Nunca creí que la llegada de Arislene me ayudaría a tomar el impulso que necesitaba para romper las cadenas que me oprimían silenciosamente durante toda mi vida.
Hasta su llegada, todas las mujeres teníamos interiorizado que la magia era cosa exclusiva de hombres. Solo ellos eran poseedores de tal don, solo ellos eran los merecedores de cultivar y mejorar ese gran talento. Pero su súbita aparición, cambió por completo las reglas que hasta esa fecha habían ordenado nuestro mundo. Una mujer maga rodeada solo de hombres magos y para más inrí, en un futuro, ella sería nuestra líder suprema. Nunca antes una mujer había desarrollado poderes mágicos o, al menos hasta la fecha, ninguna otra fémina había dado el paso hacia delante de manifestar que también los poseía. Con su llegada, otras mujeres podrían salir de la clandestinidad y unirse a ella.
Hasta ese momento, las mujeres solo poseíamos una misión en la vida mágica, concebir futuros magos. Yo, silenciosamente, me negaba a que mi cometido en la vida fuera exclusivamente ese y dedicar el resto de mi vida a la vida contemplativa y al disfrute. Ese futuro nunca había sido algo que me llamara a la atención, yo añoraba la vida que tenían mis hermanos mayores. Tenía envidia sana de ellos por poder acudir a la escuela mágica. No comprendía porque yo, por el simple hecho de haber nacido mujer, no podía acompañarles. Pero era una simple chica un ser inferior al que no le estaba permitido cultivar un don que a las mujeres parecía privárseles. Aún así, yo siempre que podía les cogía prestado a mis hermanos, sin que se dieran cuenta, algunos de los libros mágicos que traían a casa para estudiar. Mientras ellos dormían, yo me pasaba horas estudiando e intentando llevar acabo aquellos hechizos infructuosamente. Aun así, no cedía en mi empeño por ser maga. Si ellos y yo teníamos los mismos padres, ¿por qué solo ellos tenían magia? Era algo incomprensible para mí. Estaba segura que con perseverancia podría hallar la solución y más si devoraba aquellos libros.
Pasaron los años y mi magia no acababa de manifestarse, mientras mis hermanos consiguieron avanzar a tal nivel que les fue posible ingresar en el prestigioso cuerpo de magos guerreros reales. Solo los mejores conseguían acceder a tal insigne colectivo. Nuestros padres estaban orgullosos con sus logros mientras yo perdía la esperanza de conseguir mi anhelado deseo, tener magia.
Cuando todas las esperanzas comenzaban a abandonarme, de repente, conseguí mover la hoja del libro que estaba leyendo con mi mente. En un primer momento creí que se debía al viento, intenté repetir la acción y lo conseguí. La alegría inundó mi cuerpo. Había conseguido mover un pequeño objeto, tal vez fuera capaz de conseguirlo con algo más grande. Miré a mi alrededor, buscando un elemento lo suficientemente grande que me hiciera recuperar las ganas de seguir intentando buscar y pulir la magia que se encontraba en mi interior. En ese momento, se cruzó en mi ángulo de visión un horrendo jarrón que siempre había detestado. Fijé mi mirada en él y concentré toda mi atención al mismo tiempo que levantaba la mano imitando el gesto que haría para moverlo. En la primera intentona el estúpido jarrón no se movió un ápice. A la segunda tampoco. Cómo me exasperaba ese feo adorno. Entonces el jarrón comenzó a vibrar, centré aún más mi visión y tensé más los músculos de la mano y de repente, el jarrón ascendió. La alegría volvía a inundar mi cuerpo, había conseguido levantar aquel objeto sin utilizar mis manos. Me aventuré a intentar girarlo. Hice movimientos circulares con mi mano y el jarrón los imitó. Estaba radiante de felicidad. La alegría rebosaba por cada poro de mi cuerpo. Por fin había conseguido lo que llevaba años intentando. Había conseguido liberar mi magia.
Un ruido me desconcentró y el jarrón calló a plomo rompiéndose en mil añicos. Mi madre accedió a la habitación mientras se llevaba las manos a la cara tapando su boca teatralmente al ver su amado jarrón destrozado en el suelo.
—¿Qué has hecho Missale?
Mi madre corrió hacia los pedazos de porcelana esparcidos por el suelo.
—Lo siento, mamá. Estaba limpiándolo, me sobresaltaste...
No podía decirle lo que realmente había ocurrido. La magia y las mujeres no eran circunstancias inmiscibles en nuestra sociedad. De pequeña, siempre me regañaba cuando quería acompañar a mis hermanos a la escuela mágica, siempre me decía «La magia es cosa de chicos, Missale. Deja de perder tu tiempo en semejantes fantasías. Las mujeres nunca desarrollamos magia». Ahora sabía que mi madre estaba equivocada y que si ella me hubiera dejado acudir a la escuela con mis hermanos, quizás yo fuera mejor que ellos.
Miró algunos de los añicos del jarrón que reposaban en sus manos. Como si el hecho de la rotura de aquel horrendo objeto la hubiera dolido descomunalmente. De repente tiró al suelo los trozos, centró su mirada en mis ojos y se irguió. Mi madre era una mujer muy alta. Estaba segura que si hubiera sido maga hubiera sido una realmente aterradora. Con sus ojos clavados en mí, era capaz de percibir la furia contenida en su interior.
—He hablado con tu padre y le he convencido para solventar esta situación tuya. Es hora de que te conviertas en una mujer y afrontes tus responsabilidades.
Sabía lo que significaban aquellas palabras, era el momento de que me buscaran marido y formara mi propia familia. Era lo que se esperaba de una mujer de mi edad.
—Pero...
—Missale —me cortó tajantemente mi madre antes de que pudiera replicarle—, es hora de matar esos pájaros que tienes en tu cabecita. Tu padre te ha consentido mucho estos años, pero eso se terminó. Este año te buscaremos esposo. Así que vete haciéndote a la idea.
Antes de que pudiera protestar y manifestar mi indignación al respecto, mi madre abandonó rápidamente el salón en el que me encontraba. No estaba dispuesta a permitirle que me casara en contra de mi voluntad. Hablaría con mi padre, estaba segura que él me comprendería y le haría cambiar de parecer. Pero al conversar con él supe desde el principio que mi futuro ya estaba decidido y que mi madre conseguiría su objetivo.
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Editado: 24.06.2023