—Caperucita, vino solito a la casa de la abuela —musitó Porfirio, uno de los gorilas quien sujetaba con brusquedad su brazo.
Al salir del ascensor, caminaron por un largo pasillo, observó varias habitaciones con puertas transparentes, lo que se veía en cada una le produjo asco, escalofríos y mucha rabia, apretó sus manos enterrando las uñas en sus palmas, solo imaginaba que este sería su destino si no hubiese escapado ese día.
Los mataría a todos y cada uno con sus propias manos.
Una puerta se abrió dejando ver una enorme oficina, iluminada a ambos lados, frente al escritorio, había dos enormes cortinas de color negro.
El corazón empezó a latir a mil por horas mientras se acercaban frente al escritorio, cuando la silla giró para revelar quién era el encargado de semejante atrocidad, se quedó absolutamente muda.
La sonrisa de oreja a oreja que le dio su Abu, la estremeció por completo.
—Bienvenida, mi niña.
Ese escalofrío que sintió desde la punta de sus pies hasta recorrer todo su ser, le produjo tanta repulsión, que tuvo que inclinarse a vomitar, y ahí, de rodillas ante un ser que admiraba por su dulzura, se quebró…
Su protectora resultó ser el ser más perverso de todos con los que se haya topado en la vida.
—No sé de qué te sorprendes, mocosa —esa voz, una que no volvió a escuchar durante años. Su prepotencia no había cambiado en lo más mínimo.
Aún de rodillas, observó unos zapatos negros de tacón de aguja que se postraron frente a ella, vio que la mujer subía el pie para hacer que, con este, levantara su barbilla y Red, pudiese al fin verla directo a los ojos.
Sus ojos azules estaban cristalizados por las arcadas que había dado minutos antes.
—Así es como siempre debes estar ante mí. Te atreviste a huir cuando yo solo quería que te hicieran sufrir como yo lo hice, todo por tu culpa —gritó esto último frustrada.
Casie, siguió con la mirada a aquella mujer que se apostaba a lado de su protectora. Ambas eran muy parecidas, cabello negro, piel clara, ojos verdes, con una mirada profunda.
—¿Cómo no permitiste que la trajeran antes?
—Solo era cuestión de tiempo hija, cuando estuvieses completamente a salvo.
Red tragó grueso al percatase de que su abuela era la cómplice de esa víbora.
Débora presionó un botón y sonrió al ver la reacción de su hija, los llantos de alguna desafortunada se escuchaban pidiendo clemencia, mientras algún asqueroso ser se aprovechaba de ella. Red se levantó como un rayo para caerle encima a ese monstruo, pero fue detenida por tres guaruras.
—¡Monstruos!
—Y tú, ¿qué eres, Casie? Nosotras solo satisfacemos los deseos de los que pagan muy bien por ellos.
—A cuesta del dolor ajeno —gritó con todo su ser.
—Tú haces lo mismo, satisfaces tus necesidades de venganza.
—Sobre monstruos iguales a ustedes.
—No somos muy diferentes —afirmo su madre—. Tú arruinaste mi vida, y yo arruinaría la tuya de una u otra forma. Nosotros te creamos, mi madre te creó, y tú ayudaste a que yo estuviese protegida durante todo este tiempo.
Niega con desesperación.
—Mi niña…
—¡No me llames de esa manera!
—Cuando llegaste esa noche desesperada diciendo lo que tu madre había hecho, la idea de usarte para protegerla se vino a mi mente de inmediato, gracias a ello, has llegado viva e intacta hasta el día de hoy. Débora es mi hija y jamás pondré a nadie primero que a ella.
Con la dulzura que la caracterizaba, apretó la mano de su vástago y ambas se sonrieron la una a la otra con dulzura.
—Solo has sido un arma para nosotros, mientras tú te empeñabas en asesinar a pequeños e insignificantes seres, los peces gordos disfrutábamos de la tranquilidad, que inconscientemente tú, nos das. Al final, sí me fuiste de utilidad, hija.
—Tú eres mi creación —continuó su abuela—. Gracias a nosotras, eres alguien, no como tu padre, ese maldito era un imbécil que no supo valorar a mi niña, y eso ha sido también por tu culpa —Casie no podía creer lo que estaba escuchando, la rabia se apoderaba de ella con cada palabra que salía de la boca de esos monstruos.
Negó con desesperación.
De sus botas sacó un par de dagas y las clavó en el cuello de dos de los hombres que la sostenían, haciendo que estos se desangraran al instante.
—No revisaron su maldito traje —espetó su abuela muy molesta rodando los ojos. El tercer hombre negó mientras lograba esquivar un ataque de la enfurecida chica—. ¡Serán imbéciles!
Débora tomó un arma y apuntó hacia la chica, quien peleaba contra el gigante de unos dos metros de estatura.
Cuando apretó el gatillo, la chica puso frente a ella la humanidad del tipo, la bala impactó contra el cráneo del tipo destrozándolo y Débora, maldijo por no poder lograr su cometido.
En un movimiento ágil, Casie, se lanzó contra su progenitora quien esquivó con agilidad la daga que su hija le había lanzado.