Su fría mirada se detuvo en la burlesca expresión del hombre que tiene en frente, apretó los dientes controlando su ira y solo observó detenidamente el péndulo de un enorme reloj de madera apoyado en la pared. Su corazón late con una rapidez que rompe con la lenta monotonía del reloj. Empuñó sus manos arrugando el blanco vestido, y sus labios se presionaron en una mueca de desagrado al pensar que el tipo que ahora la contempla con maldad pronto sera su marido. Se aferra a su venganza, al poder que se le otorgará al casarse con el rey, y aun cuando dentro de las paredes de su habitación solo será una esclava, fuera de este será la reina, y esto le permitirá manipular a quienes le rodeen hasta poder quitar de su camino a Alexander.
—Una novia debería sonreír cuando está a punto de casarse —le susurró al oído con cizaña.
Desvió la cabeza para evitar sentir el aliento de aquel hombre y escuchó cómo se reía sarcásticamente. Y antes de que volviera a mirarlo a los ojos este la tomó con brusquedad del mentón obligando a que sus ojos se encontraran y un forzado beso la invadió con desagradable sorpresa. Sentir sus labios le hizo revolver el estomago y lo empujo alejándose.
—Vaya tan tímida que es mi novia —agregó en voz alta con una mirada cruel que la desconcertó mientras el resto de los hombres presente se largaba a reír mofándose de su situación.
Alejandra arrugó el ceño molesta, deteniéndose en la sería expresión de Byron quien no compartía las burlas de quienes estaban en el lugar, le sorprendió la actitud de quien tiempo atrás no tenía problemas de burlarse de ella. La observa esperando ver como actuará frente a quienes ironizan de su realidad. Entrecerró los ojos con dignidad y con indiferencia esperó que los hombres dejaran de reírse de ella. Alexander la contempló con orgullo, y aunque esto la incomodó fingió no notarlo, la rodeó con su brazo tomándola de la cintura.
—Vamos cariño, es hora de que cerremos nuestro acuerdo —y sus oscuros ojos se posaron sobre los suyos como si quisieran devorarla, como si la amenazaran, sin ocultar su ansiedad, su deseo de beber de su cuerpo, y aun cuando esto le produjo escalofríos mantuvo su actitud sería y altanera.
Sus piernas se niegan a caminar por lo que sus pasos forzados le dan una elegancia de la cual no se da cuenta. Byron no puede evitar lo hechizado que se siente al verla caminar, como si contemplara a una princesa altiva y orgullosa que camina hacia su muerte con valentía. Y no es el único que piensa aquello, Alexander parece también atraído por la joven mujer que ahora camina a su lado, por momentos olvida que sus ansias de poseerla solo sean por herir a su hermano, que su necesidad de tenerla para sí, de hacerla suya, de sentir la calidez de su cuerpo, ya es algo propio, algo incontrolable que por momentos parece escapársele de las manos. La sensación de sus tibios labios aun sigue prendados de los suyos, esa mezcla de fragilidad y dolor que lo inquieta lo hace sonreír al solo imaginar lo que sucedería si estuvieran solos. Luego arruga el ceño molesto, ¿Por qué esta mujer tan insignificante es capaz de alterarlo de esta manera?.
—¡Majestad! —lo interrumpe abruptamente uno de sus hombre, al cual lo mira con sus ojos oscuros y con claras ganas de asesinarlo—. Disculpe que lo interrumpa pero...
—¡Habla de una vez que no tengo tanto tiempo! —lo apresura con severidad.
—El campamento que se encontraba en la frontera de Lozde ha sido atacado —lo observa preocupad —. Muchos de los hombres... —tragó saliva— se han renegado poniendo del lado de quien los atacó... del príncipe Iván.
—¡¿De qué mierdas me hablas?! —lo agarró del cuello—. ¡Repite lo que has dicho!
—El... príncipe Iván, atacó la frontera de Lozde... —respondió temblando— y mucho de sus hombres se han puesto de su lado...
Alexander carraspeó molesto y de un empujón lo botó al suelo.
—¡Rápido preparen mi caballo! —pero su orden fue interrumpida por la irónica risa de la mujer que estaba observando la escena con una expresión placentera que lo dejo atónito, pues no se esperaba el odio que pareció dibujarse en su semblante.
—Iván no parece haberse olvidado completamente de mi —agregó sin dejar de sonreír.
Sin poder controlarse la tomó del cuello poniéndola contra la pared, aun así la mujer no borró su expresión de triunfo descolocándolo. En su estado no puede hacerle daño, Alexander lo sabe, aun cuando desea poder darle de latigazos por lo que acababa de decir, pero necesita a ese bastardo que lleva en su vientre. Y sin soltarla del cuello la empujó hacia donde estaba Byron.
—¡Llévatela a los calabozos, a ver si una noche en ese lugar le enseña a esta perra a respetarme! —al notar la indecisión del hombre apretó los dientes con ira— ¡¡Me estas escuchando!!
Byron abrió los ojos dándose cuenta que no es el momento de hablar. Inclinó la cabeza indicándoles a dos soldados que llevaran a Alejandra a los calabozos del palacio. Y a pesar de su situación Alejandra no borra su sonrisa, que ahora sin dejos de odio y cizaña, se dibuja animosamente en su rostro. ¡Iván sigue vivo! ¡Y probablemente viene a rescatarla! Eso es lo único que le importaba. Y cuando la dejaron en el calabozo no borró la expresión esperanzada que la embargó. Byron la quedo contemplando curioso unos momentos antes de retirarse del lugar.
—Ves hijo mío —susurró Alenjandra apenas estuvo sola—. Papá viene por nosotros, el no nos ha olvidado.
No le importó la humedad, ni la oscura y sucia celda en donde se encuentra, solo piensa en aquel hombre que ha sido capaz de darle aun la fe de que su camino pedregoso se transformaría en un suave camino de arena.
Alexander en tanto salió galopando olvidando por completo la ceremonia de su matrimonio y los rumores del ataque de Iván se repartieron con rapidez dentro de los invitando llegando a oídos de su madre que esperaba sentada en su lugar el inicio de un casamiento que no se realizaría. Preocupada se levanto fijándose en su dama de compañía que había salido a tener información de lo que pasaba.
Editado: 16.03.2023