La MaldiciÓn De Los Siete

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Apariencias

 

El instituto Olimpia contaba con 5 facultades, las famosas Türme, las habitaciones se reparten según la facultad elegida por el estudiante.

Enola Tomilson es conocida en toda red social, desde que tuvo conciencia las cámaras le siguen, su madre adoraba llevarla a conocer las estrellas en ascenso que la disquera a su mando contrataba, esa vida le gustaba, le entretenía ver su foto en las revistas, no obstante, disfrutaba en secreto viajar con su padre, alejarse de la farándula y disfrutar del aire fresco. A sus cortos 16 años se cuestionaba sobre su futuro, todos esperaban que fuera actriz a una super modelo.

Su piel canela llamaba la atención a donde fuera, era delgada, tanto así que se esparció el rumor de que sufría anorexia, recordar ese momento le erizaba la piel.

El momento justo cuando descubrió su amor por las matemáticas fue aterrador, ¿Qué diría la prensa sobre ella?

Se imaginaba la portada de las revistas "Hija de la gran gerente de la disquera Diamond ha decidido no seguir los pasos de su familia"

Le preocupaba la reputación de su madre, por sobre todas las cosas no quería decepcionar a su familia.

Después de varias noches de insomnio mientras lloraba de impotencia e irritación en la oscuridad de su habitación, su hermano llegó muy asombrado hablando sobre un extraño instituto que no permitía celulares y aparatos electrónicos, quedó cautivada al instante.

Investigó por algunos días, se dio cuenta de las famosas torres, pensó que era alguna señal divina, la facultad de ingeniería tenía distintos programas de estudio, una tenue luz de esperanza se veía en la lejanía.

Lo meditó todo un mes, hasta que por fin en un viaje con su padre le confesó sus sentimientos, el nudo en la garganta comenzaba a asfixiarla y no pudo resistirlo más.

—Amo las matemáticas, —sus ojos estaban rojos por las lágrimas —, quiero probar que tal me va en el instituto Olimpia, quiero terminar de estudiar allí.

Su padre lloró con ella mientras la abrazaba, no se necesitan palabras para saber que te apoyaban.

Al día siguiente sus maletas estaban hechas y no dejó rastro con su partida.

La facultad de ingeniería también conocida como la torre de las hormigas o "der Ameisenturm" quedaba cerca de la de ciencias, volviéndola la penúltima. Sus colores y símbolos eran sencillos; blanco, negro y morado, siendo la hormiga la insignia principal.

 

Estuve a punto de arrepentirme de haber dejado Inglaterra por venir aquí al notar los once pisos, mira que todo era muy bonito pero, once pisos y sin ascensor.

¿A qué arquitecto se le ocurre eso?

No me sentía con la fuerza suficiente para subir 3 valijas y una mochila que pesan a causa de mi ropa y algunos libros.

Eran once pisos, por dios.

Salté del susto cuando me tocaron el hombro, me giré dispuesta a maldecir al desconocido pero se me adelantó.

—¿Necesitas ayuda? —mencionó una castaña—, hey, lo siento, no quería asustarte.—se rascó la nuca nerviosa, esperando.

Sonreí, la idea de maldecirla desapareció, su ayuda me favorecía.

—¡Sí!, las maletas pesan como el infierno y tuve la grandiosa suerte de quedarme en el último piso.

La castaña tomó dos de las pesadas maletas, quedé con la tercera y mi mochila.

Comenzamos a caminar.

—Así que ingeniería, compartimos algunas clases, si mal no recuerdo. —La ojigris rompió el silencio, y bendita sea, odiaba el silencio incómodo.

—Sí... Me gustan los números, me llamo Enola, por cierto. —suspiré con pereza, esperando por alguna reacción que denotara reconocimiento hacia mi nombre, pero nunca llegó— ¿De qué facultad eres?

—Mhh, soy un Krähe, facultad de ciencias, un gusto conocerte Enola, soy Nicole.

Supuse que no me conocía o que fingía muy bien, además note que tenía ascendencia griega o romana, pues su acento en alemán era conciso pero no del tipo nativo, y su expresión denotaba elegancia y astucia por donde se mirase, los rasgos greco romanos resaltan tenues pero estaban ahí.

—Eres fuerte, grandioso. —solté de repente, notando que habíamos pasado el octavo piso y ella ni se quejaba.

Yo resoplaba cada dos segundos.

—La verdad me duelen los brazos desde el quinto piso. —una carcajada suave salió de su boca, mientras se mordía el labio.

—No pareciera, tu rostro no lo demostró.

Ella me miró asombrada, quizás por mi forma dura al hablar pero no dijo nada y seguimos caminando.

—Hemos llegado.

Nicole dejo mis maletas a los costados de la habitación, mientras movía los brazos, con intención de volverlos funcionales.

—Gracias por ayudarme, no habría llegado ni a la mitad sola. —agradecí sonriendo.

—No fue nada, espero verte por ahí, Enola. —sonrió de vuelta una última vez y se retiró, dejando a la vista el tatuaje que sobresalía en el cuello de su camisa.

Quizás era un cuervo, o alguna figura artística, después me fijaría.

Saqué la llave de mi pantalón, toque la hormiga negra tallada en el costado y abrí la puerta con entusiasmo.

Me sorprendí al notar la espalda desnuda recostada en una de las camas, decidí no hacer mucho ruido para no incomodar el sueño de mi compañero.

Nicole no me reconoció, pero no debía tentar a mi suerte, quizás solo era una fachada, tenía que esconderme y pasar desapercibida. 

[☀️]

Transcurrieron tres días en los que me propuse encerrarme en mi habitación, resultó ser que mi compañero no era precisamente un chico, Kris había comenzado con el tratamiento hormonal antes de entrar al instituto.

Fue gracioso cuando nos presentamos, pues ella no quería que la juzgaran y uno de sus miedos era compartir habitación.

Yo tampoco quería compartir habitación con alguien que me juzgara o me reconociera, la similitud era lo cómico.




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