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La mariposa oscura

Capítulo 25

Las sirvientas, dos mujeres, fueron a preparar el baño a Alejandra, quien las observó desde la cama sin interés. Se dejo guiar al agua tibia de la tina en silencio y enjabonar su cuerpo, luego la enjuagaron pero cuando quisieron sacarla del agua la mirada fría y penetrante de esos ojos oscuros las perturbó.

 

—Pueden dejarme sola —indicó con sequedad.

 

—Pero el señor dijo que...

 

—¡No me importa lo que les haya dicho! Les estoy pidiendo que me dejen sola —exclamó alzando la voz.

 

Las mujeres se contemplaron molestas, sin embargo bien saben que deben seguir las ordenes de su majestad ante que el de Alejandra que hasta ahora no es más que una simple concubina. Aunque el hecho de que luego llegara al poder y pueda tomar represarías contra ellas las hizo titubear. Dos golpes en la puerta las sacaron de sus cavilaciones y volcaron su atención en Daniela que entraba acompañada de la modista.

 

—Señorita la modista ya está aquí —indicó la niña fijándose en las expresiones serias y el tenso aire de la habitación.

 

—¿Modista? —preguntó Alejandra saliendo del agua y secándose—. ¿Por qué?

 

—El señor indicó que la modista debía visitarla para hoy ¿O lo olvidó? —Daniela la observó preocupada.

 

—No recuerdo que me lo haya dicho —la verdad que de seguro no le interesó decírselo ya que él hacia lo que se le daba la gana. Arrugó el ceño deteniéndose en el inquieto semblante de la niña—. Dile que pase...

 

La modista, una mujer de edad con una expresión afable se presentó con torpeza, le es imposible no sentirse nerviosa ante aquella mujer de cabellos oscuros y ojos marrones, es la primera vez que ve tan cerca a una mujer así de la cual solo había escuchado leyendas en su infancia, tiene a la ninfa, a la hija del manantial frente a sus ojos. Sabe que la reina es una de ellas también, pero la madre del actual soberano tiene su propia modista y pocas veces se dejaba ver por el pueblo.

 

—Soy Camila, es un enorme honor servir a una señora como usted, mi nieta me había comentado lo linda que es —sonrió nerviosa.

 

Por más que a Alejandra no le agradó el hecho de que Alexander enviara a una modista no puede desquitarse con aquella humilde mujer que esta frente a sí. Sonrió con fuerzas debido a su situación.

 

—Es un gusto conocerla y gracias por el cumplido ¿Quien es su nieta? —le preguntó con curiosidad.

 

La anciana señaló a la joven sirvienta de Alejandra, Daniela bajo la mirada sonriendo un poco avergonzada. La pequeña con pecas en su rostro, ojos azules y cabellos castaños se mantuvo así hasta que la mano de la futura reina se apoyó en su cabeza en forma maternal.

 

—Bien, necesito sus medidas, preparé un vestido de novia con anticipación porque tenerlo en tan poco tiempo es casi imposible, en su ausencia usamos a otra mujer como modelo así que ahora le haré algunos ajustes para que este a la perfección —indicó sacando sus materiales de costura y un enorme y esplendido vestido blanco.

 

Sin embargo al escuchar "vestido de novia" produjo que el semblante de Alejandra se tensará ¿Acaso de verdad aquel tipo pensaba casarse con ella? Pensó en un principio que solo era para amedrentarla, arrugó el ceño inquieta.

 

—¿Qué día es la boda? —preguntó tragando saliva con amargura.

 

—La verdad es que desconozco el día exacto, pero es el próximo mes... —respondió la joven sirvienta notando la aflicción de su señora, comenzaba a darse cuenta que el hecho de estar aquí y de casarse iba contra su voluntad.

 

—¿Está bien? —preguntó la anciana insegura al darse cuenta de la expresión de la mujer.

 

—Estoy bien, no se preocupe —trató de sonreírle en vano.

 

La anciana titubeó preocupada, no es la primera vez que ve un matrimonio forzado, es casi una costumbre, pero aun así no puede evitar sentir lastimas por las mujeres que viste para lo que debería ser el mejor día de sus vidas y se transforma más en el día de sus desgracias, de sus pérdidas de libertad.

 

En silencio le prueba el vestido y luego marca las áreas en donde debe hacer sus ajustes, solo sonríe al notar como Alejandra abre los ojos impresionada al ver su reflejo en el espejo con el vestido puesto. Quiere decirle con sinceridad que se ve preciosa pero se guarda su comentario ante la vacía mirada de esos ojos marrones.

 

—Terminaré con los detalles del vestido y se lo mandaré en cuanto este avanzado con mi nieta —inclinó la cabeza en forma de despedida.

 

La puerta se abrió antes de que saliera junto con su nieta encontrándose ante la intimidante mirada del rey, retrocedió de inmediato inclinando su cabeza, no solo por respeto sino que presintió maldad dentro del duro semblante de aquel hombre, ello le llevó a entender las penurias de aquella joven mujer.

 

—Déjennos solos —ordenó Alexander con indiferencia.

 

Salieron de inmediato a la vez que Alejandra endurecía la expresión de su rostro retrocediendo hacia las ventanas. Notó como la observaba con una avidez que antes no había visto en él y aquello la inquieto produciéndole una desagradable sensación.

 

—Buenos días... —indicó irónico acercándose a la mujer sintiendo como su pecho rebosaba de ansiedad ante el poder que ejerce sobre ella.

 

No puede entender porque le produce tal necesidad, porque ahora le es casi imposible contenerse, estar cerca de ella le recuerda esa misma ansiedad de cuando esta cerca de Gabriela. Sí, la deseaba más aun al notar la dura expresión del rostro de Alejandra, más aun al saber lo importante que es para su hermano. Contempló aquellos cabellos oscuros que caen sobre su espalda, esos labios rojos, sus ojos marrones rodeados de largas pestañas negras. Sus latidos aumentan en solo pensar en tenerla entre sus brazos, en doblegarla a su gusto, el recordarle que le pertenece, en hacerla sufrir.



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En el texto hay: aventuras, amor, medieval

Editado: 16.03.2023

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