Cuando cumpli la mayoria de edad, mi madre inmediatamente me puso a la venta. Perdón, es grosero describirlo así. Mi madre me mostró a la sociedad. Y yo no era, soy pues aun no he muerto, una joya muy deslumbrante. Quisiera acotar que eso es objetable, pero, ¿qué validez tiene si lo digo yo? Si me describiera físicamente, hay formas en la que la mente puede fácilmente moldearlo a una belleza encubierta. Y sí, me gusta verlo así, pero para fines de entendimiento, es necesario verme por lo que soy llanamente. Una chica que no es suficientemente bonita para provocar curiosidad a simple vista, ni tan terriblemente contraria que provoca un magnetismo a encontrar algo salvable. Yo no era ninguna de ambas. Yo era aquella chica que conoces más de una vez, pero no eres capaz de recordar su nombre, porque no hay nada remarcable con que asociarlo. Soy aquella persona que tiene el pelo de más de un color, porque cualquier color que le atribuyas es suficientemente sencillo como para encajar con la descripción.
Estando en tal condición, mi madre pensó que sería sabio manejarse estratégicamente y no con las libertades que hubiese tenido de ser deseada por alguien, quien sea. No me dejó a mi cuenta, ya que la posibilidad de que me escogiera alguien por voluntad propia era tan incierta, que no existía hasta que sucediera. Ya saben lo que dicen de lo que hay en las cajas cerradas.
Pues, lo único que podría haber servido estando en nuestra posición, era hallar a alguien que viviese en el mismo limbo. Las chicas son medidas en su belleza y los hombres en estatus. Y para ser hija de un lord sin mucho reconocimiento, yo no estaba tan bien posicionada como para apuntar a alguien muy por encima de nosotros. Sin importar por donde lo vieras, la situación no era muy buena.
Yo no pensaba en nada de aquello. Mi madre se desgastaba día a día sin mi compañía. Yo y mi hermano pasábamos los días tan alejados de aquella realidad como fuera posible. Para un hombre, la situación nunca sería tan mala como la que yo tenía. Mi hermano ya estaba comprometido sin haber pasado por tantas dificultades. Siempre había una chica interesada en él, a pesar de que objetivamente nos parecíamos. Si alguno de nosotros era indeseable, el otro debía haberlo sido también. Eso no le evitó usar su tiempo conmigo. Salíamos a tomar té y conversar a la ciudad siempre que hacía buen tiempo, y cuando no, nos quedábamos en casa haciendo historias.
Mi madre también hacía historias, pero de otro tipo.
Pero ninguno de nuestros esfuerzos nos resultó. Ni el mío de mantenerme lejos, ni el de ella de tejerme una unión. Aquella se dio por sí sola.
Yo era joven y sin entendimiento. Las personas crecemos, y al crecer descubrimos facetas de nosotros que parecen ajenas. Nunca es recomendable confiar en lo que conoces de alguien cuando este aun no ha acabado de apropiarse de aquellas facetas.
La prima de la prometida de mi hermano nos invitó a un baile importante a una propiedad lejana y de la que nunca habíamos oído. Se hallaba a las afueras de la ciudad, antes de mezclarse con los lindes del bosque de una zona costera. Me pareció interesante ver como hacia un lado, podías ver el mar turquesa y al otro, una extensión tan densa de árboles que no era posible que existiera sin algún tipo de magia. Mi hermano me explicó que la ciudad de Larenia se encontraba en una posición ventajosa para su prosperidad. Al norte, tenían el mar, y consigo uno de los puertos más importantes del país. Al sur, un bosque tan profundo y antiguo, que nadie de los países fronterizos se atrevía a penetrar. Me pareció maravilloso. El lugar de un cuento de hadas. Y me moría por explorar todo lo que tenía que ofrecer. Hasta que el carruaje continuó más allá, alejándose del aire salino y llevándonos en dirección al bosque. El olor a flores y humedad fue algo nuevo para mí, quien nunca había salido de la ciudad ahumada en la que vivíamos. Pero no podía compararse con la sal y movimiento de la costa.
La mansión donde se haría el baile pertenecía a un señor enfermizo y a su hijo. Se me hizo raro que aquella nomenclatura organizara un baile, pero no iba a quejarme. El hijo era contemporáneo a mi hermano y había sido aprendiz de la misma tutora de arte que la prima de Imogen, la prometida de mi hermano. Las conexiones de porqué estábamos aquí eran muy complejas y poco interesantes. Así que no me esforcé por seguirles el hilo, complacida con haber salido de mi ambiente usual.
Mi madre estuvo exaltada durante todo el trayecto. Impaciente por educarme en como acercarme a los chicos que no tuvieran pareja para bailar, a los sobrantes, sin pedirles nada de frente. Habían técnicas, me decía ella, para hacerles creer que era su idea acercarse a mi. Mi hermano rodaba los ojos ante esto, pero no parecía totalmente convencido de que no fuera cierto.
Cuando llegamos a lo que parecía un castillo, no pude mantener mi deslumbramiento para mí misma. Era precioso, gigante y mágico. Tenía amplias expansiones de pastos verdes, lagos cristalinos con puentecitos para cruzar, cisnes flotando, y flores. Había más flores de las que había visto. Árboles con lágrimas de colores que caían desde alturas impresionantes. Arbustos y ramos que crecían de distintos colores.
Cuando entramos, noté que era ridículamente enorme para dos personas. Habían sirvientes, claro está. Tomaron nuestras pertenencias y nos dirigieron al ala de visitantes. Pero por mi pobre experiencia con una o dos ayudantes, sabía que su propósito era ser más desapercibidos que llenar un espacio sin alma. Imaginaba que no serían de gran compañía.
Me di cuenta que el movimiento de personas que había no podía ser el usual. No éramos los únicos que nos quedaríamos en la propiedad para el baile. Las familias de Imogen e Isabella, la prometida de mi hermano, también se quedarían aquí. Otras familias cercanas a los propietarios también. Noté que todos parecían conocerse entre sí, y me sentí nerviosa inmediatamente. Pensé que fue sutilmente, pero mi hermano notó cómo me abracé a mí misma y desvié la mirada hacia los ventanales, como si repentinamente me hubiesen atrapado. Puso su mano en mi hombro. Al mirarlo, me dió una sonrisa de entendimiento y me guió lejos de nuestra madre.