La Luna opaca escondida tras las nubes apenas da visibilidad a la oscuridad del bosque. Dos caballos cabalgan entre medio del follaje oscuro donde ninguna voz humana interrumpe el susurrar de los insectos nocturnos. Despeinada, descalza, con su mirada perdida en la nada, sintiendo que la noche se la devoraba Alejandra solo se aferra a la cintura de Iván, como si aquello fuera lo único que la mantiene conectada a la realidad. El recuerdo del cadáver de Helena, el hecho de sentirse morir, y esa venganza incontrolable que casi la hizo masacrar a la gente a su alrededor la hacen temblar. Entrecerró los ojos cubriendo su rostro con la capucha que Laurence anteriormente le había pasado. En esa oscuridad se pierde, se olvida, se queda en la nada y así lo prefiere. Sintió la tibia mano de Iván que se apoyaba en una de las suyas. Esto la hizo abrir los ojos sintiéndose confundida, y tuvo miedo de aceptar la calidez de aquel contacto, como si se volcara a esta realidad aferrándose en aquella mano antes de caer en la locura que había querido tragársela en aquella húmeda celda.
Laurence les dirige el camino, es muy hábil por la experiencia en batallas que ha tenido. Uno de los pocos soldados fieles a Iván, se había hecho pasar por carcelero solo para aprovechar su turno y sacar a Alejandra de ese lugar, donde fuera el príncipe los esperaba a ambos con los caballos más veloces que pudo encontrar.
Los caballos cabalgan respirando fatigados, ambos jinetes saben que detenerse será un error que hasta pudiera costarle la vida a ambos, acusados de traición contra el rey. Iván sabe que es muy probable que no pueda volver al palacio, aunque cuenta con su título de príncipe para evitar la condena a muerte de su hermano mayor. ¿Por qué se arriesga de esta forma? no lo entiende, quiere protegerla, pero ha llegado a exponer su propia vida por ella. Sin embargo al presionar su mano sintió un alivio que no esperaba, aun cuando la fría mano de Alejandra no pareció reaccionar, y su mirada siguió oculta tras la capucha que le queda grande.
Quiso decirle algo pero se dio cuenta que no hay palabras que decir. Alejandra ha rehuido su mirada desde el jardín, por más que había tomado su rostro para ver si estaba bien ella jamás dirigió sus ojos oscuros a los suyos. Parece alejada, perdida, como si no estuviera en ese lugar.
Siguieron su camino en silencio, deteniendo el rápido galopar pasando a un lento y cauto trote, al entrar al tupido bosque. El leve ulular de un búho les llamó la atención por unos instantes antes de sentir el sonido de una cascada en las cercanías, están a punto de llegar a su destino. En medio del oscuro follaje se levantó aquel viejo edificio que Alejandra ya conocía, la mujer lo observó sin intentar entender el porqué es llevada hacia aquel lugar. En las puertas del templo algunas sacerdotisas los esperan iluminando el caminos con sus candelabros, sus cabezas ocultas por sus capuchas hacen difícil poder adivinar quienes son específicamente. Iván bajó de su caballo ayudando luego a Alejandra a bajar, pudo darse cuenta de que ella sigue rehuyendo el contacto con él. Laurence se estiró con gracia, está agotado, el camino a parte de agotador había sido muy tenso en el sentido de que no sabían si alguien les detendría y los llevaría ante el monarca que de seguro los condenaría a muerte, por ello sonrió al darse cuenta que han llegado a su primer destino.
—Por aquí —señaló una de las sacerdotisas que parece ser la mujer de mayor edad.
—Acompañemos usted por acá, señorita —indicó una más joven dirigiéndose a Alejandra.
La mujer titubeó ligeramente antes de aceptar seguirla, dentro de sí teme preguntar cuales son las intenciones de estas personas al traerla hasta este lugar, o que planea Iván hacer ahora con ella. Cuando sintió las cálidas manos de la sacerdotisa en las suyas se sobresaltó mirándola con un inevitable temor.
—No tema, sígame, le aseguró que un buen baño la hará sentir mejor —le sonrió.
Quiso mirar a Iván y ver si su expresión le indica que no debe temer, pero no puede, siente angustia de imaginarse que ahora la desprecia, luego de que ella intentara matar a su hermano, aunque es ilógico que ahora la estuviera salvando de las manos de Alexander, pero ya ha pasado tantas cosas, ya ha sido otras veces engañada que quien sabe si él solo quiere vengarse de su hermano utilizándola a ella.
Finalmente solo bajó la cabeza y siguió sumisamente a la joven sacerdotisa.
—No podrás esconderla por mucho tiempo —murmuró la anciana mujer al verlas retirarse—. Y eso lo sabes supongo.
—Sí, lo sé, si mi hermano fuera creyente de nuestra religión podría dejarla en este templo al cual él no se atrevería a sacarla a la fuerza. Pero él no lo es... —se colocó aún más serio arrugando el ceño—. Por lo que solo estaremos de paso aquí, hay un lugar a donde iremos y por ello necesitare otro favor suyo.
La anciana levantó la ceja con un gesto adusto, caminó dándole la espalda, por su edad cojeaba de la pierna izquierda las noches frías siempre le producen dolores que solo calma mediante hierbas medicinales. Tiene unos ochenta y cinco años, bastante para la gente de este mundo, por lo que es una mujer muy respetaba. Carraspeó antes de hablar.
—No puedo negarle la ayuda a la hija del manantial, a la sangre de nuestro Dios —señaló mirándolo fijamente con sus claros ojos verdes— ¿Que es lo que necesitas?
—Pulpurina —respondió seriamente notando la expresión sorprendida de la mujer.
—Es un bien bastante escaso —indicó con mayor seriedad—. Pero tenemos algo de él. Hace mucho tiempo que no escuchaba a alguien hablar de aquel polvo que los antiguos oscuros usaban para aclarar sus cabellos tratando de protegerse de la masacre de aquellos años ¿Planeas aclarar el cabello de la muchacha?
Editado: 16.03.2023