—Jackson... no eres tú, soy yo —dijo con la sonrisa tierna que a él tanto le gustaba, se tomó una pausa para admirar como el rostro del rubio se iba haciendo pedazos y observó sus ojos. Unos ojos bonitos pero no lo suficiente como para enamorarla. Si los miraba con suma atención, la castaña podía jurar que era capaz de ver cómo su corazón y alma se iban rompiendo en mil pedazos. Su sonrisa se ensanchó.
«Analía te pagó por una ruptura traumática», la muchacha se dijo a sí misma.
—De hecho... —comenzó, desvaneciendo su sonrisa mientras los ojos del rubio idiota se iluminaban de esperanza—. Sí eres tú.
—Pero...
—Pero nada, Jackson —el reflejo del ventanal frente al cual se encontraba su mesa le hizo saber que de su rostro había desaparecido cualquier rastro de ternura. La joven no entendía porqué a un tipo como él le encantaban tanto las chicas adorables, le repugnaba en todo sentido de la palabra—. Me aburres, ¿sabes? Y no es sólo eso: eres malísimo en la cama —apenas había comenzado a investigarlo, Malia había descubierto que debajo de toda esa capa de macho alfa se escondía un niño inseguro de sí mismo. El mejor punto débil—. Y tampoco soporto que estés tan necesitado de cariño, es realmente agotador.
Aquellas palabras calaron profundo en el corazón del muchacho, sentía que el mundo se le venía abajo, que ya nada tenía sentido y sabía, sabía que nada volvería a ser igual, sabía que sería imposible quitarse de la cabeza a tan hermosa mujer, que jamás nadie la igualaría. Y, muy a su pesar, sabía que se merecía lo que estaba ocurriendo, que tarde o temprano el destino se encargaría de devolverle todo el mal que había hecho. Pero... nunca pensó que el karma vendría en forma de hermoso ángel con garras diabólicas, porque es lo que ella era: un ángel, un hermoso ángel lleno de encantos que fueron capaces de enamorarlo, claro que por fuera, porque la sonrisa diabólica que tenía en sus labios le hizo preguntarse si alguna vez la había conocido en verdad.
«Maldito sea el día en que te conocí», pensó, tragándose todas sus lágrimas, su amor por ella y las ganas de decirle el maravilloso futuro que había planeado a su lado.
«Hazlo llorar», se dijo la muchacha pero, antes de que pudiera decir palabra alguna, Jackson volvió a insistir.
—Creí que me amabas... —confesó en un susurro afligido que no hizo más que aumentar el gozo de la castaña. Pronto se derrumbaría, de eso ella estaba segura y, para colaborar en aquella patética acción, se carcajeó con exageración.
—Nunca te amé, simplemente fuiste un entretenimiento de verano —soltó con la lengua más filosa que nunca y se lamentó de que el rubio no pudiera ver la grandiosa sonrisa que se pintaba en sus labios al él tener la cabeza gacha.
Sin querer perder más tiempo y anhelando el dinero en sus manos, Malia tomó su bolso dispuesta a salir de aquella cafetería que volvía a presenciar otro trabajo bien realizado. Pero de repente Jackson tomó con delicadeza su muñeca, haciendo que ella pusiera sus ojos en blanco antes de voltear a mirarlo con fastidio, se dio cuenta, entonces, que él había llegado al podio de sus víctimas más insoportables.
A veces los hombres podían ser tan patéticos...
«Debiste de haberle cobrado más a Analía», le reprochó su conciencia a la joven rompecorazones y ella no pudo hacer más que darle la razón.
—¿Por qué me haces esto? —preguntó el ojiazul con la voz destrozada, prácticamente al borde del colapso.
Y entonces ella celebró. Sin dudas lo había logrado, había vuelto a romper otro corazón.
Aquella afirmación de su cerebro la hizo saltar mentalmente de alegría, sintió el poder correr por sus venas y, sin querer evitarlo, se agachó hasta la altura de los ojos de quien era su supuesto nuevo ex-novio y, sonriendo con malicia, dijo—: Porque te lo mereces.
El corazón de quien se suponía era un macho alfa se rompió en pedazos, se destruyó al igual que las barreras que había estado poniendo para evitar llorar, igual que las barreras que la joven había derribado meses atrás para llegar a su corazón. Estaba destrozado ¿y qué era lo que más le costaba asimilar? Que se lo tenía merecido, demasiado merecido. Él merecía sufrir toda su maldita vida. Y, por un momento, se sintió dichoso de haber tenido instantes de felicidad con la mujer más hermosa sobre la faz de la Tierra antes de su inminente destrucción, serían momentos que jamás olvidaría, momentos que lo acompañarían hasta la muerte.
Editado: 14.09.2018