I
ANDREW
—¡Lo logramos, Drew! El amor ha muerto.
Así me dejaste, Darcie.
Con esa ironía de la cual te es imposible separarte.
Palabras tan simples que generaron algo peor que un tonto corazón roto.
Contigo todo siempre fue más que eso.
Porque te acuerdas de mí, ¿no? Fingimos que no es así porque eso nos ayuda a seguir con nuestras vidas, pero ambos pensamos en lo que nos hicimos. En cómo cumplimos a la perfección una serie de pasos que te volvías loca por seguir. Te aterraba pensarnos a nosotros dentro de esa lógica, de tu lista mental gracias a la que asumiste en un primer momento que no teníamos otra posibilidad que terminar así.
Supiste desde el inicio que no teníamos sentido.
¿Por qué lo hiciste de todas maneras?
¿Cómo podías quererme aun sabiendo que tarde o temprano me perderías?
E incluso así me permitiste pensar que estaríamos, queriéndonos, hasta morir.
—Y nosotros somos los asesinos.
Nietzsche no te puso un arma en la cabeza para que dijeras esas palabras. Las elegiste porque tenían sentido. Siguen teniéndolo. Y porque me dolerían.
Fue intencional. No querías darme lugar a pensar ni por un remoto segundo que esto no era también mi culpa. Tu paranoia por cómo evitar el dolor quería compartir conmigo una última cosa, y es la tristeza que significa romper sabiendo que eres culpable.
Así que aquí está, Darcie. La segunda virtud que veo en ti.
2. Fuiste, eres y probablemente serás siempre más lista que yo.
Ojalá fuera una metáfora, una manera indirecta mía—aunque esa siempre fue tu área—para decirte que te admiro por no haber caído en la trampa de pensar que estábamos destinados a ser más. Porque yo sí que caí, fui tan hondo que todavía sigo intentando salir. Suerte para mí, desde este pozo soy capaz de verte asomar tu cabeza por encima. Así es como caigo en la cuenta de quién de los dos superará al otro primero.
Supongo que me adelanté a los hechos más rápido de lo que tenía planeado hacerlo. ¿Qué sentido tendría, sino, contarte la historia que ya conoces? Ninguno, y ni a ti ni a mí nos gustan las cosas aburridas. Por eso este es mi punto de vista, mi manera de verte a ti, de ver este nosotros al que, según tú, nos encargamos de enterrar y, en parte, también para pedirte perdón.
Por llamarte Darcie sabiendo que no te gustaba.
Por hacerte creer que el amor tiene que terminar para ser real.
Y por cumplir tu miedo, el de quererme y dejarte querer.
Si tengo que darle un inicio a todo esto, diría que fue cuando todo se fue a la mierda. Cuando llegué a Gunnhild. Si quiero ser específico, al instituto de mierda para gente idiota al que asistíamos. Es un tipo de reformatorio para personas con problemas y, en definitiva, yo parecía encajar a la perfección en un lugar como ese.
Afortunadamente, a ti también te quedaba muy bien ese infierno.
Me convertí en el típico estereotipo de chico que todos piensan que detesta al mundo entero y del cual, en consecuencia, se alejan. Esa era mi estrategia gracias a la que creí ser capaz de evitar acercarme demasiado a la gente, pero fallé en varios aspectos. Tuve que hacer amigos en algún punto, seguir siendo el imbécil que por excelencia fui desde pequeño, y cometer errores. Ya sabes, de esos que te llevan a detención.
Gracias a los cuales conoces a otras personas.
Por ahora, dejemos esos detalles sobre un pasado que de momento no tiene tanta relevancia. Volvamos al día a día de mierda que vengo a contarte desde el inicio. Necesitaba una introducción para ir a la verdadera cuestión, darle un poco de contexto al hecho de que ya nos conocíamos antes de que comience todo.
Por alguna razón, nuestro inicio no fue cuando nos conocimos. Tardamos un poco más de tiempo en activar la chispa, ¿no crees?
Era viernes por la noche, tenía más personas bebiendo a mí alrededor que buenos momentos. No había necesidad de esforzarme tanto para escuchar la horrible música que ponían en todas esas fiestas de último curso. De esas que hablan del amor, del amor, del amor, y del amor, y en muchas otras ocasiones de sexo. Cuando tus intenciones son encontrar pareja, eso suele ser bueno. Más de lo que a cualquiera de nosotros nos gustaría admitir.
Yo no tenía tales intenciones.
Antes de ti, las rechazaba por completo.
Estaba sentado en un sofá, cosa que estoy seguro que te sorprenderá. A mi lado, William permanecía en silencio sin siquiera observarme. Se había quedado así de tonto desde que Cameron lo había dejado para irse a otra ciudad. Estaba mirando fijamente la fiesta, el gran desastre de personas, como llevaba haciendo desde hacía unos cinco o seis meses. Nadie podía explicar con exactitud por qué acabó así su relación. Todo lo que nosotros sabíamos era que se querían de una manera extraña y dolorosa, hasta que de repente Cameron decidió irse sin decírselo a nadie y, cuando William lo descubrió, intentó solucionarlo. Creyó que podría pero no lo logró. Otro ingenuo que confía en que el amor será suficiente. Ese día nos fuimos del aeropuerto con una nueva persona, alguien con el corazón roto.
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Editado: 21.11.2021