LI
FLYNN
—Kit era un grano en el culo.
Estoy seguro de que no fue la mejor manera de empezar un discurso cuyo objetivo era honrar la vida del energético rubio que jamás debería haberse ido, pero tampoco me dieron tiempo extra como para pensarlo demasiado. Y creo que, incluso de haberlo tenido, habría decidido empezar de esa misma manera, o quizás de otra peor.
Escuché un par de personas tosiendo, miradas furtivas y al mismo Dante haciendo una mueca de desaprobación al fondo. Frente a mí tenía probablemente la mitad de Catábasis sentados en sillas predispuestas alrededor de un ataúd, el que contenía el cuerpo de Kit.
—Le gustaba molestarme hasta cansarme, y la peor parte es que tenía la energía suficiente como para no rendirse hasta lograr cualquier cosa que se propusiera. Especialmente si era sacarme de quicio—seguí, recostándome en el improvisado podio que me ofrecieron. La tristeza podía verse en todo lo que me rodeaba, incluso detrás de mis propias palabras—. Pero él... él era mucho más que una persona insaciable, insoportable e inquieta. Tenía todo para llevarse el mundo por delante, desde la personalidad que manejaba hasta sus dos cumpleaños y la forma con la que te obligaba a quererlo incluso aunque te resistieras.
Tomé aire con fuerza, recordando lo mal que tuve que pasarla tras consumir el veneno de Hades. La divisé atrás, al fondo, en una esquina. Se notaba que quería ocultarse para que nadie pudiese verla estallar de la risa en pleno funeral.
—Conocí a Kit hace tan solo un par de meses, pero hicimos tantas cosas juntos que se siente como si hubiesen sido años—sin que lo esperara, sentí una punzada de dolor en mi cabeza. Llevar tantas horas sin dormir empezaba a hacer de las suyas, pero tenía que enfrentarme a eso para que acabara de una vez, aun cuando me resultaba patético—. Pero si hay algo que jamás olvidaré de él, será su necesidad de ser inmortal. Peleábamos más de lo que podíamos hablar con tranquilidad, aunque tuvimos un momento de paz en el que dijo algo que voy a recordar hasta mi muerte.
La pausa dramática fue para agregarle tensión a la situación, como si la necesitara en lo absoluto.
—Entre todas las palabras que soltaba por segundo, hubo un momento en el que se quedó callado, me miró y luego solo lo dijo—intenté imitar su voz lo más que pude al contarlo, pero hacerlo logró que me sintiera más desconsolado—. «El día que muera, espero que estés ahí para decirles a todos que Kit siempre será inmortal».
Tenía toda la atención puesta en mí, cientos de pares de ojos expectantes a lo que tenía que ofrecerles, esperando una triste despedida para alguien que ellos jamás iban a conocer de la forma en la que yo conocí. Y no lo digo porque hubiese llegado a ver en Kit algo que él no le permitió ver a nadie más, sino porque ese rubio insoportable construyó conmigo un vínculo que lo cambió todo.
A él. A mí. A lo que me atrevía a hacer en Catábasis.
—Kit sabía que moriría, por eso todo su discurso sobre una vida eterna no implicaba su presencia interminable en este mundo terrenal. A él le bastaba con generar algo incluso a pesar de su ausencia, con que su simple existencia mejore lo que nadie más podría solucionar en vida. Para Kit eso era vivir. Hacer un cambio. Significar algo. Desmoronar estructuras que nadie pensó que podrían caerse. Y es justo lo que hará.
Miré a Dante antes de decirlo. Cuando te dejé, mantuve con él una charla en la que planeamos paso por paso, detalle por detalle, palabra por palabra, lo que diría en ese momento. Hades tenía que escucharme. Tenía que saber que yo mismo iría contra ella por lo que le hizo a mi amigo.
—Kit no se fue. Kit está aquí más que antes. Y su muerte no será un vacío, será lo que pondrá fin al problema más grande que tiene el infierno: Hades.
El efecto de mis palabras fue tan rápido como lo tenía previsto, especialmente en las mujeres presentes. Todas ellas eran de Hades, se les notó en la forma instantánea que tuvieron para ponerse de pie y empezar a quejarse. La sala se sumió en un desastroso ambiente del cual yo era objetivo. Diversas cosas fueron lanzadas en mi dirección, siendo acompañadas por insultos y palabras cargadas de odio.
Tomé mis pertenencias, que en realidad no eran más que un tonto papel, y no tardé nada en irme pitando de ese lugar. El plan con Dante era hacerle creer a Hades que su única preocupación, su único enemigo declarado, era solo yo. Un chico más, incapaz de llegarle a los talones sin morir en el intento. Su hermano debía desligarse por completo de mis actos, algo que comenzó a hacer mientras yo me retiraba de Catábasis.
Vi que se acercaba a ella mientras calmaba a las personas, todas chicas, que se aventaron en mi dirección. Yo solo fui la marea que debía empezar a moldear la realidad que debíamos vender, esa en la que Kit murió por culpa de la única diosa del infierno que todas veneraban.
Tenía que ser la cara de la revolución para que ella no pudiese precipitarse al verdadero peligro que la amenazaba, ni ver venir al rey detrás de mí. Debía funcionar como punto blanco al que apuntar, un peón que se mostraba indefenso pero al cual en realidad presidía Dante o su majestad, como te gustaba llamarle.
Solo podíamos hacer jaque mate si no se lo veía venir, por eso teníamos que encontrar la manera de distraerla.
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Editado: 21.11.2021