La mujer de Lucifer

Capítulo#12 Bienvenido príncipe.

Capítulo 12 Bienvenido príncipe.

 

Justo a la media noche llegué a la tierra a recoger a mi hijo, tal cual habíamos acordado. Sabía que lo hacía por obligación, no obstante a pesar de eso, estaba contento; había esperado mil años para poder tenerlo a mi lado por siempre. Soñé tanto con este momento que todavía creía que lo estaba. Toda la emoción se fue al infierno al verlo cabizbajo, pensativo y aflijido; en ese instante comprendí que me llevaría su cuerpo, pero su corazón se quedaría en la Tierra.

—¡Deja de pensar en ella, no la volverás a ver jamás! —expresé indolente, para ocultar el recentimiento que sentía conmigo mismo, por no haber podido ganar su afecto. Alzó su mirada y enfrentó a la mía sin amedrentarse. En verdad no me quería ni un poco, dolió mucho admitirlo, sin embargo lo enmascaré con aparente frialdad.

Mi hijo sonrió torcido, con evidente desprecio hacia mi persona. Sé que no he sido un buen padre, pero mi hijo era demasiado rencoroso.

—Padre, tu no sabes lo que es sentir, no puedes hablar de lo que desconoces. Tú viste a mi madre sufrir una miserable tortura durante el parto, ¡y no sentiste absolutamente nada!, no fuiste capaz de aliviar su dolor —reprochó con amargura.

Las palabras duras de su hijo hirieron mi corazón (solo yo sabía el suplicio que viví por no estar a su lado en su momento más crítico y haberla perdido sin remedio), sin embargo no lo demostré.

—Los humanos mueren, tarde o temprano todos lo hacen —. Me encogí de hombros, indolente y mi hijo me miró con rencor—. ¿Qué importancia tiene un montón de carne y hueso que se los comerán los gusanos, y sus restos se volverán tierra algún día...

—Eres un monstruo —me espetó turbado. En verdad me odiaba. Yo tampoco lo estaba ayudando a quererme. No sabía cómo hacerlo.

—Soy realista, nosotros somos inmortales, estamos muy por encima de los insignificantes mortales, más allá del alcance de sus miserables vidas —zanjé con superioridad.

—Olvidas que soy mitad de esos humanos que tanto desprecias —me reprochó mordaz.

—¡Pero tienes mi sangre!, eres mucho mejor que ellos, no tines comparación —continué diciendo con sangre fría. Había pasado tanto tiempo en el infierno, que había olvidado como demostrar mis sentimientos, esos que una vez conocí cuando estaba con su madre y que había olvidado en la actualidad.

Owen hizo una mueca de tristeza y cansancio. Parecía derrotado.

—Es hora de irnos, es tu última vez en la tierra —ignoré su gesto. No sabía ser padre, no le podía exigir que fuera un buen hijo. Tiempo al tiempo. En lo adelante tendría toda una eternidad para estar con él y ganarme su corazón, la esperanza es lo último que se pierde, como dicen los humanos.

Lo tomé del brazo y en un instante salimos  al portal principal donde estaba ubicado el salón de mi trono. Era un sitio que se encontraba bajo tierra porque la superficie de este planeta era prácticamente inhabitable para los demonios y para los humanos sería imposible. Mi reino era como una especie de caverna pero con elegancia antigua, y tanta riqueza y belleza exótica, como la que imaginaría un humano que sería la cueva de Alibabá y los 40 ladrones. No había tecnología, no la necesitábamos, nuestros poderes eran suficientes. Convoqué a las 12 mujeres demonios que había dejado preparadas con antelación para recibir y atender a mi amado hijo. Cada una de ellas poseía una belleza única y eran muy diestras en numerosas habilidades. Todas se inclinaron frente a Owen y lo llamaron príncipe como era debido. Todos en mi reino sabían de su existencia y debían obedecerlo y respetarlo tanto como a mí.

—¿Príncipe? —lanzó su pregunta al aire con extrañesa, estaba aturdido, noté.

—Eres el príncipe de este mundo que los mortales llaman Infierno. Eres mi hijo, ¡claro que eres un príncipe! —exclamé con obviedad y autosuficiencia—. Todos te tienen que respetar y obedecer tanto como a mí.

Hizo una mueca despectiva como respuesta y supe que me costaría más de la cuenta ganármelo.

—¿Cuál es el empeño por traerme a este lugar? —reclamó apartando a las demonios y ordenándoles que se quedaran quietas. Por lo visto me había equivocado, era evidente que lo estaba molestando la presencia de las chicas.

—Aquí perteneces —afirmé con autosuficiencia y soberbia.

—Nunca fuiste un padre cuando lo necesité, ¿por qué apareces ahora para joderme la vida? Hace varios siglos que no te necesito —expresó con reproche.

—Eres el heredero de mi trono, estás donde perteneces —aseguré soberbio.

—¡Heredero de qué!, ¡eres inmortal!, vivirás tanto o más qué yo, eres hijo de Dios, el primer ángel caído. Existes desde antes de ser creado el mundo. Sinceramente no necesitas un heredero, siempre estarás aquí y haciendo la vida de los humanos más miserable.

¡Esa era la opinión que tenía de él? Fue doloroso escucharlo.

—No tienes derecho de hablar sobre lo que desconoces...

—No es la primera vez que dices esas palabras, pero no me cuentas nada, seguramente es porque no tienes nada importante para decir, solo buscas escusas para tranquilizar tu mente sucia.

—¡Basta!, no te permito qué me hables de esa manera, soy tu mayor y tu progenitor, respeta o tendré que enseñarte por las malas —amenacé colérico, sabía que me estaba equivocando cada vez más, sin embargo no podía detenerme—. Te aconsejo que tomes la primera opción.

Lo amenacé. Era incapaz de razonar con él por las buenas.

—Será como tú quieras, soy un prisionero en tu morada.

—Eres un amo, no lo olvides, mira estas bellezas.

Las señalé con altanería, Owen hizo una mueca despectiva. Ignoré su actitud y continué hablando.

—Todas ellas y muchas más se ofrecieron para hacerte compañía, puedes escoger una o todas. Hice un casting y seleccioné las mejores; no obstante puedes ver las otras si gustas, quizás tu gusto difiera del mío.




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