En las profundidades del inframundo, Asmodeo resurgió de la sombra, su cuerpo reconstituido en una forma de una belleza devastadora. Su figura era imponente, con músculos perfectamente esculpidos, una piel roja, lisa y luminosa, y un rostro de una simetría divina. Sus bellos ojos violetas, sin embargo, reflejaban una oscuridad y malicia profundas.
Los demonios de rango inferior, criaturas grotescas y deformes, se arremolinaban a su alrededor, sus miradas llenas de deseo y reverencia. Para ellos, Asmodeo era la encarnación de la perfección, una visión de poder y belleza que los llenaba de ansias por su favor y aprobación.
—¡Miren al príncipe Asmodeo! —murmuraban entre sí—. ¡Qué espléndido y poderoso es! Además de ser muy pero muy deseable.
Asmodeo disfrutaba de la adoración, saboreando la envidia y el deseo que suscitaba. Cada paso que daba exudaba una confianza y una gracia que hipnotizaban a sus seguidores. Sabía cómo utilizar su atractivo físico para manipular y controlar a aquellos que lo rodeaban.
—Acérquense —ordenó con una voz seductora, y los demonios obedecieron al instante, ansiosos por estar más cerca de su príncipe.
Sin embargo, detrás de esa fachada de perfección, un alma atormentada yacía atrapada. Azrael, el ángel caído, sentía cada acción de Asmodeo como un tormento en su propio ser. Cada vez que Asmodeo usaba su belleza y poder para manipular y corromper, Azrael experimentaba un dolor moral profundo.
—¿Cómo he caído tan bajo? —se lamentaba Azrael desde lo más profundo de su conciencia—. ¿Cómo puedo estar atrapado en esta forma que solo trae destrucción y sufrimiento? Mi castigo será tormentoso y eterno ¿Verdad....Gabriel?
Asmodeo, consciente de la presencia de Azrael dentro de él, encontraba un retorcido placer en infligir dolor moral al ángel. Sabía que cada acto cruel que cometía, cada abuso de su poder, era una forma de tortura para Azrael.
—Mira, Azrael —susurraba Asmodeo en su mente—. Observa cómo aquellos que una vez enfrestaste ahora me veneran a mí. Esta es nuestra realidad ahora. Acepta tu lugar en la oscuridad.
Azrael luchaba contra la desesperación, recordando los días en los que era un ángel de luz, protector de la humanidad y portador de esperanza. Cada recuerdo era un clavo en su alma, cada acción de Asmodeo una confirmación de su caída.
Un grupo de demonios se acercó más a Asmodeo, sus ojos llenos de una adoración enfermiza. Asmodeo los miró con desdén, sabiendo que podía hacerlos bailar a su voluntad con solo una mirada o un gesto.
—Servidme bien, y quizás algún día compartiré con vosotros un fragmento de mi poder —dijo Asmodeo, su voz una mezcla de seducción y amenaza.
Los demonios gimieron en éxtasis, sus deseos alimentados por la promesa vacía de Asmodeo. Azrael sentía una náusea profunda, su esencia divina rebelándose contra la perversión de su antigua misión.
—Este no soy yo —se dijo Azrael una y otra vez, buscando algún resquicio de esperanza — No puedo permitir que esta oscuridad defina mi existencia.
En su desesperación, Azrael intentó contactar con Daniel y Seraphiel, aunque sabía que la conexión era tenue y difícil. Pero cada pequeño esfuerzo le daba un destello de esperanza, una chispa de luz en la oscuridad.
Mientras tanto, Asmodeo continuaba su reinado de belleza y terror, su figura perfecta una máscara para el caos y la corrupción. La dualidad de su existencia era una constante tortura para Azrael, pero también una fuente de determinación. Había despertado de aquel sueño inducido por la misma oscuridad, ya no permitiría que Asmodeo anule su conciencia.
—No dejaré que esto sea el final —prometió Azrael en silencio, resistiendo la tentación de sucumbir a la desesperación — Encontraré una manera de liberarme, de redimirme y así obtener tu perdón Gabriel, amigo.
La batalla interna de Azrael continuaba, cada día un nuevo desafío contra la influencia de Asmodeo. Sabía que el camino hacia la redención era largo y doloroso, pero también sabía que no estaba solo.
La esperanza, aunque frágil, seguía ardiendo dentro de él, guiada por la luz de Seraphiel y la fuerza de Daniel.
Asmodeo, disfrutando de continuo triunfo, planeaba su siguiente ataque a los humanos y en especial a su enemigo Seraphiel junto a ese humano Daniel. Todos esos insignificantes demonios de rango inferior serían excelentes peones para su juego mortal.