue un ángel caído había Sido tan duro. Ahora un aire helado envolvió el recinto al completo, aire que emanaba del mismo Gabriel.
Sabían que Azrael significaba mucho para Gabriel, fue su discípulo, luego se convirtió en su compañero de batallas. Azrael fue quien primero se le acercó cuando Gabriel regresó al cielo tras el perdón. Fue su consuelo y apoyo. Entre Luzbel y Azrael lograron que Gabriel deje de lado el intenso dolor que su mismo ser divino albergaba.
Por eso jamás,.ninguno de los otros arcángeles imaginó que pudiera llegar a ser tan duro a la hora de castigar a Azrael. Pero él Gabriel que tenían enfrente distaba mucho de ser el compasivo y noble arcángel.
Sin decir nada Gabriel siguió su camino alejándose del recinto que volvió a su temperatura habitual.
Te quiero Azrael, espero que encuentres la redención que tanto ansías.