No había nada justo en el asunto.
No era algo grato, esconder muchos secretos te pesaba, pero esconder un secreto milenario te quitaba el aire con solo recordarlo, y lo recordabas siempre.
Era un castigo, aunque sus padres decían que era una recompensa, eran los elegidos.
Gitanos, eso es lo que eran, simples gitanos que hacían rituales, nómadas, no existía un sitio exacto para ellos, el mundo era su hogar.
Su estancia en España se había extendido a causa de la muerte de su abuelo, por lo que se asentaron en la ciudad.
—Estoy cansada, cansada de mis padres.
—¿Por qué? Siempre conoces nuevos lugares, no como yo que me la paso encerrada en este pueblo.
—No es igual, tengo 16, a mi edad debería estudiar, como vos, hacer amigos, tener recuerdos bonitos.
—¿Malos recuerdos?
—Sí, una vez me castigaron, sabes, fue una estupidez.
—¿Qué hiciste?
—Nada, solo quería tocar uno de los libros de mi abuelo, pero me lo prohibieron, me dijeron que estaba maldito y que mi deber era cuidarlo.
—Vaya, que feo, seguro fue un castigo horrible, mejor, vamos a comer algo, yo invito.
Su amiga cambió la conversación, su única amiga, la hija del alcalde.
Por primera vez en mucho tiempo Sofía se sentía feliz, llamaba a ese claro su hogar, su refugio.
Los gitanos no pueden llamar nada "hogar" era una ley no dicha. Y ella lo comprendió de la peor manera.
Su familia fue asesinada pocos días después, por su culpa, por confiar.