La mirada de un niño

La mirada de un niño

Cuando mis manos tocaron la manija y quise abrir la puerta, un odio incontenible se apoderó de mí al recordar las palabras de la vecina del 9: "Tu marido te engaña. Es un infame. No quisiera darte un disgusto, claro, pero hasta puedo darte la dirección donde le puso el departamento a la vieja esa".

Al abrir la puerta, ésta hizo tal ruido que pareció que quería advertir a esa mujer que había una persona ajena a la casa aquella.

Una escalera se alzó entonces ante mis ojos, secos ya de llorar, y comencé a subir por ella, lentamente, con una sola pregunta en mi mente: ¿Por qué?

Subí el primer escalón y el recuerdo de su primera mirada hacia mí llenó mi mente. Subí al segundo y recordé su primer beso. Cada escalón, un recuerdo. Cada paso, una felicidad marchita, un momento dichoso que quedó en el pasado. Mis pasos sonaron en la escalera de cemento produciendo un eco casi inaudible al resonar en las paredes.

Terminé de subir por la escalera y me encontré con otra puerta. Al primer toquido, ésta se movió, dejándo ver que nadie se había ocupado de cerrarla. Entré esperando encontrar a aquella mujer que tanto odiaba ya aún sin conocerla.

Sin embargo, nadie respondió cuando pregunté si había alguien en esa infame casa.

Y ahí estaba yo, sola en medio de la sala. Sentí una rabia infinita al mirar la finura de los muebles, la costosa televisión a colores, la mulllida alfombra... Claro: Todo lo mejor para ella, mientras que yo, que le di todo lo bueno que hubo en mí, vivía en una triste y oscura vecindad, donde hacía ya tiempo aún un pan duro sabía a miel por la dulzura de nuestro amor.

Fue entonces cuando descubrí la foto, encima de una pequeña mesa de centro. Ahí estaba él con su típica sonrisa de fotografía, abrazado de ella a orillas del Lago de Chapultepec. Pero había algo en sus ojos... un brillo que me hizo sentir que esa foto debieron tomarla por una razón especial. Se veían radiantes, felices. Yo lo conocía muy bien y sólo podía recordar una vez en que me miró de esa forma. Pero no, Dios no podía permitir que ella, la ladrona, tuviera la dicha que a mí me había sido negada años atrás. No, no podría permitirlo, porque esa vez en que sus ojos brillaron así, fue cuando...

De pronto, mis pensamientos fueron cortados de tajo ya que, por el viento, la puerta se cerró de golpe. Volvía a ver la fotografía y sentí tal dolor que tuve la intención de salir corriendo. Estaba a punto de hacerlo, cuando hasta mí llegó un sonido que no llegué a distinguir o que, mejor dicho, no quise escuchar.

Me quedé un momento parada frente a la puerta pensando aún si salía o me quedaba... hasta que, por fin, decidí investigar ese "ruido".

Y es que, ese "ruido" del que había querido desentenderme, era el llanto de un niño. Efectivamente, cruzando una puerta tras otra, llegué hasta una recámara con decorados infantiles y, en medio de ella, la cuna rodeada de un listón azul: Niño, como él siempre había querido.

Casi sin quererlo, me asomé a la cuna y miré por un momento esa pequeña cara que no me era completamente desconocida. Sus cejas, sus labios, sus manos, en todo eso era muy parecido a su padre. A mi marido.

No sabía por qué lloraba ese niño, pero de pronto quise callarlo con mis propias manos. Todo mi odio se volcó súbitamente en él, que era el fruto de la infidelidad de mi esposo, era un reproche palpable de mi propia esterilidad, era el signo inequívoco de que esa mujer le estaba dando a mi esposo lo que yo nunca pude darle.

Mis manos, crispadas por la ira y la frustración, se dirigieron hacia boca y nariz de ese niño que no dejaba de llorar.

De pronto, antes de que mis manos pudieran tocarlo, mis ojos se toparon con los suyos y en ellos vi una súplica desesperada, como si me pidiera algo... como si hubiera querido ser capaz de articular una sola palabra para decirme algo muy importante.

Entonces noté algo raro en el llanto del niño. Y es que era un llanto interrumpido, audible sólo a veces y, otras veces, apagado, a pesar de que el niño parecía gritar.

Como un relámpago vino a mi mente la idea. Tomé al niño por los pies, al tiempo que le palmeaba fuerte por la espalda. Después de varios intentos, por fin cayó a la cuna una pequeña moneda y el llanto del niño pareció ya normal.

"Pobre niño", pensé. "Tomado nuevamente por los pies, otra vez golpeado. Otra vez has tenido que llorar para que te dejen tranquilo. Parece que has nacido por segunda vez".

El niño siguió llorando por un rato mientras yo lo cargaba y, cuando ya estuvo más tranquilo, volví a acomodarlo en su cuna. Entonces me miró, con sus ojillos todavía humedecidos por el llanto, y yo sentí que esa mirada me llegó hasta lo más profundo del alma. Con su mirada, sus manos, sus breves balbuceos, parecía decirme algo. Al tiempo que sus labios esbozaron una sonrisa, tan tierna como puede serlo cualquier sonrisa infantil, sus manitas se estiraron hacia mí. Alargué entonces mi mano hacia él y la tomó entre las suyas.



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En el texto hay: amor, renacer, decepción

Editado: 05.01.2019

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