El bosque tembló con la explosión, árboles se hicieron astillas, los animales huían despavoridos tratando de ponerse a salvo. Una figura encapuchada se ocultó junto a un tronco caído, atento a cualquier sonido, respiraba tranquilamente a pesar de la persecución. Voces maldiciendo se escuchaban aquí y allá, un grupo grande.
-La pregunta es -se dijo la figura- ¿cómo obtuvieron esas lácrimas?
Una rama se partió y otra persona saltó frente a él, armada con un machete. Antes de alcanzar a su presa, el chico (pues era un joven) se levantó velozmente, desarmó al atacante y lo noqueó con una patada alta a la cabeza.
El hombre cayó hacia el frente, golpeándose la cabeza con el tronco, dejando una mancha de sangre. El muchacho se agachó y comenzó a revisarlo, removiendo las sucias ropas que llevaba puestas. No encontró nada, el tipo era un bandido de los bosques corriente, pero eso hacía más sospechoso el hecho de que sus compañeros hubieran usado lácrimas.
Sintió, antes que ver, la pequeña esfera que cayó a unos pasos de él; del mismo tamaño que una manzana, cristal transparente y con unas líneas casi imperceptibles grabadas en toda su circunferencia. En su interior brillaba una pequeñísima flama.
-Rayos.
Explotó arrojando fuego por todos lados. El chico quedó atrapado en la nube ígnea. La nube ardiente consumía velozmente todo lo que se encontraba a su alrededor, cegando con sus llamas a los testigo del voraz apetito del fuego. Las llamas se podían ver a cientos de metros de distancia, pues ya la noche había caído hace tiempo.
-¡Apaguen el fuego! -ordenó uno- No debemos llamar más la atención.
Los bandidos buscaron algo que les ayudara a extinguir las llamas, pero el fuego comenzó a reaccionar de manera extraña; comenzó a arremolinarse, atrayendo las flamas que ya se habían esparcido por el bosque. Una mirada de sorpresa se dibujó en los rostros de los hombres, y mientras el fuego se apagaba, la sorpresa se transformó en miedo.
El chico estaba de pie, sin heridas visibles. Se sacudió el polvo y cenizas de la ropa, sólo la capucha se había quemado, dejando ver su rostro. Un muchacho de unos diecisiete años, largo cabello negro sujeto con un listón negro también, muy guapo, de ojos grises y tristes. De no ser por su voz y un poco de sus facciones, podría pasar por una chica.
-Era nueva esta capa -dijo-. Un regalo de Sonja.
Los bandidos estaban mudos, sorprendidos ante la actuación tan natural del chico. Recibió la explosión de una lácrima y no parecía estar herido.
-Y bien -su voz era suave, pero atemorizante- ¿me dirán cómo consiguieron esas lácrimas?
Por respuesta obtuvo otra lácrima junto a su rostro, ésta tenía un relámpago en su núcleo, pero el muchacho la atrapó sin ningún problema. Los bandidos esperaban alguna otra explosión, o por lo menos una distracción que les permitiera escapar, pero nada.
-Simples bandidos, sin conocimientos de lo que tienen. Ésta es una lácrima, un dispositivo que transporta reiki para el combate, y si eres un usuario como yo, manipular algo como esto es insignificante.
-¡¿Un usuario?! ¡¿Eres un usuario de reiki?!
-Sí, y el mejor.
Sonrió, una sonrisa burlona, la de aquellos que saben cuál es su fuerza y la de los demás. Guardó la lácrima y el fuego se encendió en la mano izquierda.
-Les preguntaré otra vez -lanzó el fuego e hizo un cerco ígneo- ¿De dónde sacaron las lácrimas?
Tres minutos después, los seis bandidos que le rodearon quedaron reducidos, golpeados e inconscientes. El muchacho se acercó a uno de ellos y lo abofeteó para despertarlo.
-Oye, ya me cansé de esto, ¿de dónde sacaron las lácrimas?
-No lo sé.
-¿Cómo que no lo sabes? Lo que tienen aquí son lácrimas, de uso exclusivo a la Sociedad; tendrán muchos problemas.
-En serio no lo sabemos. Un día estábamos bebiendo, repartiendo el botín de un asalto cuando un hombre se apareció y nos ofreció una manera más eficaz de obtener dinero.
-Su descripción.
-No lo vi, sólo lo escuché. Ninguno de los que estamos aquí lo vio, sólo Juda lo conoce.
-¿Y dónde está Juda?
-Ahora debe estar lejos. Si un grupo se tarda demasiado, cambian el escondite.
-Esto es un problema, por el momento no tengo tiempo de buscar a tu jefe, pero pasaré el dato a los Cazadores.
-Entonces ¿puedo irme?
-Claro que no -le golpeó la sien y se desmayó- se quedarán aquí hasta que termine el asunto que tengo pendiente.
Registró nuevamente a los hombres y encontró otras dos lácrimas cargadas con fuego. No podía arriesgarse a que los bandidos despertaran y usaran las esferas para causar más problemas, así que las guardó en su ropa, aseguró a los hombres y siguió su camino.
Fue una suerte que esas lácrimas no estuvieran perfeccionadas, de lo contrario, pudo haber tenido problemas un poco más graves. Sus ojos absorbían la luz de la luna permitiéndole distinguir poco a poco su alrededor. De uno de los bolsillos extrajo un pergamino, encendió nuevamente el fuego para poder ver mejor el pergamino y repasar su misión; recompensa de doscientas libras (bastante sustanciosa) por un ladrón y asesino llamado Manda.
Editado: 23.06.2018