Daniel, habiendo desplegado las alas blancas de Seraphiel, se se encontraba en un vasto laberinto subterráneo. Las paredes de piedra estaban cubiertas de musgos y sombras, creando un ambiente sombrío y opresivo. La luz tenue de las alas de Seraphiel era lo único que rompía la oscuridad, proyectando un resplandor sagrado en su entorno.
Cada paso de Daniel resonaba en los túneles, como un eco de esperanza en un abismo de desesperación. Sabía que debía enfrentarse a los demonios que se ocultaban en éstas profundidades, pero también sentía la fuerza y la guía de Seraphiel en su interior.
— No estamos solos Daniel — susurró Seraphiel, su voz un consuelo en la penumbra — Juntos enfrentaremos ésta oscuridad.
Los demonios emergieron de las sombras, sus ojos brilltcpn maldad pura. Sus cuerpos eran una amalgama de pesadillas, con garras afiladas y alas negras que llenaban el aire con una brisa helada. Sin embargo la luz de Seraphiel no titubeó, y Daniel sintió una ola de determinación fluir a través de él.
— ¡No dejaré que la oscuridad gane! — gritó Daniel, su voz resonando con un eco divino.
Con un movimiento fluido, Daniel se lanzó hacia los demonios, sus alas blancas brillando intensamente. Cada golpe de sus puños y cada movimiento de sus alas eran como una simfonía de luz y justicia. Los demonios, aunque poderosos, parecían vacilar ante la pureza de Seraphiel.
El primer demonio, una bestia imponente con cuernos retorcidos, se abalamzó sobre Daniel. Con una velocidad sorprendente, Daniel esquivó el ataque y con un destello de luz, clavó las alas en el pecho del demonio. La criatura se desintegró en un torrente de sombras, su grito ahogado por la luz purificadora.
— La luz siempre prevalece — murmuró Daniel, sus ojos brillando con determinación.
Otro demonio, una entidad serpentina con ojos llameantes, se lanzó hacia él, sus fauces abiertyde par en par. Daniel, girando con gracia celestial, golpeó al demonio con sus alas extendidas, creando una expulsión de luz que envolvió a la criatura en llamas sagradas.
Los demonios continuaban atacando, sus números aparentemente interminables. Pero Daniel, guiado por Seraphiel, luchaba con una ferocidad y precisión que desafiaban las probabilidades. Cada movimiento era una danza entre la vida y la muerte, una batalla entre la luz y la oscuridad.
A medida que avanzaba, Daniel sintió la presencia de algo aún más siniestro. Azazel, el maestro de los demonios, observaba desde las sombras, su mirada fija en el guerrero de la luz. Con una sonrisa cruel, Azazel decidió intervenir.
— No puedes ganar Daniel — dijo Azazel, su voz resonando en la oscuridad — La oscuridad siempre encontrará una forma de prevalecer.
Daniel, concentrado en la batalla, no se dió cuenta de la trampa que se cernía sobre él. Mientras eliminaba a otro demonio, Azazel se deslizó sigilosamente detrás de él, sus garras negras brillando con malicia.
Con un rápido y traicionero movimiento Azazel atacó a Daniel por la espalda, sus garras perforando la piel del muchacho. Daniel, sintiendo un dolor agudo, cayó al suelo, sus alas de Seraphiel desvaneciéndose lentamente.
— Seraphiel — murmuró Daniel, su voz débil mientras la oscuridad lo envolvía — Vete de aquí...escapa...no dejes que te lastime otra vez...
Azazel con una sonrisa de triunfo, se inclinó sobre el cuerpo inconciente de Daniel.
— Ahora eres mío — susurró, sus ojos brillando con una satisfacción siniestra.
En ese momento,.Ian descendió con las alas de Azrael en su espalda, si corazón latiendo con una mezcla de esperanza y miedo. Al ver a Daniel caer, una ola de desesperación se apoderó de él. La luz de Azrael resonó con la misma intensidad, y juntos, sus voces se alzaron en un grito de angustia.
— ¡Daniel! ¡Seraphiel! — gritaron al unisono, sus voces llenas de una desesperación profunda.
El eco de sus gritos resonó en el laberinto subterráneo, una metáfora de dolor y determinación. Las alas de Azrael brillaron intensamente, como un faro de esperanza en medio de la oscuridad.
Ian, sintiendo la conexión profunda con Azrael, se lanzó hacia Azazel, su espalda de luz lista para atacar. Pero los demonios reforzados por la esfera dorada, se interpusieron en su camino, formando así una barrera impenetrable.
— No puedes detenernos Ian — dijo Azazel, su voz un susurro de maldad — Tu sacrificio es en vano.
Ina, con lágrimas en los ojos, levantó su espada de luz.
— ¡Nunca dejaré de luchar! ¡Daniel es mi amigo y lo salvaré!
La batalla continuó, cada movimiento una lucha entre la esperanza y la desesperación. Ian, con la fuerza de Azrael, luchaba con una ferocidad renovada, su luz brillando intensamente en la oscuridad.
Azazel satisfecho con su captura, levantó a Daniel y se desvaneció en las sombras, llevándoselo a un destino desconocido. Ian, rodeado por demonios, sintió la desesperación apoderarse de él, pero a su vez una inquebrantable determinación.
— No dejaré que te lleven Daniel — murmuró Ian, sus ojos brillando con lágrimas y resolución — Te salvaré, cueste lo que me cueste.
La plaza subterránea, ahora envuelta en un resplandor de luz y sombra, era un testimonio de la lucha entre el bien y el mal. Y mientras Ian y Azrael se preparaban para el rescate de sus queridos amigos eran concientes que la batalla había llegado a su climax con la vida de Daniel y de Seraphiel perdiendo de un hilo.