La MaldiciÓn De Los Siete

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Llegada desastrosa

 

El instituto Olimpia es conocido por su variedad de facultades y sus planes de estudio modernos, además de ofrecer habitaciones para los estudiantes, contaba con cinco torres y un modesto bosque alrededor. El pueblo más cercano quedaba a hora y media caminando y a treinta minutos en auto, sus directores se apodaban como los dos mellizos romanos; Diana y Febo. Tan parecidos como opuestos.

O eso me informaron.

La verdad, no tenía idea de nada cuando llegué por primera vez al pequeño país, en el norte de Alemania.

Cargue las pesadas maletas con dificultad, comenzaba a arrepentirme sobre la decisión de traer mis libros conmigo, opté por ellos y unas pocas prendas, no tenía intención alguna de parecer modelo vistiendo ropa diferente todos los días, existían las lavadoras.

Y llegado este punto, quiero aclarar que mi suerte no es la mejor, soy propensa a los desastres.

Un objeto pesado chocó con mi pierna, lo que hizo que mis maletas cayeran y se regará su contenido, es decir, mis libros y una que otra cosa extraña que me gustaba cargar. Por culpa del impacto perdí estabilidad y me caí hacia atrás.

Sí, me caí de culo.

Al mismo tiempo, un delgado cuerpo cayó en mi abdomen, sentí el impacto y perdí el aire, y para rematar una de mis blusas tapo mi rostro.

—O por dios, por favor no mueras, ¡lo siento tanto!

Ya quisiera, pero no, el mundo no se libera de mi tan fácilmente.

—Quítate. —exhale con dificultad, mientras apartaba la blusa de mi cara.

Lo primero que note fue un gracioso casco color verde chillón, horrible, muy horrible.

—¿Qué?, ¿Te estás despidiendo?, No, ¡no mueras, no mueras!

Me quería reír, la situación en general era graciosa, me imaginaba mi ropa esparcida en el suelo, los libros, eso me preocupaba, odiaba las hojas dobladas o las portadas maltratadas.

Sin embargo, la chica, una morena con ojos saltones tenía su codo en mi estómago y eso me dificulta respirar.

—Quítate. —logre mencionar casi gritando.

Asuste a la pobre muchacha que por consecuencia se movió, y pude respirar libremente otra vez.

Me incorpore lentamente, notando el desorden en el suelo. Realmente no estaba enojada, pero, ver mi precioso tomo de BJ Alex sobre un charco, completamente arruinado, me supero.

—¿¡Qué diablos te pasa!? —grite, y le lance mi mejor cara de desaprobación.

—¡Lo siento!, estaba en mi bici porque mi madre no quiso traerme y hoy comí algo que creo estaba dañado, mi abuelo siempre dice que hay que ser agradecido con los alimentos, y yo le creo, es decir, me lo dijo hace mucho pero igual yo no quería comer esa arepa, sabia raro...

La miré asombrada, no esperaba esa reacción de su parte, habló tan rápido que mi cerebro dejó de captar toda la información, compraría otro tomo cuando regresara a casa.

Una voz interrumpió su monólogo.

—Ángela, ¿Qué haces con ese horrible casco?

Yo bufe, ¿a quien se le ocurre mencionar un casco y no el evidente accidente que dejó la mayoría de cosas esparcidas por el suelo?, claro, sin constatar la posible contusión en mi cabeza.

—¡Profesora Camille!, lo siento mucho, era el único casco restante, mi hermano agarró el rojo porque se levantó temprano, nuestros vecinos tuvieron una fiesta anoche y no puede pegar ojo y justo la vecina puso esa canción que me gusta mucho y yo...

De nuevo la morena fue interrumpida por la supuesta profesora Camille, y algo en lo más profundo de mi ser me gritó: peligro, no te acerques a esa arpía.

—No me interesa sus asuntos, deshágase de ese casco ahora mismo y por amor a todos los santos, arreglen este desastre.

Sin más que decir se retiró, dejándome con la palabra en la boca.

¿Quién se creía para hablarle así a la inofensiva morena?, estaba segura que me dejaría un dolor de espalda tremendo, pero se notaba lo buena onda que era.

Por el contrario, la ojinegra ignoró las palabras crudas de la profesora y siguió en su tarea de disculparse mientras hablaba de muchas cosas, arepas, una fiesta y su hermano.

—Hey, ya estuvo, solo fue un accidente, ten mayor cuidado para la próxima, gracias por ayudarme. —de hecho, mientras hablaba recogía las prendas y los libros a su alcance. —Soy Nicole Vryzas, espero que mi cuerpo no haya dañado tus pertenencias— Señale la bicicleta y la mochila de astronautas caída.

—¿Qué? —se sorprendió por mi interrupción y miro la dirección que señalaba—, Oh, ¡Mi bicicleta! —con rapidez la recogió junto con su mochila.

Terminamos de acomodar todo en su lugar, la ojinegra metió su casco en la mochila y me ayudó a cargar mis cosas hasta la habitación 328.

La recámara era como todas las demás, constaba de 2 camas y 2 escritorios, un baño y un armario lo suficientemente grande para ambos huéspedes.

Lo primero que note fue la cama de la derecha, completamente impoluta, ya estaba ocupada, pero ni rastro de su ocupante. Le agradecí a la pelinegra y ella negó con la cabeza, se disculpó diez veces antes de despedirse.

Cerré la puerta, y aspire, había un atisbo de colonia masculina en el ambiente. 

[🎭]

Ella no recordaba el suceso exacto, sus padres le dijeron que los doctores tampoco podían confirmarlo.

Tenía 3 años cuando se perdió en la fábrica donde trabajaba su padre, recordaba algunas cosas, como el golpe en la rodilla que se dio pasando por una puerta o la mirada asustada de su madre cuando la encontraron.

Y quizás la situación hubiera pasado por ignorancia infantil, una niña que se perdió explorando.

No fue así.

La niña no se perdió por explorar, se perdió por seguir a la figura que ella llamaba Nox.

Después de ese día, su visita a los psicólogos se convirtió en rutina.




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