La Maldición de la Luna de Sangre

Bienvenido a Mazorca

Aquella pickup rotulada a nombre de la empresa Canadian Gold rodaba con conocimiento total del terreno, que ahora era flanqueado por dos hileras de casas con fachadas antiguas, sus paredes desprendían los recuerdos de esas películas a blanco y negro, su gente no desentonaba en absoluto, ataviados con ropa actual pero con actitudes de antaño; hombres en la calle arriando sus gallinas, niños cargando madera en sus lomos, escasas mujeres presurosas cargando cántaros desde el río, todo aquello ajeno a mí y a la vez tan familiar, pero, ¿de dónde?

Caí en cuenta de los infantiles dibujos encontrados dejo la cama de mamá, firmados de manera burda con mi nombre, y me fui más atrás al día que se los mostré a mi madre, quien las recibió extrañada por el contenido de ellos, las mismas casas, el mismo río que encierra al poblado, la misma luna, salvo que en lugar del Monte Mazorca, reposaba un hombre sentado con la espalda recta, las rodillas a la altura del pecho, cabeza deforme cual si fuera pila de escombros, esta similitud me perturbó sobremanera haciéndome suspirar hondo.

El vehículo giró a la derecha y se enfiló hacia la plaza del pueblo, sumida en una total oscuridad rota por la luz trémula de las velas que se filtraba desde los hogares. Superado el desconcertante episodio nos enfilamos hacia aquella hacienda fortificada, advirtiendo en la orilla del camino una forma humana, inerte, oscura, al igual que su rostro inexpresivo una vez que estuvimos a la par.

Se trataba de una mujer de edad madura, con ojos profundos y vestiduras antiguas aunque se notaban finas, ninguna otra descripción podría hacer ya que no realizó acción alguna, salvo que giró la cabeza a nuestro paso siguiéndonos con la mirada, hasta perderla de vista. El freno de golpe me devolvió a mi realidad, me encontraba en la antesala de esa enorme propiedad que hacía palidecer a las demás construcciones alrededor, aparcó en lo que podría decirse era el patio de maniobras y apagó el motor, "esto es Mazorca", pensé.

Más tarde me encontraba preparando las sábanas ásperas con olor a guardado previo a intentar caer en sueño, las diez antes de las diez y por la ventana se apreciaba una noche negra, la cual se filtraba a mi habitación asignada inundándola por completo, sin conocimiento para encender aquella lámpara de petróleo que impregnaba las paredes con su hedor me dispuse a buscar a tientas un enchufe eléctrico con resultados negativos.

Leí un pdf hasta donde me permitió la batería de mi tableta electrónica, para luego dejarme embriagar por las formas saltarinas que la luna proyectaba en las cortinas, hasta perder el conocimiento en los confines de mi subconsciente. No supe de mi hasta la siguiente mañana en que me sobre exaltó un sueño donde el enorme Monte cobraba vida, aplastando a su paso a decenas de campesinos alumbrados con antorchas, luego de ello el cantar de los gallos me salvaron de tan terrible imagen.

Una vez dispuesto a tomar un baño caí en cuenta de que no contaba mi habitación con tal servicio, por lo que me limité a despabilarme con toallitas húmedas para bebé (acierto a mi favor por precavido), al abrir la puerta me espantó la presencia de una mujer vestida de negro, con el rostro inexpresivo, ojos profundos casi esqueléticos, descansando mano sobre mano al frente suyo, alta y ataviada de finas y antiguas prendas, no era cualquier mujer, era la misma que la noche anterior me siguiera con la vista a lado del camino.

-Buenos días señor Grant- habló con gruesa voz gruesa dando un paso dentro- voy a servirle durante su encomienda

-Gracias- respondí recobrando el aliento-, ¿dónde puedo desayunar?

Tardó un momento en hablar en lo que sentí que me analizaba- a la derecha de la entrada, procure no errar su camino- dudé el significado de sus palabras al encontrarnos en una construcción de patio central hacia donde daban la vista todas las puertas

-¿Sabe qué hora es?; no cargo conmigo reloj y debo ver al Señor Villa a las once

-Aquí el tiempo no es importante señor Grant- concluida esta oración dio la espalda para ingresar de lleno a la alcoba

Tras un desayuno de huevos y té de un sabor irreconocible para mi, dispuesto estaba a hablar con el señor Villa, propietario del derecho sobre aquellas tierras, un hombre recio en sus facciones, alto y robusto a causa de la buena vida que llevaba en su próspera hacienda, tez blanca como la mayoría de sus habitantes, salvo que no se encontraba tostada por el trabajo, enfundado en un traje que semejaba los usados en la época de los 60s.

En aquella mesa de madera estriada por el tiempo aguardaba a mi arribo flanqueado por unos tipos de apariencia anglosajona, vestidos de blanco con el escudo institucional en su pecho; los inversionistas. Apenas nos presentamos y arranqué con palabrería técnica propia de mi profesión, tras lo cual me hizo callar el azote de un grupo de carpetas abultadas, dudé antes de preguntar, no fue necesario.

-Su predecesor ya hizo los dictámenes- resolvió con seguridad-, ya estaríamos trabajando si no fuera por esos ecologistas de escritorio

A pesar de ello no caí en cuenta de su intención- ¿Para qué me hizo traer entonces?- continué la charla.

-Ocupamos su firma- me dijo alzando la ceja derecha.

Supe entonces que no fue auténtico mi padre al recomendarme para este trabajo, sino que formaba parte de su red de favores, tejida por el litigio ganado para la explotación de estas tierras. En mi mente debatí entre hacer lo fácil y largarme de este agujero olvidado por Dios ó, igual que cuando rechace convertirme en el sucesor de mi padre, hacer lo correcto y declinar plasmar mi rúbrica en aquellos papeles.




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