La madre perfecta

Prólogo

Brooklyn, Nueva York

Salgo corriendo de la habitación cuando veo el otro lado de la cama vacía y escucho ruidos en el corredor. Sé que ella quiere irse, lo siento en lo profundo de mi corazón. Lo noté en su forma de actuar, en lo evasiva que ha estado esta semana.

¿Por qué no me lo dijo? ¿Es que acaso ya no confía en mí?

Atravieso la casa a toda velocidad y me dirijo hacia el patio. Abro la puerta teniendo cuidado de no hacer ruido y despertar a nuestros padres, que se pondrían muy furiosos si se enteran de lo que está sucediendo. No quiero empeorar la relación que hay entre ellos y mi hermana más de lo que ya está, pero Sophia tiene una vena rebelde e independiente que ni siquiera yo, que soy la única que puede hacerla entrar en razón, puedo controlar.

Siento que mis pulmones se quedan sin aire y que los latidos de mi corazón se multiplican en cuestión de segundo. Llueve a cántaros y, sin embargo, no me preocupa mojarme, porque lo único que importa es darle alcance antes de que se vaya. Entierro los pies en el charco de barro e intento divisarla a través de la lluvia. Corro desesperada y angustiada al no verla por los alrededores.

¿Dónde estás? ¿Por qué ni siquiera te despediste de mí?

Rodeo la casa y siento que vuelvo a la vida al verla cerca de la verja.

―Sophia ―extiendo mi brazo y la sujeto por el hombro―. Detente, por favor, no quiero que te vayas.

 Las gotas de lluvia caen sobre nosotras mientras le suplico a mi gemela para que no se marche y me deje aquí. Dice que quiere vivir su vida, que necesita extender sus alas y surcar los cielos en libertad. Sin embargo, no entiendo para qué la quiere si hemos sido felices de esta manera.

―¡Lo juraste, Sophia! ―grito, desesperada―, dijiste que siempre seríamos las dos, que nada ni nadie nos separaría.

Aferro los dedos de mi mano derecha a la falda de su vestido, en mi intento por evitar que se vaya. No sé qué hacer para retenerla. ¿No entiende que si me deja voy a morir de sufrimiento?

―Lo siento, Sophie, pero ni siquiera tú serás capaz de detenerme.

Aquellas palabras se clavan en lo profundo de mi corazón. Siento mis piernas tan débiles que estás se doblan y me hacen caer de rodillas sobre el suelo. A pesar del dolor que siento cuando las piedrecillas se entierran y rompen la piel de mis rodillas, mantengo la mano sujeta a su falda. Gimo adolorida, pero mi llanto se confunde con el sufrimiento causado por su repentina decisión de irse y dejarme atrás

―Por favor, no te vayas ―vuelvo a rogarle, desconsolada―, ¿qué voy a hacer cuando ya no estés? ―cierra los ojos, pero al abrirlos los veo más determinados que nunca y saberlo hiela mi sangre con terror―. Hemos permanecido juntas desde el día que tuvimos conciencia de que existíamos y supimos que éramos hermanas ―sigo exponiendo razones, una tras otra, con la firme intención de convencerla―. Se supone que a donde fuera una iría la otra ―inhalo, profundo―. Entonces, ¿por qué quieres romper tu promesa? ―mi boca tiembla al mencionar esas últimas palabras―. ¿Acaso olvidas lo divertida y emocionante que ha sido nuestra vida? Hemos sido cómplices de todas nuestras travesuras, nos divertíamos engañándolos a todos cada vez que decidíamos intercambiar nuestros lugares, jugando a ser la otra. ¡¿Por qué quieres destruirlo todo?! ―grito de frustración e impotencia―. ¡¿No te das cuenta de que me estás destruyendo, que estás haciendo polvo mi corazón?!

Mi voz pierde fuerza y se termina oyendo más débil de lo que pretendía. Elevo la cara y la miro a los ojos. Esperando que con estas palabras pueda convencerla de que desista de su idea.

―La decisión está tomada, Sophie, necesito hacerlo ―no sé si está llorando como lo hago yo, porque las lágrimas se confunden con el agua de la lluvia que cae de manera incesante sobre nosotras, empapándonos de pies a cabeza―. Me estoy volviendo loca en este perpetuo encierro y siento que moriré si me mantengo un solo segundo más, atrapada entre estas cuatro paredes que me están asfixiando ―niega con la cabeza―. No voy a abandonarte, hermana, te prometo que te llamaré todos los días y te contaré todas mis aventuras.

Nada de lo que diga es suficiente para hacerme sentir mejor.

―Si estás decidida a hacer esto a pesar de mis súplicas ―me paso la mano libre por mi cara para apartar el exceso de agua―, entonces, llévame contigo.

Los gestos de su cara me permiten saber su respuesta, antes de que la diga.

―No puedo hacerte esto, Sophie ―niega con la cabeza―, te amo demasiado como para exponerte a una vida de carencias y necesidades a las que no estás acostumbrada ―me explica, al ponerse de rodillas frente a mí y ahuecar mi rostro entre sus manos―. Eres fuerte y decidida, sé que serás capaz de sobreponerte a esto ―sonríe con dulzura―. Además, siempre fuiste la favorita de nuestros padres ―desliza sus dedos por debajo de mis ojos como si intentara secar mis lágrimas―, así que cuando ellos sepan que su hija descarriada dejó de arruinarles la vida y hacerlos sentir miserables, estarán agradecidos y felices de quitarse un gran peso de encima y de poder dedicarse a ti sin tener que invertir su tiempo en alguien que solo les causa penas y decepciones ―se inclina y me besa la frente―. Nunca me voy a olvidar de ti.

Se pone de pie, pero no puede alejarse, porque mi mano sigue aferrada con firmeza a la tela de su vestido.



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En el texto hay: amor, gemelas, embarazo

Editado: 23.10.2023

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