Sky despertó y sintió su cuerpo estremecerse. El viento fresco que se filtraba por la ventana cubría su piel desnuda, obligándola a moverse. Abrió los ojos y se descubrió en una habitación totalmente desconocida.
Cuando se percató de la extrañeza de la situación se sobresaltó hasta quedarse sentada en la cama grande. Echó un rápido vistazo a su alrededor y ahogó un grito cuando sus ojos se detuvieron en la persona que dormía a su lado. Era un hombre musculoso, con el cabello rubio desordenado. No podía ver su rostro pero supo que era atractivo. Lo supo.
Se pasó una mano por su rostro y masajeó sus ojos, espabilándose. En sus recuerdos no aparecía la imagen de su encuentro, ni nada que pudiera darle una pista sobre cómo llegó allí. Sólo recordaba haber salido la noche anterior con su mejor amiga, Clara, y comenzar a beber de manera incontrolable. Recordaba, también, el motivo que la llevó a comportarse de tal manera. Y, al caer en ese pensamiento su pecho se hundió, como si sintiera el peso de una roca. Respiró hondo varias veces tratando de olvidar, de centrarse en el presente catastrófico en el que se encontraba, pero no tuvo éxito. La memoria no la dejaría escapar de su pesadilla con tanta facilidad. Haciendo un último esfuerzo, miró nuevamente al extraño y frunció el ceño. Luego, acercó su mano a aquel cuerpo grande, bronceado e imponente para tocarlo. Y empujarlo.
El tipo se movió, sí, pero soltó un gruñido de molestia. Sky intentó nuevamente y, esta vez, dio resultado. Él levantó ligeramente su cabeza hasta encontrarse con su mirada. Sus ojos verdes adormilados la encandilaron, sobretodo por su expresión de fastidio.
-¿Qué diablos quieres? -preguntó él, con enfado.
Alex ni siquiera se cuestionó la situación. Para él era perfectamente normal amanecer con una desconocida entre sus sábanas. Lo que no era normal era que lo despertaran. Generalmente, las mujeres con las que dormía se marchaban antes de que él abriera los ojos, o permanecían dormidas cuando lo hacía. Rara vez interactuaba con alguna. Así era, generalmente. Las mujeres no estaban interesadas en mantener una conversación porque sabían las reglas del juego. Sabían cómo eran los tipos como él.
-¿Quién eres? -preguntó Sky, cubriéndose el cuerpo. Estaba horrorizada y la actitud del hombre a su lado sólo conseguía asustarla.
Se mostraba impaciente.
Alex frunció el ceño, pero se incorporó. Al estar frente a frente él se dio cuenta, por fin, de que jamás la había visto, aunque podía percibir cierta familiaridad en su rostro. Tenía el cabello castaño, ojos azules enormes y una expresión de espanto digna de una fotografía. Se rió para sus adentros, pero mostró indiferencia.
-¿No me recuerdas? -preguntó, con la clara intención de divertirse. La transparencia de la joven indicaba un completo remordimiento. No sabía dónde estaba, ni con quien, ni lo que había pasado. Y estaba claro que esa era su primera vez en un lío de una noche.
-No -respondió bajito. Sostenía las sábanas con fuerza, demostrando su tensión.
Alex sonrió. Se sorprendió al notar que, más allá de la diversión que ella le provocaba, también le generaba cierta ternura.
-¿De dónde eres? -cuestionó, descubriendo su cuerpo e inclinándose para buscar sus pantalones.
Ella evitó mirarlo.
-De Nueva York -contestó. Su voz temblaba y el corazón cada vez palpitaba con más entusiasmo. Un nudo enorme se formaba en su garganta cada vez que respiraba, haciéndola desear gritar con fuerza-. ¿Quién eres? -reiteró.
El desconocido no le inspiraba confianza. Tenía una mirada que expresaba su diversión, y parecía un idiota soberbio, con una buena dosis de maldad. Debía escapar de allí cuanto antes, pero primero tenía que descubrir donde demonios estaba.
-Alex -anunció, por fin. Se volteó para mirarla, una vez vestido, y notó que ella estaba con los ojos cerrados-. Puedes abrirlos -dijo, conteniendo una risa. Le resultaba de lo más cómico. ¿Cómo había ido a parar una virgen a su cama? Eso no sucedía a menudo. Nunca, de hecho.
Sky abrió los ojos y lo miró. Se quedó maravillada, todo había que decirlo, con la belleza de Alex. Su rostro varonil era propio de un modelo de revista, y ni hablar de su cuerpo. Era, sin dudar, un adonis. Pero debía concentrarse en lo importante. Buscó con la mirada cualquier indicio de su bolso, y lo encontró en el rincón de la habitación. Tomando una valiente vocanada de aire, tragó saliva y se deshizo de la sábana, dejando al descubierto sus senos firmes y redondos.
Alex abrió los ojos con sorpresa y sintió que su respiración le fallaba.
-Mierda -susurró, abriendo la boca. Carraspeó y preguntó-: ¿Cómo es tu nombre?
Ella decidió que no era necesario revelarle su identidad. Probablemente no volvería a verlo en su vida, así que no había por qué. Además, no quería correr el riesgo de que aquello fuese a parar a oídos de su madre. Fue imprudente e irresponsable. Podría haberle pasado cualquier cosa.
-Luna -mintió, sin mirarlo. Se pasó el vestido por encima de la cabeza sin molestarse en ponerse la ropa interior y se levantó de la cama para tomar su bolso. Metió dentro las prendas que había obviado y sacó su teléfono con la intención de saber la hora y llamar a Clara. Cuando lo intentó, no encendió. Sin batería.
-Demonios -murmuró y levantó la vista para centrarla en Alex, quien no le sacaba los ojos de encima con una expresión de fascinación-. ¿Tienes un cargador? -preguntó con una sonrisa amable.
Él parpadeó y volvió a la realidad. Cuando lo hizo, se sintió el idiota más grande del mundo. Se había quedado perdido en el cuerpo y rostro de esa mujer, maravillado con su belleza. Eso nunca le había sucedido. Y no iba a sucederle con una virgen inocente.
Carraspeó nuevamente y se puso de pie, haciendo uso de todo su esfuerzo para concentrarse. Se descubrió pensando que no le molestaba le presencia de Luna, sino todo lo contrario. Generalmente, cuando despertaba quería estar solo, pero en aquel momento parecía cautivado por la belleza de Luna. Y eso no era propio de él.
Editado: 26.01.2022