La muerte del pobre campesino.
La naturaleza plenamente abierta, orgullosa y satisfecha de si misma, daba paso a un pontentoso día de octubre. Día cuyo sol ejercería su señorio a hasta que la abversa oscuridad lo engullera todo nuevamente.
Él dorado color de espigas de arroz brillaban con los primeros rayos de luz. Bailaban al compás de la melodía traída por él viento. Una tonada que solamente ellas podían interpretar. Allí junto a ellas se encontraba él pobre campesino, con aspecto senil, con machete en una mano, y en la otra un manojo de viejos costales, los cuales debía de estar completamente llenos al terminar la jornada.
Allí estaba él, preparándose mentalmente para él arduo, fatigoso, pero tan necesario trabajo. Se daba ánimos. Recordaba el motivo de su gran esfuerzos: su familia. Su amada, numerosa y hambrienta familia. Ese era su gran motivación. La razón de todo sacrifio. Su mujer embarazada y media docena de criaturas hambrientas, a las cuales él viejo campesino con orgullo y cariño llamaba: hijos.
Una cuchilla extremadamente afilada destellaba en su mano, ya dispuesta para segar. comenzando así una hermosa y larga hilera dorada como la cabellera de Berenice. Sus manos viejas y cansadas trabajaban con diligencia, repitiendo los mismos movimientos una y otras vez: coger la espiga, corta y hacer manojos. Hasta que las manos estuvieran muy llenas y se tuvieran que techar en él costar, para luego volver a repetir él mismo y copioso procedimiento.
Así pasaban los segundos, los minutos y las hora.
Los rayos del sol se fortalecían cada vez mas, mientras mas caminaba el honesto y desinteresado tiempo, él sol hacia provecho para arremeter contra él pobre campesino con un calor mas intenso.
-iay caray!. Hoy va ser un día caluroso hombre.- decía al viento, mientras limpiaba un poco de saladas gotas de su arrugada frente. También tomo un poco de agua, y se dio algunas sacudidas de ánimos muy pintoresca.
Continúo apresuradamente con su labor. Mientras los costales lentamente se llenaban, la mentes del campesino también se llenaban de pensamientos; algunos eran positivos, otros no tanto. Había sido un año muy duro para el trabajo de campo, habían pasado una larga y dañina sequía, lo que retraso por mucho la temporada de siembra. También estuvo la gran preocupación de que tres de sus adorados hijos habían estado muy enfermos, y como la gota que derramo la tapara su esposa embarazada también. Por momentos pensaba irse, lejos a la gran ciudad, adonde todo era posible. Pero luego lo pensaba todo con calma. Había nacido en el campo. Se crió al lado de conucos y animales. El trabajo de campo era todo lo que había aprendido hacer, era un trabajo duro y agotado,.pero el corazón del campesino lo amaba calurosamente. Era para lo que había nacido.
Había aun fuerza en sus manos y mientras la tuviera, habría en él la esperanza de un futuro mejor. Aquella esperanza era su gran motor y su familia su combustible. Y justo ahora era mucho mas fuerte, casi parpable al tener frente de él una cosecha tan hermosa y abundante. Fruto del sudor de su frente y los cayos de sus manos. Así la esperanza nunca moriría.
Pasaba el tiempo y el pontentoso y orgulloso sol cada vez mas se fortalecía. Caminaba a sus anchas. Subía y subía sin que nada ni nadie lo detuviera en su lento pero ciclópeo proceder. Los ataque eran cada vez mas calurosos e incrementes. El pobre campesino poco a poco decaía antes aquellos incesantes rayos luminosos. El sabia que el sol solo hacia su ancestral labor (igual que lo hacia él) pero aun así no podía evitar de sentir una especie de amor-odio hacia el. Aquel sol era su amigo y compañero, al igual que su enemigo y opositor. Si no fuera por su vieja y curtida camisa, y su desgastado pero fíel sombrero de paja, seguro que ya hubiera socumbido completamente ante tan inmenso poder. Hasta las sombras de los árboles huían ante su poderío; refugiándose debajo de sus verdosas ramas. Por un momento pensó en hacer lo mismo, pero opto por apresurar el paso haciendo que sus mano se movieran con una rapidez estrepitosa, haciendo una pobre simulación de la destreza de su juventud.
Su viejo cuerpo ya daba claros signos de desgaste y cansancio, pero su voluntad era de acero, mucho mas poderosa que cualquier dolor en su huesos. Mucho mas que sus años a cuesta. Y quizás, solo quizás un poco mas fuerte que el mismisimo sol.
Su arrugada frente se inundaban constantemente se sudor, amenazando con inundar sus cuencas visuales, mientras que las filas de arroz parecían cada vez mas interminables. Todo su cuerpo le dolía. Por un momento quiso doblegar y dejar todo hasta alli, pero él no era asi. Era un hombre determinado y se había propuesto a terminar su labor a consta de cualquier adversidad.
Un pequeño pero agudo dolor toco sus sentidos, justo por debajo de su tobillo izquierdo, pero el pobre campesino poca atención le dio.
-un dolor mas o un dolor menos. iQue mas da!-. Todos los días para él eran un día de dolor y sacrificios.
Una gran nube finalmente se interpuso entre él y el sol, fue tan repentino que por un momento pensó que era una gran ave. Su vista se nublo un poco y pensó que quizás era por él cambio drástico de luz. Sus sentidos pasaron a una etapa ligera, como si todo fuera un sueño. Ya el sol no era un enemigo tan temible después de todo.
Aquella nube torno el ambiente mas oscuro y frío de lo que una nube común hubiera sido capaz.
La nube paso pronto, al campesino le pareció, a su pesar, que fue muy pronto. Tan rápido como había llegado. El sol pronto retorno a su gran trono en el centro del mismísimo cielo, tan brillante y orgulloso como era su costumbre, pero aun así no se sintió como él mismo. Él flagir cuerpo de pobre campesino no sintió su envolvente calor. Una amarga preocupacion invadió rápidamente su alma, llenandolo de un mar de pesadumble.
"No mas calor".
Él hombre solo quería terminar su labor, solo eso tenia en mente. Solo tenia que recojer su presiada cosecha. Era todo lo que importaba. Y ahora su cuerpo frio no lo obedecía. Solo por instinto, o porque muy en lo profundo de su psique, sabia lo que estaba pasando. miro detrás de sus pies. Y justo allí detrás de sus pasos, muy serca de él, tirado en el suelo, estaba un viejo y escuálido hombre. Sucio y de piel curtida por el sol, con un gran sombrero de paja degastada. Y en su tobillo izquierdo pudo ver claramente dos punto fresco de color carmesí.
"Su cuerpo... Si era su cuerpo".
Pensó que se desesperaria, pero solo sintió frio. Quiso sentir miedo, quiso sentir tristeza, ira, dolor, pero no hubo nada. Solo un frío sepulcral.
Quiso sentir una vez mas aquel calor ablazador y agobiante que lo había azotado en el día y quien fuese su gran enemigo. Rogó al cielo, le rogó al sol para volver a sentirlo en su piel. Solo quería volver a ver su amada familia una vez mas. Pero todos los ruegos fueron en vano. Todo fue una pequeña gota perdida en un inmenso mar.
Todo fue completamente en vano, porque aquel caluroso día de octubre el pobre campesino murió.